Las preguntas filosóficas de los niños

Sobre el origen de la filosofía

 

Karl Jaspers (1883-1969)

 

[En filosofía, al contrario que en asuntos científicos, casi  todo el mundo, incluso sin prepa­ración previa, se siente competente -menos el padre de Mafalda, que la teme como a un nublado-. ¿Hay razones para ello? ¿Qué significan, en este sentido, las preguntas de los niños? ¿De qué tipo son éstas? Al final, Jaspers responde a quienes objetan que los niños en rea­li­dad no filosofan. Es importante entender bien su respuesta.]

 

La elaboración de una filosofía va unida a las ciencias, pues presupone todo el progreso científico contem­po­ráneo. Pe­ro el sentido de la filosofía tiene otro origen: surge, an­tes de toda ciencia, allí donde unos hom­bres se despier­tan.

 

Esta filosofía sin ciencia presenta algunos rasgos nota­bles:

    1º. En el ámbito filosófico, prácti­camente cualquiera se considera com­pe­ten­te. En ciencia, recono­ce­mos que el estu­dio, el entrena­miento, el método son condiciones nece­sa­rias para comprender; en filo­sofía, por el contrario, tenemos la pre­ten­sión de saber de qué va y de poder participar en el debate, sin otra preparación. Pensamos que basta con pertenecer a la condición hu­mana, tener un destino propio y una experiencia personal.

    Hay que reconocer que no carece de fundamento esta exigencia de que la filosofía sea accesible a todo el mundo. En efecto, sus caminos más com­pli­ca­dos, ésos que toman los filósofos profesionales, no tienen sentido si no acaban confluyendo en la condición de hombre; y ésta se define por la manera como se cerciora del ser y de sí mismo en él.

 

    2º La reflexión filosófica debe en todo momento brotar de la fuente original del yo, y todo hombre debe entregarse a ella él mismo.

 

    3º Un signo admirable del hecho de que el ser humano encuentra en sí la fuente de su reflexión filosófica son las preguntas de los niños. A menudo oímos salir de sus bocas palabras cuyo sentido se sumerge directa­men­te hasta las profundidades filosó­fi­cas.

 

He aquí unos cuantos ejem­plos:

    a) Uno dice con asombro: ‘Intento siem­pre pensar que soy otro, y aun así siempre soy yo’. Con ello, está tocando lo que constituye el origen de toda certeza: la conciencia del ser en el conocimiento de sí mismo. Queda cautivado ante el enigma del yo, ese enigma que nada logra resolver. El niño se queda ahí, ante ese límite, e interroga.

 

    b) Otro, que escuchaba la historia del Génesis: ‘Al principio, Dios creó el cielo y la tierra…’, preguntó de pronto: ‘¿Qué había entonces antes del principio?’. Descubría así que las preguntas se engendran de manera infinita, que el entendimiento no co­noce topes a sus investi­ga­ciones y que, para éste, no existe ninguna respuesta verdaderamente conclu­yente.

 

    c) Una pequeña da un paseo; al entrar en un claro del bosque le cuentan algunas historias de elfos que bailan en él por la noche. ‘Pero no exis­ten…’. Entonces, se le habla de las cosas reales, se le hace observar el movimiento del sol, se discute la cuestión de saber si es el sol el que se mueve o la tierra la que gira, se aportan las razones para creer en la forma esférica de la tierra y en su movimiento de rotación… ‘Pero eso no es verdad –exclama la pequeña, a la vez que golpea con el pie el suelo-. La tierra no se mueve’. Le repli­camos: ‘Entonces, tú no crees en Dios, al que tampoco ves’. La pequeña parece desconcertada, y después declara: ‘Si no existiera, nosotros no estaríamos aquí’. Había quedado cautivada de asombro ante la realidad del mundo: éste no existe por él mismo. Y entendía la diferencia existente entre un objeto que forma parte del mundo y una pregunta concerniente al ser y a nuestra situación en el todo.

 

    d) Otra niña va a hacer una visita y sube una escalera. Se da cuenta de que todo cambia incesantemente, que las cosas fluyen y pasan como si no hubieran existido. ‘Pero, aun así, tiene que haber algo sólido. Ahora aquí subo una es­ca­le­ra para ir a casa de mi tía: eso quiero conservarlo’. Su sorpresa y su espanto ante el fluir universal y la evanescencia de todo le hacían buscar a cualquier precio una salida.

 

Coleccionando observaciones como éstas, podríamos componer toda una filosofía infantil. Quizá alguien alegue que los niños se limitan a repetir lo que oyen a sus padres y a otros adultos; pero esta objeción carece de valor cuando se trata de pensamientos tan serios como éstos. Se replicará entonces que estos niños no llevan más lejos la reflexión filosófica, lo que significa, por lo tanto, que no puede haber en ellos más que el efecto del azar. En este caso, estaríamos descuidando un hecho: con frecuencia poseen una genia­lidad que se pierde cuando se hacen adultos. Sucede como si, con el correr de los años,  entráramos en la prisión de las convenciones y de las opiniones corrientes, de los disimulos y los prejuicios, perdiendo al mismo tiempo la frescura del niño, receptivo a todo cuanto la vida le trae y que para él se renueva a cada instante. Siente, ve, interroga y, después, todo esto lo pierde. Deja caer en el olvido lo que, durante un instante, se le había revelado y, más tarde, se sorprenderá cuando le cuenten lo que decía y preguntaba. […]

 

Nadie escapa de la filosofía. Lo único que hay que saber es si ésta es consciente o no, buena o mala, confusa o clara. Y quien la rechaza está, al hacerlo, afirmando una filosofía, si bien sin darse cuenta de ello. (Karl Jaspers, Introduction à la philosophie, Paris, 1951; trad. francesa de Einführung in die philosophie, 1950).

 

Aquí puedes leer algunas páginas de

¿Qué es la filosofía? de Karl Jaspers.

Rincón de la cita

Una gran filosofía no es la que pronuncia juicios definitivos, la que establece una verdad definitiva. Es la que introduce una inquietud, la que da lugar a una conmoción. (Charles Péguy)

Blog de Gladys L. Portuondo dedicado a Karl Jaspers

¿Cuánto mide la existencia? (Roger-Pol Droit)

Examinar la propia vida (Sócrates / Platón)

Filosofía y búsqueda

(García-Baró y Merleau-Ponty)

Las implicaciones de la acción (Maurice Blondel)

El filósofo en la ciudad.

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Crecer de golpe (Susana Tamaro)

Tierras de penumbra (R. Attenborough)

La filosofía como actitud existencial (M. García-Baró)