Empirismo

Características generales

 

El Empirismo es una corriente filosófica de los siglos XVII y XVIII, según la cual la experiencia (empeiría) es el origen y el límite del conocimiento. Se opone en muchos puntos al Racionalismo. Ambas se nutren de la nueva ciencia, pero mientras que éste resalta su aspecto matemático, el Empirismo concede más importancia a la experiencia. Los empiristas principales son John Locke (1632-1704), George Berkeley (1685-1735)  y David Hume (1711-1761). Con el Empirismo, el problema del origen y la validez del conocimiento pasa a ser el tema que hay que abordar antes de cualquier investigación.

 

Sus tesis principales son:

1) El conocimiento se origina en la experiencia. La mente nace vacía, es como un papel en blanco o una “tabla rasa”, y es la experiencia la que, imprimiendo sus trazos, la llenará de cogitationes o “ideas”. De las que los racionalistas distinguen, el Empirismo admite las ideas adventicias y las ficticias (resultantes, éstas, de la combinación de las adventicias), pero no las innatas. Locke entiende por “experiencia” todo conocimiento por observación directa, ya sea de los objetos externos, como el prado verde que veo ahí delante (experiencia externa o “sensación”), o de las operaciones internas de la mente, como el deseo de pasear por él que nace en mí (experiencia interna o “reflexión”). Tener experiencia equivale pues a tener percepción (externa o interna), motivo por el cual Hume llamará “percepciones” a todos los contenidos de la experiencia.

Como vemos, aunque niega que existan ideas innatas, Locke admite que hay ideas que no tienen su origen en la sensación, sino en la reflexión. Al racionalista Leibniz le parece que esta afirmación deja abierta la puerta a las ideas innatas y denuncia que el empirismo de Locke no es pleno ni coherente. El empirista Hume eliminará estas concesiones que Locke hace al racionalismo.

 

2) El conocimiento humano no es ilimitado. La experiencia no sólo es su origen, sino también la frontera que no puede rebasar. Ésta es otra diferencia importante con respecto al Racionalismo, para el que la razón no tiene límites si sigue un método adecuado. Por tanto, para el Empirismo hay cosas incognoscibles y sobre muchas otras al hombre sólo le cabe un conocimiento aproximado, carente de certeza plena. Así, Hume es escéptico acerca de los problemas metafísicos, sobre los que mejor sería estar callados; sólo las matemáticas ofrecen conoci-mientos ciertos y necesarios, mientras que los de la física serían únicamente probables.

 

3) Todo conocimiento es conocimiento de ideas. Siguiendo en esto a Descartes, quien denominaba “idea” (cogitatio) a cualquier fenómeno psíquico o vivencia, Locke y sus sucesores afirman que el objeto inmediato del conocimiento son las ideas de la mente, y no las cosas: lo que percibimos no son las cosas, sino nuestras percep-ciones de las cosas. Pensar es, para el Empirismo, relacionar ideas entre sí.

 

John Locke (1632-1704)

 

John LOCKE interpretará que las sensaciones son el efecto que las cosas dejan sobre nuestra mente. Las ideas que nos hacemos de las cosas provendrían, según Locke, de las mismas cosas materiales, que actuarían sobre nuestros sentidos, en los que dejan su impronta. Distingue entre las “ideas y percepciones” de la mente y las “modificaciones materiales de los cuerpos que dan lugar en nosotros a esas percepciones”. Las ideas que tenemos de las cualidades esenciales a los objetos materiales (como la solidez, la extensión, la figura, el movimiento, el reposo o el número) se asemejan, según Locke, a las cualidades que las causan en nosotros, y las denomina “cualidades primeras” de la materia. Las que tenemos de calor, color, sonido o sabor no se asemejan a nada existente en el mundo material; son únicamente los efectos que produce en nosotros la constitución corpuscular de los cuerpos al actuar sobre nuestros sentidos, son cualidades meramente subjetivas, y las denomina “cualidades segundas”.  La idea del “yo” tendría su origen en la intuición que cada uno de nosotros tiene de sí. De la de Dios no tenemos percepción, pero llegaríamos a ella por vía deductiva. Puede decirse que la metafísica cartesiana subyace a la teoría del conocimiento de Locke, pues admite las tres sustancias que Descartes había distinguido (la pensante o yo, la extensa o material y la infinita o Dios).

Lo que Locke ha hecho ha sido analizar en términos psicológicos el conocimiento, es decir, desmenuzarlo hasta sus últimos elementos psíquicos (las “ideas”) y explicar cómo las ideas complejas se derivan de las simples. Podría decirse que aplica al conocimiento la teoría corpuscular de la materia de su amigo Sir Robert Boyle. De hecho además, se sirvió de ésta para reemplazar la teoría escolástica y aristotélica de las esencias. Su tesis de la “esencia nominal” recuerda el nominalismo de Occam: clasificamos las cosas a las que damos un mismo nombre haciendo referencia a las cualidades que comparten los individuos de una misma especie. Así, con el término “oro” nos referimos a lo que es amarillo, maleable, fundible, etc., y no al eidos oro; en otras palabras, lo que consideramos la esencia del oro no es más que un nombre al que recurrimos para referirnos a un conjunto de propiedades de una cosa, cuya esencia real –de carácter corpuscular— escapa a nuestra percepción (un “no sé qué” la llama Locke) y cuya existencia no podemos más que postular.

 

George Berkeley (1685-1735)

 

Para  George BERKELEY, la filosofía de Locke encierra una grave incongruencia, pues si lo que percibimos (sentimos y pensamos) no son las cosas, sino nuestras ideas o vivencias, no se comprende cómo puede afirmar que algunas de nuestras sensaciones se parecen a las cualidades primeras de las cosas: ¿cómo ha logrado comparar aquéllas con éstas? El salto que Locke da de las sensaciones a las cosas no es legítimo.

 

Berkeley identifica “ser” con “ser percibido” (esse est percipi), negándole materialidad a la realidad y considerando de este modo que el mundo no es más que el sistema de nuestras percepciones. Ahora bien, como éstas se producen de un modo regular y no son creaciones de nuestro espíritu (que cuando conoce es pasivo), hay que concluir que nuestras vivencias las pone Dios en nuestra alma. De este modo, no sería en la materia donde veríamos las cosas, sino en Dios. Para Berkeley, tiene sentido hablar de dos de las tres sustancias cartesianas (Dios y el yo), pero la res extensa (la materia) ha quedado disuelta en sensaciones.

 

David HUME (1711-1761)

 

David HUME llevará hasta sus últimas consecuencias, con una coherencia implacable, las implicaciones del enfoque psicologista iniciado por Locke y continuado por Berkeley. Así, si la filosofía de este último acaba reduciendo la realidad material del mundo externo a “ideas” o percepciones de nuestra mente, la de Hume acabará negándoles legitimidad a las otras dos sustancias (el yo y Dios). Hume denomina “percepciones” a todas las vivencias del alma, entre las que distingue las “impresiones”, que son los fenómenos psíquicos en los que se me hace presente algo (ahora tengo la impresión de azul: veo el color azul), y las “ideas”, que son fenómenos psíquicos de representación o reproducción (tenía la impresión de azul, y ahora pienso en ella, la recuerdo). Lo que las diferencia es la intensidad: las impresiones son más intensas que las ideas. Como empirista, Hume aceptará como idea verdadera aquélla a la que le corresponda una impresión. En el caso de las ideas complejas de sustancia, causa y yo, lo que hay que hacer es analizarlas en busca de la impresión de la que procede cada una. Hume negará validez a las ideas complejas mencionadas, pues no hallará esa impresión. Si analizamos la idea de sustancia, encontramos que designa el soporte de las cualidades de una cosa, pero, mientras que podemos identificar las impresiones correspondientes a las ideas de tales cualidades (amarillo, fundible, maleable, etc.), no podemos hallar la impresión en la que se nos da el soporte mismo (la sustancia "oro").

 

Al analizar la idea de causa, por ejemplo cuando decimos que A es causa de B, lo que queremos decir es que entre A y B existe un enlace necesario, es decir, que A siempre produce necesariamente B. Pues bien, podemos detectar la impresión de A y la de B, pero no podemos hallar la impresión de la conexión necesaria entre A y B. Lo mismo, respecto al yo: puedo tener impresión de mis distintos sentimientos (ahora siento mi alegría, antes sentía mi desilusión; ahora azul, antes amarillo, etc), todas mis vivencias remiten al yo (las siento mías), pero en ningún momento tengo impresión del yo mismo. Entonces, ¿a qué se debe la regularidad con la que percibo las ideas? ¿Acaso no es porque las cosas, ellas mismas, estén estructuradas de manera regular y dejen de manera regular en mí su huella? No, según Hume. Todas esas ideas son ficciones y, por lo mismo, lo es también la metafísica. Incluso la ciencia, al asentarse sobre el principio de causalidad, no pasa de ser para Hume una ficción originada en la asociación de ideas, cuya regularidad es competencia de la psicología.

Como vemos, Hume ha llevado hasta sus últimas consecuencias los principios del Empirismo, de los que partió Locke: la realidad se ha volatilizado en impresiones, de manera que la regularidad del mundo ha quedado reducida a regularidad psíquica y la ciencia a una creencia más, no más justificable que otras. (JMAD).