El mandato de Auschwitz:

 

No dar victorias póstumas a Hitler

 

Emil L. Fackenheim (1916-2003)

                                                        

Un pensador tan respetable y sobrio como Immanuel Kant todavía podía creer seriamente que la guerra servía a los propósitos de la Providencia. Después de Hiroshima, se sabe que toda guerra es, en el mejor de los casos, un mal necesario. Un teólogo tan piadoso como santo Tomás de Aquino pudo sostener con toda seriedad que los tiranos sirven a fines providenciales, pues si no fuera por ellos no habría oportunidad para el martirio. Después de Auschwitz, cualquiera que usara este argumento sería culpa­ble de blasfemia. Es más, Hiro­shi­ma y Auschwitz parecen haber destruido todo tipo de Provi­dencia […]. Después de estos horribles acontecimientos, ocurridos en el corazón del mundo moderno, ilustrado, tecnológico, ¿pue­de uno seguir creyendo en el Dios que es progreso necesario o en el Dios que manifiesta su poder al modo de una Providencia supervisora?

    […] El trauma de los acontecimientos contemporáneos afecta a to­da creencia religiosa. Sin embargo, es la creencia religiosa judía la que se ve más traumáticamente afectada. El pueblo judío fue el primero en afirmar el Dios de la historia. Ellos han tenido una re­lación única con este Dios, aunque sólo fuera -únicamente en su caso y durante casi cuatro milenios- porque la misma supervi­vencia colectiva estaba ligada a Él. Sin embargo, hoy da la im­presión de que mientras otros creyentes tienen motivos para re­chazar al Dios de la historia, un judío tiene obligación de hacerlo. En Auschwitz, los judíos fueron asesinados, no porque hubieran desobedecido al Dios de la historia, sino porque sus bisabuelos le habían obedecido. Lo hicieron al criar hijos judíos. ¿Osará un judío de hoy continuar obedeciendo al Dios de la historia, y con ello exponerse al peligro de un segundo Auschwitz y, así, exponer a sus hijos y a los hijos de sus hijos? Nunca, dentro o fuera de la historia judía, han tenido los hombres de cualquier lugar una ra­zón tan terrible, tan horrible, para volver la espalda al Dios de la historia.

    Y, sin embargo, antes de dar este paso, sin precedentes en cua­tro milenios de fe judía, el creyente judío ha de hacer una pausa, una larga pausa. A lo largo de toda su existencia, Israel ha estado con el Dios de la historia; a lo largo de toda su existencia, este Dios de la historia –o, al menos, la fe judía en Él- ha cuidado de Israel. ¿Es probable que la crítica racional por sí sola baste para destruir esta fe cuando la historia judía ha sido fecunda en pensa­dares racionalistas?, ¿resulta obvio, sin necesidad de nuevos análisis, que las catástrofes de nuestra época bastan por sí solas para descartar a este Dios, cuando la fe judía ha sobrevivido a muchas tragedias ante­rio­res? Está claro que, antes de juzgar o rechazar la fe judía, debemos escucharla seriamente.

    […] Contemplar o considerar no es lo mismo que actuar o ejecutar. Mu­cho antes de Hitler, el crimen fue contemplado. Hitler lo ejecu­tó. Y la ejecución estaba tan cuidadosamente pla­nea­da, se llevó a cabo tan implacable y sistemáticamente, que apenas cabe dudar de que, si hu­bie­ra ganado la guerra, no quedaría vivo sobre la tierra ni un solo hombre, mujer o niño judío.

    El genocidio nazi del pueblo judío no tiene parangón en la historia judía. Ni tampoco se encontrará un precedente, una vez se hayan hecho con cuidado todas las distinciones necesarias, fuera de la historia judía. Hoy tales distinciones son ignoradas implacablemente. Se habla violenta e indiscriminadamente de genocidio, y un profesor universitario americano rebasa todos los límites de la decencia cuando compara el campus americano con el campo de exterminio de Auschwitz. Pero incluso los casos reales de genocidio difieren del Holo­causto nazi al menos en dos aspectos. Pueblos enteros han sido aniquilados por motivos ‘ra­cionales’ (por horribles que sean) tales como el poder, el territorio, la riqueza y en todos los casos el provecho propio, sea pre­sunto o real. El asesinato nazi del pueblo judío no servía a ningún fin semejante. A menudo se hicieron esfuerzos increíbles para dar caza a un solo judío; Adolf Eichmann no quería parar los tre­nes de la muerte ni siquiera cuando la guerra ya estaba práctica­mente perdida y algunos nazis menos ‘sinceros’ pensaron en pa­rarlos en un esfuerzo por aplacar a los victoriosos aliados. El asesinato nazi de judíos fue un proyecto ‘ideológico’; era la ani­quilación por la aniquilación, el asesinato por el asesinato, el mal porque sí.. ¿Dónde se podrá encontrar, entre todos los criminales, el equivalente de Eich­mann, quien, con el Tercer Reich reducido a ruinas y cenizas, declaró que saltaría riendo a su tumba, pues había enviado a la muerte a millones de judíos?

    Todavía más incontestablemente única que el crimen mismo es la situación de las víctimas. Los albigenses murieron por su fe, creyendo hasta la muerte que Dios necesitaba mártires. Cristia­nos negros han sido asesinados a causa de su raza, pero encon­trando consuelo en su fe. El millón largo de niños judíos asesina­dos en el Holocausto nazi no murieron ni por su fe, ni a pesar de su fe, ni por razones desligadas de la fe judía. Dado que la ley na­zi definía como judío a quien tuviera un abuelo judío, fueron ase­sinados a causa de la fe judía de sus bisabuelos. Si estos bisabue­los hubieran abandonado la fe judía y no hubieran educado a sus hijos en el judaísmo, entonces sus descendientes de la cuarta ge­neración podrían haber estado entre los criminales nazis; no ha­brían estado entre sus víctimas judías. Como Abrahán en la antigüedad, los judíos europeos, en algún momento a mediados del siglo XIX, ofrecieron un sacrificio humano por el mero y mínimo compromiso con la fe judía de educar a sus hijos en el judaísmo. Pero, a diferencia de Abrahán, no supieron lo que estaban haciendo ni hubo luego indulto.

    El régimen de Hitler tenía un instituto de ‘investigación’ sobre la ‘cuestión judía’ que enrolaba a expertos y los dedicaba a la tarea de comprender completamente a los judíos y al judaísmo para así ser capaces de destruirlos completamente. Preguntamos: ¿no habrá tenido éxito en una parte de su objetivo, aunque fracasara en la otra? Hitler no logró matar a todos los judíos, pues perdió la Guerra. ¿Ha logrado destruir la fe judía de los que escapamos?

    Apenas osamos formular tan espantosa pregunta. Y sin embargo la pregunta se nos impone. Los judíos europeos de mediados del XIX ignoraban el efecto que sobre sus descendientes remotos tendría su acción de mantenerse fieles al judaísmo y tener hijos judíos. ¿Y si lo hubieran sabido? ¿Podrían haberse mantenido fieles entonces? ¿Deberían? ¿Y qué hay de nosotros, que conocemos las consecuencias, cuando consideramos la posibilidad de un Segundo Auschwitz dentro de tres generaciones…? (¿Qué preferiríamos que fuesen nuestros bisnietos: víctimas u observadores y ejecutores?) Pero si nosotros dejáramos de ser judíos (y dejáramos de educar a nuestros hijos en el judaísmo), abandonaríamos nuestro puesto milenario como testigos de Dios en la historia.  […]

¿Qué manda la Voz de Auschwitz?

Se prohíbe a los judios proporcionar a Hitler victorias póstu­mas. Se les manda sobrevivir como judíos para que el pueblo judío no perezca. Se les manda recordar a las víctimas de Auschwitz para que su memoria no perezca. Se les prohíbe desesperar del hombre y su mundo, y buscar escapatoria en el cinismo o en el espiritualismo, para que así no contribuyan a entregar el mundo a las fuerzas de Auschwitz. Por último, se les prohíbe desesperar del Dios de Israel, no sea que el judaís­mo perezca. Un judío laicista no puede hacerse creyente por un mero acto de voluntad, ni se le puede mandar que lo ha­ga ... Y un judío religioso que ha permanecido con su Dios puede verse forzado a nuevas relaciones con Él, acaso revo­lucionarias. Sin embargo, hay una posibilidad que es com­pletamente impensable. Un judío no puede responder al in­tento de Hitler de destruir el judaísmo cooperando también él en esa destrucción. En tiem­pos antiguos, el pecado judío in­concebible era la idolatría. Hoy es responder a Hitler hacien­do su trabajo. […]

 

[…] Ningún laicista judío de hoy puede seguir esperando y trabajando por la humanidad como si Auschwitz no hubiera ocurrido, recayendo en creencias laicistas de ayer como que el hombre es bueno, el progreso real y la fraternidad inevitable. Pero tampoco puede, amparándose en Auschwitz, desesperar de la fraternidad humana y dejar de esperar y de trabajar por ella. ¿Cómo arrostrar Auschwitz y no desesperar? ¿Cómo esperar y trabajar, y no actuar como si Auschwitz no hubiera ocurrido? Tanto olvidar como desesperar está prohibido. […]

    Después de Auschwitz, ¿sigue siendo el judío testigo ante las naciones? Y de ser así, ¿cuál es su testimonio? Ya la primera de estas preguntas está llena de peligros. Nos abstenemos de una respuesta afirmativa por miedo a asfixiar deseos de pura supervivencia y de normalidad elemental bajo el peso de cargas innecesarias o imposibles de sobrellevar. Pero más todavía nos guardamos de dar una respuesta negative, no vaya a ser que cercenemos alguna parte del pasado judío, quebremos parentescos del presente, o neguemos u oscurezcamos el significado universal del destino judío contemporáneo.

    Pero si apenas osamos contester a la primera pregunta, ¿qué podremos decir de la segunda? El mundo, que es un lugar desolado para los judíos después de Auschwitz, se está convirtiendo cada vez más en un lugar desolado para todos los hombres. La esperanza va siendo desbordada por la desesperación, el amor por el odio, el mandamiento por la pérdida de dirección, y nunca se aleja de nuestra conciencia el espectro de un holocausto nuclear –el Auschwitz universal-. Ésta es una época en la que antiguos creyentes buscan refugio en el siglo, al igual que antes los laicistas seguros de sí mismos buscaban dioses viejos o nuevos. El único elemento universal parece ser la evidente falta de voluntad o de capacidad para aguantar en la presente crisis mundial; para cuidar y alimentar lo que es preciso que se salve cuando los cimientos se conmueven; para trabajar y esperar con insobornable tozudez en favor de un tiempo en el que nuestra crisis presente haya pasado y una edad nueva, posiblemente posreligiosa y poslaicista, esté a la vista.

El judío posterior a Auschwitz da testimonio de resistencia. Le singularizan contradicciones que, en este mundo nuestro posterior al Holocausto, son contradicciones de alcance mundial. Da testimonio de que sin resistencia pereceremos todos. Da testimonio de que podemos resistir porque debemos resistir; y de que debemos resistir porque se nos ha mandado resistir. (Emil Ludwig Fackenheim, La presencia de Dios en la historia).

Sello septiembre

Al 2º mini-Congreso sobre la Shoá: canción e historia

Antisemitismo, darwinismo socio-racial y eugenesia

(Cronología comentada entre 1900 y 1933)

Matar niños.

Un relato verídico

(Jean-François Forges)

Conversación en los montes Adirondack

Elie Wiesel

(adaptacion)

Heinrich Himmler

Discurso en Poznan el 6 de octubre de 1943

¿Por qué hay que estudiar el Holocausto?

Zygmunt Bauman

La visión del Judaísmo (Baruj Garzón)

6 preguntas

6 respuestas

(Mémorial de la Shoah de Paris)

Preguntas frecuentes sobre la Shoá

(Holocaust Museum Houston)

Theodor W. Adorno

La educación después de Auschwitz

Las tres formulaciones del Imperativo kantiano en la FMC

(Jesús María Ayuso)

Emmanuel Levinas

Escritos inéditos I (Cuadernos del cautiverio, Escritos sobre el cautiverio, Notas filosóficas diversas),

Trotta editorial, 2013

 

Entrevista radiofónica a Miguel García-Baró (editor de la obra)

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