Grupo, empatía y moralidad

 

Frans de Waal (1948)

 

¿Qué es la empatía?

 

Los animales sociales necesitan coordinar acciones y movi­mientos, responder colec­ti­va­mente a situaciones de peligro, comu­ni­carse sobre la comida y el agua, y ayudar a quienes lo necesitan. La sensibilidad o grado de respuesta a los estados de com­por­tamiento de sus congéneres va desde la bandada de pája­ros que emprende el vuelo todos a una porque uno de ellos se ha asustado ante la presencia de un predador, hasta una madre simio que vuelve hacia una cría lloriqueante para ayudarla a ir de un árbol a otro convirtiendo su cuerpo en un Puente entre los dos. El primer caso es una transmisión del temor similar a un reflejo que posiblemente no implique una com­pren­sión de lo que motivó la reacción inicial, pero que es sin lugar a dudas adaptativo. Un pájaro que no emprenda el vuelo al mismo tiempo que el resto de la bandada podría convertirse en presa. La presión en la se­lección para prestar atención a los demás ha debido de ser enorme. El ejemplo de la madre-simio es más selectivo, ya que implica la ansiedad de oír llorar a la propia descendencia, una evaluación de los motivos de su aflicción y un intento por mejorar la situación.

    Existen numerosos ejemplos de primates que acuden en auxilio de otros en el trans­curso de una pelea, rodeando con su brazo a la vícti­ma de un ataque, u ofre­cien­do otras respuestas emocionales al dolor de otras […]. De hecho, se cree que prác­ti­ca­mente toda la comunicación entre primates no humanos está emocionalmente me­dia­tizada. Nos resulta familiar el papel central que las emociones tienen en las ex­pre­sio­nes faciales humanas, pero cuando se trata de monos y simios -que cuentan con una colección de expresiones homólogas- las emociones parecen igualmente im­por­tantes.

Cuando el estado emocional de un individuo hace que otro adop­te un estado igual o similar, hablamos de “contagio emocional”. Aun cuando dicho contagio es sin lugar a dudas un fenómeno básico, va más allá del hecho de que un individuo se vea afec­ta­do por el estado de otro: los dos individuos a menudo se implican en una inter­ac­ción directa. Así un niño que haya sido recha­zado podrá tener una pata­leta ante su madre, o un socio preferente puede mendigar comida de otro que la tenga mediante movimien­tos, vocali­za­ciones y expresiones faciales que lleven a la compasión. En otras palabras, los estados emocionales y motivaciones a menu­do se manifiestan a través de compor­ta­mientos específicamente di­rigidos a un compañero.

    Con la creciente diferenciación entre el yo y el otro, así como una creciente apre­cia­ción de las circunstancias precisas que subyacen en los estados emocionales de los demás, el contagio emocional se convierte en empatía. La empatía comprende –y no podría haber surgido sin- el contagio emocional, pero va más allá que éste al colocar una serie de filtros entre el estado del otro y el propio. En los humanos, comenzamos a añadir estas capas cognitivas hacia los 2 años de edad aproximadamente.

 

Dos mecanismos relacionados con la empatía son la compasión y la angustia personal, que en sus consecuencias sociales se oponen mutuamente. La empatía se define como “una respuesta afectiva consistente en albergar sentimientos de pesar o preocupación por otro en una situación de necesidad o angustia (más que sentir la misma emoción). Se cree que la com­pasión lleva implícita una motivación altruista y orientada hacia el otro” (Eisenberg). La angustia personal, por el con­tra­­rio, hace que la parte afectada busque el alivio de su propio dolor, similar al que ha percibido en el objeto. La angustia personal no se preocupa, por tanto, de la situación de ese otro que induce a la empatía. De Waal ofrece un sorprendente ejemplo entre primates: los gritos de una cría de mono rhesus que haya sido dura­men­te castigada o rechazada provoca a menudo que otras crías se aproximen, se abra­­cen, se monten o incluso hagan una pila encima de la víctima. Así el dolor de una cría parece extenderse a sus compañeros, que buscan posteriormente el contacto para calmar su propia excitación. Mientras la angustia personal carezca de una eva­lua­ción cognitiva y de comple­men­tariedad en la conducta, no irá más allá del nivel del con­tagio emocional.

 

El hecho de que la mayoría de los libros de texto actuales sobre la cognición ani­mal no conten­gan en sus índices ninguna acepción dedicada a la empatía o a la com­pa­sión no significa que estas capacidades no sean parte esencial de la vida de los animales; simplemente, significa que la ciencia, tradi­cionalmente concentrada en las capacidades individuales más que en las inter­in­dividuales, las ha pasado por alto. El empleo de herra­mientas y la competencia numérica, por ejemplo, son vistos como una señal de inteligencia, mientras que el trato apropiado con los demás no lo es. Es sin embargo evidente que la supervivencia a menudo depende de cómo los animales se las apañen dentro de su propio grupo, tanto en un sentido coope­rativo (por ejemplo, mediante la ac­ción concertada o la transferencia de infor­mación) como en un sen­tido competitivo (por ejemplo, las estrategias de dominación o el engaño). Es en el terreno de lo social, por tanto, donde uno espera en­contrar los logros cognitivos más importantes. La selección debe de ha­ber favorecido aquellos mecanismos que eva­lúen los estados emo­cionales de los otros y respondan con rapidez a los mismos. La empatía es precisamente uno de esos mecanismos.

En el comportamiento humano, se da una relación muy estrecha entre empatía y compasión, y su expresión es el altruismo psicológico. Es razonable asumir que las respuestas altruistas y bondadosas de otros animales, espe­cialmente entre los mamí­fe­ros, están basadas en mecanismos similares. Cuando Zahn-Waxler visitó varios ho­ga­res con la intención de des­cubrir cómo los niños respondían ante miembros de su fa­milia que ha­bían recibido instrucciones para fingir tristeza (mediante sollozos), dolor (llorando) o angustia (fingiendo que se asfixiaban), descubrió que los niños de poco más de 1 año ya consolaban a los demás. Dado que las expresiones de compasión emer­gen a una edad temprana en prácticamente todos los miembros de nuestra es­pe­cie, son tan natu­rales como dar nuestros primeros pasos. Una consecuencia cola­te­ral de este estudio, sin embargo, fue que los animales de la casa parecían tan pre­ocu­pa­dos como los niños ante la “angustia” de los miembros de la familia. Giraban a su alrededor o ponían la cabeza en su regazo.

 

Las respuestas a las emociones de los demás, enraizadas en un sentimiento de  apego y en lo que Harlow denominó “el sistema afectivo” se dan con frecuencia entre los ani­males sociales. Así, la evidencia psicológica y de la con­ducta sugiere la existencia del contagio emocional en una variedad de especies […]. La inte­resante bibliografía escrita por psicólogos experimentales aparecida en las dé­cadas de 1950 y 1960 colocó entre comillas términos como “empatía” y “compa­sión”. En aquel entonces, hablar de las emociones animales era tabú. En un ensayo provoca­ti­va­mente titulado “Reacciones emocionales de las ratas al dolor de los otros”, Church estableció que ratas que habían aprendido a apretar una palanca para conseguir comida dejaban de hacerlo si a su respuesta le acompañaba una descarga eléctrica que fuera visible para una rata vecina. Aun cuando esta inhibición se convirtió rápidamente en hábito, sugería cierto nivel de aversión hacia las reacciones dolorosas de los demás. Quizá tales reacciones estimularon las emociones negati­vas de las ratas que fueron testigos del hecho.

    Los monos muestran un nivel de inhibición mayor que las ra­tas. La prueba más atractiva de la fuerza de la empatía en los monos la encontramos en Wechkin y Masserman. Descubrieron que los monos rhesus se niegan a tirar de una cadena que les trae comida si con ello causan una descarga a un compa­ñe­ro. Un mono dejó de tirar durante cinco días y otro durante doce después de ver que uno de sus compa­ñe­ros sufría una descarga. Estos monos estaban, literalmente, murién­dose de hambre con tal de evitar hacerse daño mutuamente. Un sacrificio seme­jante guarda relación con el estrecho sistema social y la vinculación emocional existente entre estos maca­cos, como se evidencia en el hecho de que la inhibición para no dañar al otro era más pronunciada entre individuos que se conocían entre sí que entre desconocidos.

A pesar de que estos estudios tempranos sugieren que, al com­portarse de deter­mi­nada manera, los animales intentan aliviar o evi­tar el sufrimiento en los demás, no queda claro si las respuestas es­pontáneas hacia sus sufridos congéneres se explican mediante: a) la aversión a las señales de angustia y dolor de los otros; b) la angustia personal generada mediante contagio emocional; o c) motivaciones verdaderamente basadas en la ayuda. El trabajo con primates no humanos nos ha proporcionado más infor­mación. Algunos de los indicios son cualitativos, pero también existen datos cuantitativos sobre las reacciones de empatía.

 

Anécdotas para ponerse en el lugar del otro

 

[…] La empa­tÍa entre primates es un área tan rica que permitió a O'Connell realizar un análisis del contenido de miles de informes cualitativos. Esta investigadora llegó a la conclusión de que las respuestas al su­frimiento de otros parecen notable­men­te más complejas en los si­mios que en los monos. Para mostrar la fuerza de la res­puesta empática de los simios, Ladygina-Kohts pone el ejemplo de su joven chim­pan­cé Joni: la mejor manera de hacerle bajar del tejado de su casa (mejor que cual­quier forma de castigo o recompensa) era apelando a su compasión:

    Si finjo estar llorando, cierro mis ojos y sollozo, Joni inmediatamente deja de jugar o de hacer lo que esté haciendo y corre rápidamente ha­cia mí, muy excitado y desgreñado, desde el rincón más re­moto de la casa, como por ejemplo el tejado o el techo de su jaula, de donde no podía hacerle bajar a pesar de mis persistentes ruegos para que lo hi­ciera. Corretea a mi alre­de­dor con impaciencia, co­mo si estuviera bus­cando al culpable; mirándome a la cara, toma con suavidad mi men­tón entre sus ma­nos, me toca la cara levemente con el dedo, como si intentara comprender qué ocurre, y se da la vuelta, apretando los de­dos de los pies en forma de puño (Ladygina-Kohts).

De Waal sugiere que además de la conexión emo­cional, los simios muestran aprecio por la situación de los demás y adoptan un cierto nivel de toma de perspectiva. De modo que la principal diferencia entre monos y simios no está en la empatía en sí, sino en los recubrimientos cognitivos que permiten a los simios adoptar el punto de vista del otro. En este sentido, tene­mos el sorprendente ejemplo de una hembra bonobo empatizando con un pájaro en el zoo de Twycross, Inglaterra:

    Un día, Kuni capturó un estornino. Temiendo que la bonobo po­dría molestar al aturdido pájaro, que aparentaba no haber sufrido he­ridas, el guardián pidió a la bonobo que lo dejara ir. Kuni cogió al es­tornino con una mano y escaló hasta el punto más elevado del árbol más alto, rodeando el tronco con sus piernas y así tener las dos manos libres para agarrar al pájaro. Entonces, desplegó sus alas con mucho cuida­do y las abrió, un ala en cada mano, antes de arrojar al pájaro con tan­ta fuerza como le fue posible hacia la verja del cercado. Des­graciada­mente, se quedó corta y el pájaro aterrizó a orillas del foso, donde Kuni la protegió durante largo tiempo frente a la mirada curiosa de un jo­yen (De Waal, 1997a, pag. 156).

 

La acción de Kuni habría sido evidentemente inapropiada de haberla realizado con un miembro de su propia especie. Al haber visto volar a los pájaros en multitud de oca­siones, Kuni parecía haber desarrollado la noción de lo que podía ser bueno para un pájaro, ofreciendo así una versión antropoide de la capacidad para la em­patía descrita de forma tan perdurable por Adam Smith (1759) como un “ponerse en el lugar del que sufre”. Quizás el ejemplo más notable de esta capacidad sea el caso de un chimpancé que […] parecía entender las intenciones de otro chim­pancé y le proporcionaba asistencia específica:

    Durante un invierno en el zoo de Arnhem, después de limpiar los pasillos y antes de soltar a los chimpancés, los guardianes regaron con mangueras todos los neumáticos de goma en el recinto y los fueron colgando uno a uno de un tronco horizontal que se extendía desde la estructura para la escalada. Un día, Krom se interesó por uno en el que quedaba algo de agua. Desgraciadamente, este neumático en con­creto estaba al final de la hilera, con otros seis o más colgando por delante. Krom no hacía más que tirar y tirar del neumático que quería, pero no podia arrancarlo del tronco. Empujó el neumático hacia atrás, pero entonces topó con la estructura para la escalada y tampoco era possible moverlo. Krom trabajó en vano para solucionar el problema durante más de diez minutos, siendo ignorada por todos menos por Jakie, un chimpancé de 7 años de edad a quien Krom había cuidado en su infancia.

    Inmediatamente después de que Krom se diese por vencida y se alejara, Jakie se aproximó. Sin dudarlo, fue sacando los neumáticos uno a uno del tronco, empezando por el que estaba delante, siguiendo por el segundo y así sucesivamente, como haría cualquier chimpancé sensato. Cuando llegó al ultimo neumático, lo retiró cuidadosamente para que no se perdiera ni una gota de agua, lo llevó directamente hasta su tía y lo colocó justo delante de ella. Krom aceptó su regalo sin ningún reconocimiento especial, y estaba retirando el agua con las manos cuando Jakie se marchó (adaptado de De Waal, 1996).

 

    El hecho de que Jakie ayudara a su tía no tiene nada de raro. Lo especial es el hecho de que Jakie adivinó con exactitud lo que que­ría Krom. Entendió cuál era el obje­tivo de su tía. Esta ayuda denominada “focalizada” o de tipo selectivo es típica de los simios, pero o es rara o no se da en otros animales. Se define como un compor­ta­miento altruista ajustado a las necesidades específicas del otro aun en situaciones no­ve­dosas, como ocurrió en el publicitado caso de Bimi Jua, una gorila hembra que res­ca­tó a un niño en el zoo Brookfield de Chicago […]. Un experimento reciente ha de­mos­trado la existencia de un tipo de ayuda selectiva entre chimpancés jóvenes […].

Es importante señalar la importancia de la increíble fuerza de la respuesta del simio, que hace a estos animales adoptar grandes ries­gos a favor de otros. Si bien en un reciente debate sobre los orígenes de la moralidad, Kagan creyó obvio que un chimpancé nun­ca saltaría a un lago para salvar a otro, citaremos a Goodall en esta cues­tión:

En algunos zoos, los chimpancés son custodiados en islas artifi­ciales, rodeadas de fosos llenos de agua. Los chimpancés no pueden nadar y,  a menos que sean rescatados, se ahogarían si caen en aguas profundas. A pesar de esto, existen individuos que en ocasiones han realizado es­fuerzos heroicos para salvar a sus compañeros, a veces con éxito. Un macho adulto perdió la vida mientras intentaba rescatar a un bebé cuya incompetente madre lo había dejado caer al agua.

 

    Los únicos otros animales con un catálogo similar de respuestas son los delfines y los elefantes. También en este caso, las pruebas son fun­damentalmente descriptivas; y aun así, resulta difícil aceptar como mera coinci­den­cia el hecho de que los científicos que han obser­vado a estos animales durante un periodo deter­minado de tiempo tengan un número tan elevado de ejemplos, mientras que los cien­tí­ficos que han observado otro tipo de animales tengan tan pocos, por no decir ninguno.

 

La práctica del consuelo

 

    Esta diferencia de empatía entre monos y simios se ha visto confir­mada por los estudios sistemáticos de un tipo de comportamiento co­nocido como “consuelo” […]. Definimos la práctica del consuelo como el alivio que un espectador no involucrado ofrece a uno de los contrincantes inmersos en un incidente de agresión. Por ejemplo, un tercero acude al perdedor de una pelea y con suavidad le rodea con su brazo sobre los hombros (ver foto). El Consuelo no debe confundirse con la reconciliación entre antiguos enemigos, que parece más bien motivada por el interés propio, como por ejemplo la imperio­sa necesidad de restaurar una relación social alterada. La ventaja del consuelo para el agente no es en absoluto clara. El agente podría probablemente marcharse de la escena sin consecuencias negativas. […] Si los contactos con terceros sir­ven para aliviar la angustia de los partici­pan­tes en un conflicto, es­tos contactos deberían ir dirigidos hacia los receptores de la agresión antes que a los agresores, y en mayor medida hacia los receptores de una agresión intensa más que leve. Comparando el contacto con ter­ceros en los niveles base, los investigadores encontraron indicios que apoyaban ambas posturas.

Así pues, la existencia del consuelo únicamente se ha demostra­do hasta el momento para el caso de los grandes simios. Cuando De Waal y Aureli se propusieron aplicar exacta­mente el mismo método de observación utilizado con chimpancés para detectar la práctica del consuelo en los macacos, no pudieron encontrar indi­cios de la misma. Esto constituyó toda una sorpresa, porque los estudios sobre la reconciliación, que básicamente utilizan el mismo método de recolección de infor­mación, han demostrado la existencia de la reconciliación en una especie tras otra. ¿Por qué, entonces, estaría la práctica del consuelo limitada a los simios?

    Es posible que la empatía cognitiva no pueda alcanzarse sin un alto grado de auto­con­ciencia. Prestar ayuda en respuesta a situaciones concretas y a veces novedosas podría requerir una distinción entre el yo y el otro que permita que la situación del otro se divorcie de la pro­pia, al tiempo que se mantiene el vínculo emocional que motiva el compor­ta­miento. En otras palabras, para comprender que la fuen­te de la excitación vicaria no es uno mismo sino el otro, y entender las causas del estado de ese otro, es necesario esta­ble­cer una clara distinción entre el otro y uno mismo. Basándose en estas suposiciones, Gallup fue el primero en teorizar acerca de la conexión en­tre la empatía cognitiva y el autorreco­no­cimiento ante el espejo [en inglés, Mirror Self-Recognition o MSR]. Esta idea es apoyada tanto desde el punto de vista del desarrollo, debido a la correlación existente entre la emer­gencia del reconocimiento ante el espejo en niños pequeños y su tendencia a prestar ayuda, como filogenéticamente, debido a la presencia de complejas prácticas de consuelo y ayuda entre homínidos (por ejemplo, humanos y simios), pero no entre los monos. Los homínidos son también los únicos primates capaces de autorreconocerse ante el espejo.

 

Anteriormente, he sostenido que además de la práctica del consuelo, la ayuda focalize­da refleja la empatía cognitiva. Dicha forma de ayuda se define como un comportamiento altruista ajustado a las necesidades específicas del prójimo en situaciones nuevas, tales como la previamente descrita reacción de Kuni hacia el pájaro o el rescate de un niño por parte de Binti Jua. Estas respuestas exigen una com­prensión de la situación de dificultad específica en la que se halla el individuo que precisa ayuda. Dados los indicios que apuntan a la existencia de la ayuda focalizada entre delfines, el reciente descubrimiento del autorre­co­nocimiento delante del espejo en estos mamíferos apoya la conexión pro­puesta entre una mayor autoconciencia, por un lado, y la empatía cognitiva, por otro.

 

El modelo de la muñeca rusa

 

La bibliografía existente incluye ejemplos de la empatía como un asunto cognitivo, hasta el punto de que los simios, por no hablar de otros animales, probablemente carecen de ella. Este punto de vista equipara la empatía a la atribución de un estado mental en los demás, y la teoría de la mente o meta-cog­nición. La postura contraria ha sido, sin embargo, defendida más recien­te­mente en relación con los niños autistas. Frente a anterio­res suposiciones de que el autismo reflejaría un déficit metacogniti­vo, el autismo es perceptible mucho antes de los cuatro años, que es cuando la teoría de la mente generalmente apa­rece. Williams y otros sostienen que el déficit principal del autismo afecta al nivel socio­-afec­tivo, que a su vez tiene un efecto negativo sobre formas sofisticadas de percepción inter­personal, tales  como la teoría de la mente o meta­-cog­nición. Así, se ve la meta-cog­nición como un rasgo derivativo, cuyos antecedentes requieren una mayor atención.

 

Preston y De Waal sugieren que en el centro de la capa­cidad para sentir empatía se encuentra un mecanismo relativamen­te sencillo que permite al observador (el «sujeto») acceder al estado emocional del prójimo (el «objeto») a través de las representaciones neu­rales y corporales del propio sujeto. Cuando el sujeto presta aten­ción al estado del objeto, las representaciones neurales del primero de estados similares se activan automá­ti­ca­mente. Cuanto más cercanos y parecidos sean sujeto y objeto, más fácil será que la per­cepción del sujeto active respuestas motoras y autonómicas que coincidan con las del objeto (por ejemplo, cambios en el pulso cardiaco, la conducti­vidad de la piel, la expresión facial o la postura corporal). Esta activación permite al sujeto “ponerse en la piel” del objeto, compartiendo sus sentimientos y necesidades, lo cual promueve a su vez la simpatía, la compasión y la capacidad de ayuda. […]

    La idea de que percepción y acción comparten representaciones no es nueva: se retrotrae al primer tratado sobre el Einfühlung, un concepto alemán que se tradujo al inglés como «empatía». Cuando Lipps (1903) hablaba de Einfühlung, que literal­mente significa «sentir en», estaba especulando sobre el innere Na­chahmung (o mimetismo interno) de los sentimientos ajenos en el mismo sentido propuesto por el mecanismo de percepción-acción o MPA. Así pues, la empatía es un proceso rutinario involuntario, como demuestran los estudios electromiográficos de las contrac­ciones invisibles de los músculos faciales como respuesta a expre­siones faciales humanas. Estas reacciones están plena­men­te auto­matizadas y se dan aun cuando las personas no son conscientes de lo que han visto. Las explicaciones que ven la empatía como un proceso cognitivo superior descuidan estas reacciones instintivas, que son demasiado rápidas como para estar sometidas a un control consciente.

 

Los mecanismos de acción-percepción son bien conocidos en los procesos de percep­ción motora, lo que obliga a los investigadores a presuponer la existencia de procesos si­mi­la­res que subyacen en la percepción emotiva. Los datos su­gie­ren que tanto la observación como la ex­perimentación de las emociones implica una serie de sus­tratos psi­co­lógicos compartidos: ver el desagrado o el dolor del prójimo es muy parecido a sentirlo. La comu­ni­ca­ción afectiva también crea estados psicológicos parecidos en el sujeto y el objeto. En resumen, la actividad psicológica y neural humana no ocurre de forma aislada, sino que está íntima­mente conectada a, y se ve afectada por, los demás seres humanos. Estudios recientes sobre la base neural de la empatía apoyan el MPA.

    De Waal ha descrito el modo en que las formas sencillas de la empatía se relacionan con las más complejas como una muñeca rusa. Así, la empatía cubre todas las formas del estado emocional de un individuo que afectan a otros, y que contiene en su núcleo me­ca­nismos básicos y otros mecanismos más avanzados, así como habilidades cognitivas en sus capas extemas (ver figura).

 

 

Atribución

Se adopta plenamente la perspectiva del prójimo

 

Empatía cognitiva

Se evalúa la situación y las razones de las emo­ciones ajenas

 

Contagio emocional

Impacto emocional automático

 

 

Figura.- Según el Modelo de la Muñeca Rusa, la empatía abarca todos los pro­cesos conducentes a los estados emocionales relacionados tanto en el sujeto como en el objeto. En su núcleo reside un Mecanismo de Percepción-Acción (MPA) que inmediatamente se traduce en una equiparación entre individuos inmediata y a me­nudo inconsciente de sus respectivos estados. Los niveles más elevados de la em­patía que parten de esta base genéticamente programada incluyen la empatía cog­nitiva (por ejemplo, entender las razones de las emociones del prójimo) y la atribución del estado mental (por ejemplo, adoptar por entero la perspectiva ajena). EI Mode­lo de la Muñeca Rusa sostiene que las capas exteriores necesitan de las interiores. Extraído de De Waal (2003)]

 

    El autismo podría verse reflejado en las capas externas de la muñeca rusa que estu­vie­ran defectuosas, pero tales defectos invariablemente nos devolverían a deficiencies de capas internas.

    Esto no quiere decir que los niveles de empatía cognitivamente más elevados sean irre­le­­vantes, pero éstos se construyen sobre esta base firme y predeterminada sin la cual esta­ría­mos perdidos ante las motivaciones de los demás. Por supuesto, no toda la empatía puede reducirse al contagio emocional, pero no puede existir sin él. En el núcleo de esa muñeca rusa, nos encontramos con un estado emo­cional inducido por un mecanismo de percepción-acción (MPA) que se corresponde con el estado del objeto. En un segundo nivel, la empatía cognitiva lleva implícita una evaluación de la situación de di­ficultad ajena. El sujeto no sólo responde a las señales que emite el objeto, sino que busca comprender las razones que le llevan a emitirlas, buscando pistas en el comportamiento y la situación del prójimo. La empatía cognitiva hace posible ofrecer un tipo de ayuda focalizada que tiene en cuenta las necesidades específicas del otro (ver figura). Estas respuestas van mucho más allá del con­tagio emocional, pero aún así resultarían difíciles de explicar sin la mo­tivación proporcionada por el componente emo­cional. Sin él, estaríamos tan desconectados como el personaje de Mr. Spock en Star Trek, que constantemente se preguntaba por qué los demás sien­ten lo que dicen sentir.

 

Figura.- La empatía cognitiva (es decir, la empatía combinada con una evalua­ción de la situación del prójimo) permite ofrecer un tipo de ayuda adecuada a las necesidades del otro. En este caso, una madre chimpancé extiende el brazo para ayudar a su hijo a bajar del árbol después de que éste haya gritado y se lo haya su­plicado (véase la posición del brazo). Es posible que la ayuda focalizada requiera una distinción entre el yo y el otro, habilidad que también se cree que subyace en el autorreconocimiento frente al espejo y que se encuentra en humanos, simios y del­fines. Fotografía del autor [Franz De Waal].

 

    Mientras que los monos (y muchos otros mamíferos sociales) pa­recen poseer clara­men­te la capacidad del contagio emocional y un cierto nivel de ayuda focalizada, el segundo fenómeno no se da con tanta fuerza como entre los grandes simios. Por ejemplo, en el parque para monos Jigokudani de Japón, los guardas mantienen a las maca­cos primerizas alejadas de los manantiales de agua caliente porque la experiencia dice que estas hembras pueden ahogar accidentalmente a sus crías, al no prestarles atención cuando se sumergen en los es­tanques. Aparentemente, esto es algo que las madres mono apren­den con el tiempo; se demuestra así que no adoptan la perspectiva de su descendencia de forma automática. De Waal atribuyó su cambio de comportamiento a un «ajuste en el aprendizaje», distinguiéndolo de la empatía cognitiva que es más típica de simios y hu­manos. Las madres simio responden inmediata y apropia­damente a las necesidades específicas de sus crías. Por ejem­plo, tienen mucho cuidado de mantenerlas alejadas del agua, y se apresuran a alejarlas de allí si se acercan.

 

    En conclusión, la empatía no es un fenómeno que pueda ser vis­to en términos de blanco o negro: cubre un amplio espectro de pa­trones de vinculación emocional, desde los más simples y automá­ti­cos hasta los más sofisticados. Parece lógico intentar comprender en pri­mer lugar las formas más básicas de la empatía, que de hecho están muy extendidas, antes de ocu­par­nos de las variaciones que la evolución cognitiva ha ido construyendo sobre esta base. (Frans De Waal, Primates y filósofos. La evolución de la moral del simio al hombre).

Frans de Waal

Primates y filósofos

Editorial Paidós

2007

Algunos experimentos

Tres ejemplos de medio vital o mundo circundante.

El medio vital

   a) Texto de Ortega y Gasset

 

   b) Texto sobre J. von Uexkull

El símbolo rompe el "círculo funcional"

(Ernst Cassirer)

Paisaje con grano de arena

(poema de Wislawa Szymborska)

 

Ensimismamiento y alteración

(José Ortega y Gasset)

Gramática creativa

(George Steiner)

¿Qué es actuar deliberadamente?

(Christine Korsgaard)

 

La Razón: la inteligencia que aspira a la universalidad

(José Antonio Marina)

La inteligencia humana es creadora

(José Antonio Marina)

¿Por qué nos asusta tanto ser libres? (Erich Fromm)

Mecanismo del chivo expiatorio (René Girard)