Miedo a la insignificancia

 

Agustín Domingo Moratalla

 

Estos días se habla mucho de los jóvenes universitarios, no sólo por el macrobotellón organizado en las instalaciones del puerto de Valencia sino por el incremento de las  tasas, la reforma de los estudios o sus dificultades para conseguir un empleo cualificado en su propio país. Casi todos los analistas olvidan que se trata de la primera generación global que se enfrenta a desafíos psicológicos nuevos para los que sus padres no están preparados. No nos prepararon para afrontar la nueva patología de esta generación: el miedo a la insignificancia.

Si alguno de los lectores comparte facebook con sus hijos, es aceptado como amigo sin restricciones en el Tuenti, o tuitea habitualmente con sus hijos, habrá comprobado que su número de seguidores o amigos es mucho mayor que el nuestro. Tienen los pulgares adaptados para enviar mensajes a una velocidad muy superior a la nuestra y se mueven por las redes o pantallas como peces en el agua. Si durante una comida no les han llamado, no les han actualizado el perfil o no han respondido a varios correos, parece como si su vida no tuviera sentido. Aguantar en clase sin utilizar el móvil se ha convertido en un desafío que muy pocos héroes juveniles son capaces de afrontar.

Este acceso instantáneo al mundo global genera problemas de madurez relacionados con la imagen que tienen de sí mismos. El psicólogo Carlo Strenger presentó una investigación donde ha demostrado cómo el miedo a la insignificancia se ha extendido entre las nuevas generaciones. Miedo que tiene su origen en el acceso inmediato a un mundo global por el que nos comparamos con las personas más importantes del mundo.

Cuando nuestros hijos se comparan con historias de éxito que les ofrecen las industrias de info-ocio, se genera en ellos una ansiedad creciente, aspiran a ser Steve Jobs, Angelina Jolie u otra celebridad global. Si a ello añadimos que la cultura mediática actual sobrevalora la juventud y desprecia actividades tradicionales que no conducen a la fama o el éxito financiero, entonces nos explicamos por qué están seducidos por el éxito precoz y no por una cultura del esfuerzo y el trabajo. Para superar este miedo hace falta un cambio de mentalidad con la que recuperar los sonidos del silencio y atreverse a reivindicar cierta autoestima que emerge con el revolucionario ejercicio de la desconexión. (A. Domingo Moratalla. Diario Las Provincias, viernes, 27 de Abril de 2012).

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