El manifiesto del Partido Comunista
 
Karl Marx (1818-1873) y Friedrich Engels (1820-1895)
 
 
   [I] Un fantasma recorre Europa, el fantasma del comunismo. Contra este fantasma se han coaligado en santa jauría todos los poderes de la vieja Europa, el Papa y el Zar, Metternich y Guizot, los radicales franceses y los policías alemanes. 
    ¿Dónde hay hoy un partido de la oposición a quien sus adversarios en el gobierno no le lancen la infamante acusación de comunista? Y ¿dónde hay un partido de oposición que no fulmine con este reproche oprobioso tanto a los oponentes más avanzados como a sus adversarios de la reacción? 
    De este hecho se desprenden dos consecuencias:
    Que el comunismo es ya reconocido como un poder por todos los poderes europeos.
    Que ya ha llegado el momento de que los comunistas expongan públicamente y ante el mundo entero sus concepciones, objetivos y tendencias y salgan al paso de las fábulas en torno al fantasma del comunismo con un manifiesto de su propio partido.
    Con este propósito se han reunido en Londres comunistas de las más diversas nacionalidades y han redactado este manifiesto que se publicará en las lenguas inglesa, francesa, alemana, italiana, flamenca y danesa.
 
Capítulo I
Burgueses y proletarios [1]
 
[II]  La historia de todas las sociedades humanas habidas hasta hoy ha sido la historia de la lucha de clases.
    Hombre libre y esclavo, patricio y plebeyo, barón y siervo de la gleba, maestro y oficial del gremio, en una palabra, opresores y oprimidos se enfrentaron en perpetuo antagonismo, librando una lucha incesante, a veces encubierta y a veces franca, lucha que se saldó en cada caso con una transformación revolucionaria de toda la sociedad o bien con el hundimiento conjunto de las clases enfrentadas.
    En épocas anteriores de la historia hallamos en casi todas partes una completa articulación orgánica de la sociedad en diversos estamentos, una variada gradación jerárquica de las posiciones sociales. En la antigua Roma hallamos a los patricios, los caballeros, los plebeyos y los esclavos. En la Edad Media a los señores feudales, a los vasallos, a los maestros y oficiales gremiales y a los siervos de la gleba, aparte de que casi todas estas clases tienen su propia jerarquía interna.
 
    La moderna sociedad burguesa, surgida de las ruinas de la sociedad feudal, no ha suprimido los antagonismos de clase. Lo único que ha hecho es establecer nuevas clases, nuevas condiciones de opresión y nuevas formas de lucha en substitución de las anteriores.
    Nuestra época, la época de la burguesía, se caracteriza, sin embargo, por el hecho de haber simplificado estos antagonismos de clase. Paso a paso, el conjunto de la sociedad se va escindiendo en dos grandes campos enemigos, en dos grandes clases directamente enfrentadas: la burguesía y el proletariado.
 
[III]    De los siervos de la gleba medievales fueron surgiendo los pecheros de las primeras villas. A partir de éstos, fueron desarrollándose los primeros elementos de la burguesía.
    El descubrimiento de América y la circunnavegación de África abrieron nuevos caminos a la burguesía en ascenso. El mercado de las Indias Orientales y de la China, la colonización de América, el intercambio con las colonias, el aumento de los medios de cambio y de las mercancías en general dieron al comercio, a la navegación y a la industria un auge nunca visto y, con ello, un rápido desarrollo al elemento revolucionario de la sociedad feudal en descomposición.
 
    La hasta entonces imperante explotación feudal o gremial de la industria no podía ya satisfacer las necesidades que crecían con los nuevos mercados y hubo de ceder el puesto a la manufactura. Los maestros gremiales fueron desplazados por la clase media industrial. La división del trabajo entre las diferentes corporaciones desapareció dando paso a la división del trabajo dentro mismo de cada taller.
    Pero los mercados continuaron expandiéndose y las necesidades creciendo. La misma manufactura resultó ya insuficiente. El vapor y la maquinaria vinieron entonces a revolucionar la producción industrial y la manufactura tuvo que ceder el puesto a la gran indus tria moderna. El lugar de la clase media industrial lo ocuparon los millonarios de la industria, jefes de auténticos ejércitos fabriles, los burgueses modernos.
 
    La gran industria ha creado el mercado mundial previamente preparado por el descubrimiento de América. El mercado mundial ha permitido un ingente desarrollo del comercio, la navegación y las comunicaciones por tierra. Este desarrollo ha repercutido, a su vez, en la ampliación de la industria. Y en la misma medida en que se ampliaban la industria y el comercio, la navegación y los ferrocarriles, se desarrollaba también la burguesía, aumentando sus capitales y desplazando a un segundo plano a todas las clases originarias de la Edad Media.
 
    Vemos, pues, cómo también la burguesía moderna es el producto de un largo proceso de desarrollo, de una serie de transformaciones radicales de los modos de producción e intercambio.
 
[IV]    Cada una de estas fases de desarrollo de la burguesía iba de la mano del correspondiente progreso político. Estamento oprimido bajo la dominación de los señores feudales, asociada después en comunas armadas y con administración autónoma, república ciudadana independiente en unos sitios, tercer estado tributario de la monarquía en otros, fue más tarde, en la época de la manufactura, contrapeso frente a la nobleza en el seno de la monarquía estamentaria o absoluta; en todo caso, fundamento social de las grandes monarquías hasta que, finalmente, consiguió con su lucha establecer su dominación política exclusiva en el moderno estado representativo sobre las dos premisas de la gran industria y del mercado mundial. El poder estatal moderno equivale al Consejo de Administración de los intereses generales del conjunto de la burguesía.
 
[V]    La burguesía ha desempeñado en la historia un papel eminentemente revolucionario.
  Donde quiera que haya llegado al poder, la burguesía ha destruido todas las relaciones feudales, patriarcales, idílicas. Desgarró inexorablemente los abigarrados vínculos feudales que ataban al hombre a sus superiores naturales sin dejar entre los hombres otro vínculo que el del desnudo interés, el del implacable «pago en dinero contante». Ahogó en el agua helada de su cálculo egoísta los piadosos estremecimientos de la exaltación religiosa, el entusiasmo caballeresco y el sentimentalismo del burgués filisteo. Ha disuelto la dignidad personal en el valor de cambio y en el lugar de todas las innumerables libertades, bien adquiridas y escrituradas, ha establecido como única libertad la del libre comercio sin escrúpulo. En una palabra, la burguesía ha substituido la explotación envuelta en ilusiones religiosas y políticas por la explotación franca, descarada, directa y adusta.
    La burguesía despojó de su halo de santidad a todas las actividades contempladas hasta entonces con piadoso temor como venerables, convirtiendo en sus sirvientes a sueldo al médico, al jurista, al cura, al poeta y al hombre de ciencia.
    La burguesía arrancó el velo patético-sentimental que encubría las relaciones familiares reduciéndolas a una mera relación de dinero. 
    La burguesía puso al descubierto que los alardes de fuerza bruta que la reacción tanto admira en la Edad M edia, hallaban su adecuado complemento enla más indolente haraganería. Ella ha sido la primera en demostrar lo que la actividad humana es capaz de realizar, consumando obras prodigiosas totalmente distintas a las de las pirámides de Egipto, los acueductos romanos o las catedrales Góticas y llevando a cabo expediciones muy distintas a la Invasión de los Bárbaros o las Cruzadas.
    La burguesía no puede existir si no es revolucionando de continuo los instrumentos de producción, las relaciones de producción y, consiguientemente, la totalidad de relaciones sociales. Las clases productivas anteriores tenían, por el contrario, como primera condición de su existencia el mantenimiento, sin variaciones, del viejo sistema de producción. La incesante transformación a fondo de la producción, la ininterrumpida conmoción de todo el sistema social, la inseguridad y el movimiento perpetuos son precisamente los rasgos característicos de la época de la burguesía respecto a las demás. Todas las relaciones rígidas y enmohecidas, con su acompañamiento de ideas y concepciones de venerable tradición, quedaron disueltas y las recién constituidas envejecen antes de adquirir consistencia. Todo cuanto era estamental y estable se esfuma; todo lo santo es profanado y los hombres se ven finalmente forzados a contemplar con prosaica frialdad su posición en la vida y sus relaciones interpersonales.
 
[VI]    La necesidad de colocar sus productos en mercados cada vez más amplios empuja a la burguesía a los más apartados rincones del planeta. En todas partes tiene que afincarse, echar raíces y establecer relaciones.
    Mediante la explotación del mercado mundial, la burguesía ha imprimido un carácter cosmopolita a la producción y al consumo de todos los países. Muy a pesar de los reaccionarios, ha privado a la industria de su base nacional. Antiquísimas industrias nacionales han sido ya arrasadas y otras lo son diariamente al verse desplazadas por otras nuevas cuya instalación resulta vital para todas las naciones civilizadas. Industrias éstas que no elaboran materias primas del país, sino originarias de las más lejanas zonas planetarias y cuyos productos no se consumen tan sólo en el propio país, sino en todos los continentes al mismo tiempo. En lugar de las viejas necesidades para cuya satisfacción bastaban los productos del país, surgen otras nuevas que exigen para su satisfacción los productos de los países y climas más exóticos. La vieja autarquía local y nacional y el aislamiento económico dejan paso a un comercio universal y a una universal interdependencia de las naciones. Y cuanto acontece en el plano de la producción material, resulta también aplicable a la cultural. Los productos culturales de las diferentes naciones se convierten en bien común. La estrechez y cortedad de miras nacionales se van haciendo imposibles con el tiempo y, a partir de las diferentes literaturas nacionales y locales, se va configurando una literatura universal.    
    Con el rápido perfeccionamiento de todo el utillaje productivo y la ilimitada mejora de las comunicaciones, la burguesía arrastra a la civilización a todas las naciones, incluidas las más bárbaras. La baratura de sus mercancías constituye la artillería pesada con la que arrasa todas las murallas chinas e impone la capitulación a los bárbaros de más obstinada xenofobia. Fuerza a todas las naciones a hacer suyo el sistema de producción burgués, salvo que prefieran su propia ruina. Las obliga a adoptar para sí mismas la llamada civilización, es decir, a convertirse en burguesas. En una palabra, la burguesía se crea un mundo hecho a su imagen y semejanza. (...)
 
(Marx-Engels: El Manifiesto Comunista. Once tesis sobre Feuerbach. "El manifiesto del Partido Comunista". Anselmo Sanjuán (tr.) Madrid: Alhambra, 1986, pp. 48-56 [hasta ...a su imagen y semejanza]).
 

[1] Por burgueses se comprende a la clase de los capitalistas modernos, propietarios de los medios de producción social, que emplean el trabajo asalariado. Por proletarios se comprende a la clase de los trabajadores asalariados modernos, que, privados de medios de producción propios, se ven obligados a vender su fuerza de trabajo para poder existir. (Nota de F. Engels a la edición inglesa de 1888 [en la edición en 2 tomos de las Obras Escogidas, Akal de 1975]).

Introducción al Manifiesto del Partido Comunista de Marx y Engels

 Conceptos marxianos