Conceptos sartreanos

Angustia

La angustia es el sentimiento que acompaña inevitablemente al hombre a causa de su libertad. El hombre se define por sus acciones y, al mismo tiempo, sus decisiones comprometen a la humanidad entera. Sartre reelabora el imperativo categórico kantiano. Tengo que pensar en mi voluntad como legisladora universal. El peso de esa responsabilidad es la causa de nuestra angustia. No sólo eso, sino que, siguiendo a Nietzsche, Dios no existe y tampoco la Idea del Bien, así que estamos solos a la hora de elegir. El desamparo, por tanto, es otra consecuencia de la libertad.

 

Esencia / Existencia

Son los dos términos más importantes del presente texto. En general, se entiende por esencia los caracteres comunes de una cosa o ser con las otras cosas o seres de la misma especie. La esencia, pues, expresa lo universal de un objeto y prescinde de los rasgos particulares que lo diferencian de los otros objetos de la misma especie. La esencia de un objeto no supone, empero, su existencia. Así, yo conozco, por ejemplo, la esencia del miliágono, y la defino como un polígono de mil lados. Sin embargo, en ninguna parte del mundo existe un miliágono. La existencia refiere lo que tiene como característica la realidad, la facticidad, el acto de ser (Santo Tomás). La esencia es un ser posible y esta posibilidad se vuelve realidad gracias a la existencia. Según Sartre, la tradición filosófica ha sido fundamentalmente esencialista -ha tenido una “visión técnica del mundo”-, ha dado prioridad a la esencia concebida por un Dios-creador (un supremo artesano) frente a la existencia, el hecho de ser real, que es añadido por el creador a la esencia. Sartre señala que la característica del existencialismo es invertir esta prioridad. Dado que no existe un Dios-creador –en el que se identificaban esencia y existencia- no es coherente seguir pensando al hombre bajo esta prioridad de la esencia, afirmando una naturaleza humana anterior al hecho de existir. El hombre, por el contrario, no tiene esencia, naturaleza, sino simplemente existe, está arrojado en el mundo y se define en sus actos. Esta tesis hay que comprenderla desde el análisis de la existencia humana como “para sí”, como conciencia, nada, libertad y proyecto. Este es, según Sartre, el rasgo más característico del existencialismo: la prioridad del hombre concreto frente al esencialismo clásico. De modo que esta noción de existencia no designa, como en Tomás de Aquino, el mero hecho de tener realidad fáctica (acto de ser), sino que, en la línea de Kierkegaard, Unamuno, Heidegger y Ortega, sólo existe el ser humano, la subjetividad, la conciencia, entendida no como una conciencia abstracta (el cogito cartesiano), sino como una conciencia concreta, individual (el “hombre de carne y hueso” de Unamuno) que está arrojada en el mundo proyectando su propio ser.

 

Existencialismo

Movimiento filosófico que alcanza su máximo apogeo tras la Segunda Guerra Mundial y que pone a la existencia humana concreta como el centro de la investigación filosófica. En el tratamiento de la realidad humana emplean como método filosófico el método fenomenológico, es decir, la descripción de lo que se ofrece inmediatamente en la esfera de la vida; su actitud contraria a los enfoques abstractos de lo humano les lleva también a criticar el uso de la razón científica para la comprensión de la realidad humana. En cuanto a las facetas fundamentales de la existencia humana objeto de su interés, atienden básicamente a la dimensión de la finitud en el mundo humano: la temporalidad, la muerte, la angustia, la desesperación, la fragilidad de la existencia, la responsabilidad, el compromiso, la autenticidad, la subjetividad, la libertad, etc. Sartre señala que la característica común del existencialismo es afirmar la tesis de que “la existencia precede a la esencia” y divide dos “especies” de existencialistas: los cristianos (Marcel, Jaspers) y los ateos (Heidegger y él mismo).

 

Proyecto

El ser humano está condenado a ser libre y, por tanto, a proyectarse en el porvenir. El hombre carece de esencia fija o naturaleza, empieza por no ser nada y, por tanto, está obligado a crearse, a proyectar y hacer su propia esencia. Por esto, afirma Sartre que “el hombre es ante todo un proyecto” o “el hombre no es otra cosa que lo que él se hace, (…) lo que habrá proyectado ser”. Sin embargo, Sartre advierte que es necesario distinguir entre el proyecto real de vida que hemos elegido, que es lo que hacemos cotidianamente, nuestros actos –que es lo que verdaderamente nos define-, y el querer consciente, la idea que nos hacemos de lo que somos o queremos ser, que no siempre coincide con lo que hacemos. De aquí que la llamada a la autenticidad sea el imperativo moral sartreano.

 

 

Responsabilidad - Elección

Si el hombre es realmente consciente de que su elección implica a la humanidad entera no podrá dejar de sentir una responsabilidad extrema, una profunda angustia. Mi voluntad es “legisladora universal” lo cual es una influencia claramente kantiana. Sin embargo, la mayoría actúa como si su elección sólo le afectase a sí mismo, actúa, dice Sartre, de mala fe. No son capaces de enfrentarse a la catástrofe de que todo el mundo actuase como ellos y prefieren pensar que ya habrá otros que tomen la decisión correcta. Un ejemplo clásico es el de los responsables de los campos de concentración que se excusaban diciendo que obedecían órdenes. Para liberarnos de la angustia renunciamos a pensar por nosotros mismos. Según Sartre esto es lo que hacemos cada vez que no nos planteamos la pregunta “¿qué sucedería si todo el mundo hiciera lo mismo?”

 

 

Visión técnica del mundo

La visión técnica del mundo tiene su origen en la metafísica creacionista medieval (Tomás de Aquino) y se prolonga hasta la Ilustración. Sartre señala que la filosofía clásica (Tomás de Aquino) piensa al Dios creador siguiendo el modelo de un artesano superior que concibe, en primer lugar, la esencia, el concepto de un objeto, y luego le da realidad o existencia; es pues esencialista, da prioridad ontológica a la esencia sobre la existencia. Este mismo modelo ontológico se repite en autores modernos como Descartes o Leibniz y en autores ilustrados como Voltaire, Diderot o Kant.