El pudor y la realidad personal

Marguerite Léna
 

 

El  pudor no es una idea, una abstracta noción moral; es un sentimiento e interesa a la esfera afectiva. Pero también se habla del sentido del pudor como si se hablase del sentido del olfato o del gusto; con lo que este sentimiento resulta ser un revelador, un sentido, una vía de acceso a unas realidades de otro modo imperceptibles, que no se dejan captar más que a través de él. Vamos a intentar aclarar estos dos aspectos.

 

¿Qué es el sentimiento del pudor?

 

¿Qué es eso del sentimiento del pudor? Scheler y Soloviev se esforzaron en describirlo. Ambos destacan su carácter paradójico, en relación directa con “el claro-oscuro de la naturaleza humana” (Max Scheler, El pudor). En efecto, al igual que el respeto, la admiración o la indignación, el pudor es un sentimiento moral, es decir, un punto en el que se tocan la esfera afectiva, emocional --en la que el sujeto es receptivo, en la que lo que le sucede le afecta-- y la esfera moral --en la que está involucrado activamente como persona libre--. Ahora bien, este sentimiento nos concierne y solicita nuestra libertad de manera más intensa y más originaria que los demás por una doble razón. Por un lado, se injerta de manera inmediata, irreflexiva, intuitiva, en el orden biológico y sus afectos, que el hombre comparte con el mundo animal, y más exactamente en su naturaleza corporal sexuada, hasta el punto de que todo cuanto tiene que ver con la transmisión de la vida –órganos y actos— es el objeto primero y principal del pudor. Por otro lado, este sentimiento es totalmente ajeno al mundo animal; es una emoción específicamente humana, que expresa la manera en la que el hombre, ser de carne y espíritu, asume su corporeidad al mismo tiempo que se distingue de ella y, con esto, atestigua su identidad original de ser “espiritual hasta en su carne y carnal hasta en su espíritu”, según la expresión agustiniana.

Plural I (Carmen Giraldez)

 

A este respecto, Max Scheler señala que el lugar propio del sentimiento del pudor es el “punto vivo” en el que la conciencia entra en contacto con el orden vital no mediante un pensamiento claro, de ejercicio soberano del control, sino mediante un sentimiento confuso de auto-afección de la carne por el espíritu y del espíritu por la carne, el cual remite a ese claro-oscuro que en sí misma es la naturaleza humana. En cuanto a Soloviov, afirma que el sentimiento del pudor no sólo separa a hombre y animal, sino que, por él, el hombre se separa de toda la naturaleza material y se descubre a sí mismo como sujeto moral (Vladimir Soloviov, La justificación del bien. Ensayo de filosofía moral).

    Añadiremos a estos datos que el pudor es una emoción íntima que concierne al sujeto en su relación consigo mismo, con su propio cuerpo, con su identidad sexual, y así mismo una emoción ante el otro, un por y para el otro, que incide de múltiples formas en la sociedad y en la cultura. En un monográfico de la revista Autrement consagrado al pudor, la jurista Catherine Labrosse-Riou comentaba en los siguientes términos ese doble reto: “El pudor y su contrario, el impudor, afectan a todos los aspectos del ser y de la existencia humanos; al ser con respecto a sí mismo: lo que es, lo que piensa que es, lo que desea y lo que expresa, lo que oculta y lo que muestra […]; a los seres en sus relaciones interpersonales: pudor o impudor de quien mira al otro o se muestra al otro, pudor o impudor impuestos por la violencia, sorpresa, autoridad o seducción, o, a la inversa, consentidos y voluntarios; cualquier ser en su relación con la sociedad entera: pudor de lo público ofendido por algunos, pudor privado ofendido por el impudor de las formas de vida social”.

El pudor (Carmen Giraldez)

 

¿Qué es el sentido del pudor?

 

¿Cómo caracterizar ahora el sentido del pudor? El modo más breve de hacerlo es el de vincularlo a la idea de frontera o de separación entre dos ámbitos o dos órdenes de realidades: lo manifiesto y lo velado, lo visible y lo invisible, lo decible y lo indecible, lo público y lo íntimo. Cuando esta línea divisoria es transgredida o abolida –lo cual define muy exactamente qué es el impudor--, la parte de realidad que el pudor protegía no queda por ello manifiesta, como cabría esperar de un fenómeno que pasa de la sombra a la luz. Resulta profanada, es decir que pierde su propio significado y reviste otro distinto: pasa a ser inconveniente o banal, incongruente, grosera o provocativa. Por lo tanto, podríamos, en una primera aproximación, definir el sentido del pudor como el sentido de lo íntimo. Así entendido, concierne al cuerpo en cuanto que es mi cuerpo, es decir, un cuerpo visible, vuelto hacia fuera, y a la vez un cuerpo íntimo, que se percibe sentiente y sensible. El sentido del pudor revela mi cuerpo como irreductible a su exterioridad material y espacial tanto como a sus funciones biológicas, desde las más bajas hasta las más altas. Pero también concierne a la conciencia entendida como fuero interno, interioridad presente a sí misma y que se sustrae al mundo, y la revela como inviolable por los condicionamientos y presiones externos. En suma, y sobre todo, concierne a la persona humana en su indescomponible y, no obstante, frágil unidad. (…).

Ni se compra ni se vende (Carmen Giraldez)

 

Una realidad vulnerable

 

Ya sea considerado el pudor como un sentimiento o como un sentido, la experiencia nos enseña que es una realidad muy vulnerable. El sentimiento del pudor, que aparece muy temprano en el niño, debe ser educado; puede embotarse y echarse a perder. En cuanto al sentido del pudor, la frontera que guarda y protege está expuesta y es frágil. Entre la pudibundez que la transforma en muro de hormigón y el impudor que la ignora o la transgrede deliberadamente, existe una línea muy fina y el equilibrio es delicado. Ahora bien, este equilibrio está siendo actualmente cuestionado. Bastará con evocar tres formas especialmente significativas de este cuestionamiento.

Mujer gato (Carmen Giraldez)

 

La primera concierne directamente a la sexualidad. El sentido del pudor marca la frontera entre el cuerpo cosa del mundo, objeto de la anatomía o de la fisiología, y el cuerpo sujeto, presencia que se manifiesta y expresión de la persona. Por los gestos del cuerpo es por los que se da a entender el amor; su más alta expresión es el encuentro sexual. El pudor vela por que esos gestos del amor sigan siendo expresión de la interioridad personal y, por ende, por que se hurten a toda cosificación, a toda reducción a la sola función biológica de reproducción o a los únicos valores sexuales de gozo. Así, cabe hablar de una verdadera degradación del cuerpo propio cuando se reduce la sexualidad a no ser más que un objeto de laboratorio o de comercio, de gozo o de exhibición. De este modo es como un psicoanalista, Gérard Bonnet, estudia el fenómeno invasor de la pornografía y lo define como una cosificación de la sexualidad, una representación del mismo cuerpo que sustituye el encuentro por un proceso de exhibición, de posesión y de dominación y que, al final, por una dramática inversión del eros, se hace cómplice de la muerte (Gérard Bonnet, Défi à la pudeur. Quand la pronographie devient l’initiation sexuelle des jeunes). Nos recuerda que el psiquismo humano es un sistema extremadamente frágil y cuál es el riesgo que corren los jóvenes, ante el aflujo inconsiderado de imágenes pornográficas, y más radicalmente aún, toda nuestra civilización, ante “el declive de nuestra imagen del amor”.

Veritas (Carmen Giraldez)

 

Cabe analizar esta amenaza de otra manera, como la borradura de la frontera entre lo que puede ser mostrado o dicho y lo que debe quedar oculto o callado. Lo que le da valor a la palabra es que procede del silencio y puede retornar a él, pues ella misma es una realidad de doble cara, acontecimiento del mundo y presencia a sí mismo de un sujeto cuya interioridad nunca se agota en la enunciación. Asimismo, lo que dota de densidad a lo visible es que no se agota en lo que ofrece a la percepción inmediata, a menudo utilitaria o banal. Lo peculiar del arte es que nos conduce, a través de lo visible, hacia su profundidad invisible. Pensemos en los autorretratos de Rembrandt o en lo que nosotros llamamos, muy mal, naturalezas muertas y los alemanes llaman Stillleben, vida silenciosa de las cosas. Hay cierto pudor o castidad de la mirada que deja que lo real exista tal como es y que se vuelve lo bastante disponible a él como para acoger su alteridad y sentir su profundidad. Hay también cierto pudor o castidad de la palabra que sabe, tal como escribe Jankélévitch, que “las cosas primeras [son] indecibles: la existencia y la muerte, el dolor, la persona, la cualidad, el movimiento, el acto libre…” (Vladimir Jankélévitch, Traité des vertus).

Rotura II (Carmen Giraldez)

 

Ahora bien, lo visible televisual y mediático se ha ido liberando progresivamente de los condicionantes técnicos de la reproducción de lo real y de las censuras estéticas, sociales o morales que limitan su representación o su difusión. La imagen entonces amenaza con convertirse en una pantalla que impida el contacto directo con el mundo, arrasando la profundidad de éste y mezclando sus referencias y señales. El adolescente que pasa horas en ese mundo virtual en el que todo es mostrable, pero en el que nada es real, está encerrado de manera narcisista en un imaginario que no desemboca en otro sitio, y el que escucha, como un chorro continuo, la radio está encerrado en una prisión verbal en la que todo puede ser dicho, pero en la que nada alcanza a tener realmente sentido. Cuando sacar a escena lo visible y lo decible no reconoce más ley que el deseo real o supuesto del espectador, lo que hace es transformarlo, sea con su consentimiento o sin saberlo éste, en un voyeur. (…)

 

Horizonte (Carmen Giraldez)

 

Existe una tercera frontera amenazada hoy: la que separa las esferas de la vida pública y la vida privada. Esta distinción remite, al igual que las dos anteriores, a la realidad de la persona, ser social y político por una parte, y ser singular, insustituible y ontológicamente solitario por la otra. Por la primera de estas determinaciones se expone y se compromete ante el otro, y aspira a crear una “convivencia con y para los otros en instituciones justas”, según la fórmula de Paul Ricoeur. Por la segunda, se retira y se atrinchera, preserva su intimidad personal, su hogar y su familia, que son a la vez expresión y prolongación suyas. Pero también aquí las referencias e indicaciones tienden a mezclarse y emborronarse. En otro artículo de la revista Autrement, Joël Ronan evoca, como un síntoma del impudor moderno, esa “conminación a exhibirse de la que los medios de difusión se han convertido en voceros”, la cual desemboca en el doble fenómeno de exponer en público la vida privada y de privatizar el espacio público. El primero conduce a la deriva de tipo people que se adueña de la vida privada de nuestros dirigentes políticos y la ofrece como pasto a nuestras curiosidades; el segundo triunfa en las diversas operaciones triunfo que invaden la pantalla doméstica y alimentan el fantasma de que cualquiera, por muy banal que sea su existencia o por muy insignificante que sea lo que dice, tiene el derecho a salir en televisión y serle de interés a la tierra entera: “Confesión impúdica a gran escala”, que alimenta “el voyerismo secreto de cada cual”, diagnostica Joël Ronan. (Marguerite Léna, Patience de l’avenir. Petite philosophie théologale, éd. Lessius, Bruxelles, 2012, pp. 78-82).

 

La realidad escamoteada por la imagen

(Günther Anders)

Marguerite Léna

Patience de l'avenir.

Petite philosophie théologale

Lessius, Bruxelles, 2012