La realidad escamoteada por la imagen

Günther Anders (1902-1992)

 

    A) La categoría principal, la principal fata­li­dad de nuestra existencia actual, se llama: imagen. Por “imagen” entiendo yo cada repre­sen­tación del mundo o de partes del mundo, ya se componga de fotografías, carteles, imágenes televisivas o fílmicas. La “imagen” es la categoría principal porque actual­mente las imá­ge­nes ya no se dan como ex­cep­ciones también en nuestro mundo, sino porque es­ta­mos rodeados de imágenes, porque es­tamos expuestos a una per­ma­nente lluvia de imágenes. En el pasado, había imágenes en el mundo; hoy lo que hay es “el mundo en la imagen”, mejor dicho: el mundo como ima­gen, como un muro de imágenes que atrapa la mira­da de continuo, que la ocupa de con­ti­nuo, que tapa el mun­do de continuo. Es obvio que cuando el número de imágenes (no sólo que se nos presentan, sino que se nos imponen) crece de manera mons­truosa esa cantidad mu­da en calidad. Esto no sig­nifica ne­ce­sariamente que las imágenes sean más malas que en el pasado o sean hechas más malas, sino que cada imagen, al ser sólo una entre millones, ha ad­quirido una función dis­tinta a la función que tenía la imagen en el pasado. […]

    El hecho de la actual producción y el consumo devo­ra­­dor de imágenes -pues las imágenes componen la masa prin­cipal de nuestro consumo- es tan amplio que su dis­cu­sión ya no puede desarrollarse en el marco limitado de la teoría del arte. En el pasa­do podíamos entender la imagen como reserva del arte, pero hoy en día ya no se puede man­te­ner esta posición porque lo que se nos presenta también como real se nos presenta primordialmen­te como imagen -algo que llega tan lejos que el mundo menos sus imágenes hoy en día pare­ce­ría un mundo vacío. El mundo se ha hecho tan grande, tan opaco y tan inmenso que re­quie­re modelos, que sus imágenes tienen primacía sobre él mismo: por­que la sensibilidad de nuestros ojos ya no está a la altura del mundo: incluso en interés del conocimiento y con el fin de la comprensión tenemos que echar mano de los instrumentos de la apariencia. El hecho de que incluso la com­pren­sión requiera el instrumento de la apariencia, el esta­ble­ci­miento de un mundo de imágenes, es hoy en día la gran oportunidad de la mentira. Como ar­tistas, hoy tenemos que preguntarnos cómo se comporta el arte -que en el pasado dis­frutó de un monopolio casi exclusivo sobre la producción de imá­genes- en un mundo que otros poderes han convertido ampliamente en un mundo universal de imágenes. Así, por ejem­plo, la “falta de objeto del arte” es, entre otras cosas, una reacción a esta conversion del mundo en un mundo de imágenes llevada a cabo por otros poderes.

 

    B) ¿Qué consecuencias tiene el hecho de que la “imagen” se haya conver­tido en la prin­ci­pal categoría de nuestra vida.

(1) Se nos roba la experiencia y la capacidad de tomar posición. Puesto que no podemos co­no­cer a través de nuestra observación sensorial directa el mundo de anchos horizontes que realmente es hoy “nuestro mundo” (pues “real” es lo que puede afectarnos y de lo que dependemos), sino que sólo po­de­mos conocerlo a partir de imágenes, precisamente lo más importante nos sale al encuentro como apariencia y fantasma, es decir, en versión em­pe­­que­ñecida, si acaso no irrealizada; no como “mundo” (el mundo sólo puede asimilarse viajando y experi­mentado), sino como objeto de consumo con el que se nos abastece en nuestra propia casa. Quien ha consumido una vez la explosión de una bomba atómica como una imagen entrega­da a domi­cilio en su habitación bien calentada, es decir, en forma de una carta postal dan­zante, asociará todo lo que pueda oír ya sobre la situación atómica con esa experiencia hogareña de observación miniaturesca y, con ello, se le habrá robado la capacidad de comprender por él mismo el asunto y tomar posición al respecto. Lo que se entrega así -y, además, en estado fluido, es decir, de tal modo que puede ser devorado inmediatamente- hace imposible la reflexión porque ésta sobra. Además, en general el suministro se realiza ama­blemente, incluso con la toma de posi­ción deseada. Esto es tan carac­te­rístico de los actuales progra­mas como la entrega gratuita a domicilio del aplauso. En el fondo, ya no hay “mundo exterior”, porque éste ya sólo es moti­vo de una posible representación hogareña.

(2) Se nos roba la capacidad de diferenciar entre realidad y apa­riencia. Cuando se nos presentan apariencias de manera realista, como suele suce­der en programas tanto de radio como de televisión, lo que sucede a la in­ver­sa es que la rea­lidad (que en los programas no suena ni tiene un aspecto diferente) cobra un aspecto de apariencia, un aspecto de mera exhibición; cuando los “escenarios” (que supuestamente signifi­can el mundo) tienen el mismo aspecto que el mundo, éste tam­bién se convierte en “escenario”, es decir, en mero spectaculum que no hace falta tomarse de­ma­siado en serio. En este sentido, toda la ilustración de nuestra vida es una técnica del ilusio­nis­mo, porque crea y debe crear la ilusión de que estamos vien­do la rea­lidad. La “impresión de spectaculum” que la realidad despierta en el televisor tiene “efecto de rebote”, pues infecta a la realidad misma: el hecho de que Kennedy y Nixon recientemente se hayan dejado maquillar para su debate televi­sivo demuestra que ambos no sólo eran esperados por el públi­co como un show, sino que ellos mismos ya se entendían como actores, que entraban en competición con las estrellas televisivas, que sus posibilidades políticas efectivas dependían de su capacidad de espectáculo. Así, pues, no sólo se vuelve poco seria la comprensión de la realidad por parte del público, sino la rea­lidad misma, puesto que debe tener en cuenta las imágenes. Ahora el mundo pasa a ser “representación”[…]. En estrechísima relación con esto se encuentra lo siguiente:

(3) Construimos nuestro mundo conforme a las imágenes del mundo –”imitación invertida”-. Puesto que no hay ninguna imagen que, al menos poten­cialmente, no actúe como modelo, construimos efectivamente el mun­do según la imagen de sus copias: todo Johnny besa hoy en día como Clark Gable [y coge el cigarillo como Humphry Bogart]. Así, la realidad pasa a ser copia de sus copias (no como, por ejemplo, en Platón, copia de la idea).

(4) Se nos “pasiviza”. A través del abastecimiento continuo nos conver­ti­mos en consu­mi­­dores continuos. Mientras que, por ejemplo, como lectores aún somos autónomos, es de­cir, podemos pasar las hojas hacia atrás y de­ter­minar nosotros mismos el ritmo de com­pren­­sión, como público oyente o espectador somos continuamente tutelados; si con­su­mi­mos estos productos entonces también tenemos que consumir el ritmo suministrado con la en­trega de estos productos. Esto mismo ha sucedido siempre con el público del teatro o de un concierto, pero en el caso que nos atañe pasa a ser algo fatal porque los spectacula aho­ra tienen lugar ininterrumpi­damen­te y esa con­ti­nuidad encarrila nuestra falta de auto­no­mía.

  Con otras palabras: Los seres humanos son adiestrados para la unila­te­ralidad, dado que estamos acostumbrados a ver imágenes, pero no a ser vistos por ellas; a escuchar a per­so­nas, pero no a ser escuchados por ellas, nos acostum­bramos a una existencia en la que se nos ha privado de una mitad de nuestra humanidad. Quien sólo escucha, pero no habla y, por principio, no puede contradecir, no sólo es “pasivizado”, sino que además se le hace “ser­vil” y se le quita libertad.

    Sin embargo, esta pérdida de libertad se desarrolla de tal modo que, a diferencia de los esclavos del pasado, a noso­tros se nos roba hasta la libertad de notar esta pérdida de libertad; porque a nosotros la “servi­dum­bre” nos llega a casa y se nos expone como pro­duc­to de entre­te­nimiento y como una co­mo­didad. Y hay que tener mucha soberanía, mucha más de la acostumbrada, para no confundir la libertad con la comodidad.

(5) Se nos “ideologiza”. Porque las imágenes de hoy son las ideologías de hoy: las representaciones en imágenes deben trans­mi­tirnos una imagen del mundo, mejor dicho: el torrente de imá­ge­nes particulares debe impedir que logremos hacernos una ima­gen del mundo, así como que nos demos cuenta de la falta de esa ima­gen del mundo. El método actual, con cuya ayuda se im­pi­de sis­te­máticamente la comprensión, no consiste en que se su­mi­nistre menos de lo necesario, sino en que se suministra de­ma­siado. La oferta de imágenes, en parte gratui­ta y en parte incluso ine­vi­table (publicidad), anula la posibili­dad de que nos hagamos una imagen: nos inundan con abundancia de árboles para impe­dirnos ver el bosque. La ignorancia actual se produce mediante la multi­pli­cación de la supuesta materia de conocimiento. Cuanto menos se desea que nos entrometamos en decisiones que realmente nos afec­tan, más nos “en­trometen” en cosas que no nos afectan en absoluto, como, por ejemplo, en las cuitas es­pirituales de las em­peratrices iraníes [o en el catre, los amoríos y los trapicheos de cantantes, actores, em­presarios y de­más famoseo]. Las mil imágenes ocultan la coherencia del mundo, sobre todo porque cada ima­gen, cada escena mostrada sólo unos instantes en el semanal, es sólo un jirón de algo más grande, por lo que nos hace “ciegos para la causali­dad”. Dado que las imágenes ape­nas muestran relaciones, sino sólo un “esto y aquello”, se nos convierte en seres pura­mente sen­so­riales, y este triunfo de la “sensibilidad” es muchísimo más desas­tro­so que el triunfo a lo Lolita de la cintura hacia abajo.

 

(6) Se nos “infantiliza maquinalmente”. Al igual que el lactan­te del pecho de su madre, nosotros dependemos de los inago­tables pechos de los apa­ra­tos, porque todas las necesidades de consumo y lo que se nos impone como ne­cesidad de consu­mo, tanto el mun­do como el denominado “mundo del arte”, se nos pone delante en es­­tado líquido. Es decir: no se nos pone delante, sino que se nos suministra tan direc­ta­mente que puede ser usado y consumido inmediatamente. Dado que líquido, el pro­ducto deja de ser tal en el consumo, es decir, es liquidado. Las “piezas” (una expresión errónea) de su­mi­nistro cuajan en objetos tan poco como la leche materna cuaja en queso o man­te­quilla entre el suministro y la toma; las tenemos dentro antes de que seamos capaces de plan­tearnos preguntas acerca de ellas, antes incluso de que podamos comprenderlas. El modelo de la percepción sensorial hoy en día no es ni la vista, como en la tradición griega, ni el oído, como en la tradición judeo­cristiana, sino el gusto. Hemos sido conducidos a una fase oral industrial en la que tragamos sin dificultad la papilla cultural. En esta fase ya no hay que percibir lo suministrado, sino simplemente tomarlo. Lo que la música de fondo nos pide (y el 99 por ciento de la música de radio y televisión es de este tipo, se convierte en este tipo, porque c'est la situation qui fait la musique) ya no es que la escuchemos, sino que está ahí porque sin ella se extendería un inso­por­ta­ble vacío. El producto sumi­nistrado es para el oyente “aire”, y, además, en un doble senti­do: 1) le es indife­rente, 2) pero sin él no puede respirar. Este tipo de des­­trucción, de liquidación del objeto que tiene lugar a través de la licue­facción -es decir, la liquidación-, no es algo espe­cial de la radio o la tele­vi­sión, sino algo característico de la producción actual como tal. En los Estados Unidos ya se habla del principio de la obsolescencia dirigida, es decir, del princi­pio de pro­du­cir productos de tal manera que no se conserven como objetos. Es más que lógico, pues a la producción le inte­resa, después de cada producto A, enviar tan rá­pido como sea posible un producto B, algo que sólo puede llevarse a cabo si el producto A está fabricado de tal modo que quede agotado en el mis­mo uso, es decir, que quede liquidado a través del suministro. Este prin­ci­pio ha encon­tra­do en la radio y la tele­visión su rea­­li­za­ción más perfecta has­ta el mo­men­to.

(7) Lo suministrado es “des­dra­ma­ti­zado” [brutal­men­te trivia­li­zado].  Puesto que el pro­ducto debe ser consumido por el ma­yor número posible de con­sumidores, es necesario que tenga mass appeal. (Es obvio que donde en mayor medida se cumple es­to es en las pelícu­las y en la televisión. Se objetará a esta afir­ma­ción que no es válida para la radio, puesto que su­pues­­tamente tenemos la libertad de regular el grifo cultural, ponerlo caliente o tibio o incluso vanguardista; es decir, que podemos elegir quién o qué debe llenarnos la habitación de cantos.) Cierto es que en la radio, y a veces también en la television, lo van­guar­dis­ta, es decir, lo realmente esotérico, desempeña un papel de cierta importancia; pero lo que hay que dilucidar es qué fun­ción tiene lo vanguardista, puesto que nos llega como un pro­ducto y ya no tiene nada en sí de atrevido o conspirativo. La respuesta es -y tiene validez incluso para las piezas presen­tadas de manera intacta y llena de expectativas-: que estas piezas son “des­dra­ma­ti­zadas”, porque el hecho de que sean suministradas como un producto ya las incluye en la clase de lo admitido antes de que nosotros, el público, podamos cono­cerlas; antes de que podamos tomar posición respecto a ellas. El confor­mismo representa actualmente una opor­tu­nidad incluso para lo incon­for­mista. Dado que lo inconformista en cierto modo llega con la misma envoltura que lo reputado o que los productos de entre­te­ni­miento a la derecha o a la izquierda, o que el mundo premasticado que nos suministran, no recibimos lo inconformista con actitud crítica, sino como con­su­midores que lo engullen aunque el sabor sea un poco amargo o inidentificable. […] Puesto que la van­guardia puede vender al mundo todas sus con­tra­dic­ciones respecto a él y no es raro que reciba mimos de él, muchas veces la vanguardia corre el pe­ligro de que sus obras, incluso cuando pre­ten­den mostrar la verdad y son pre­sentadas de manera fiel a la verdad, lleguen desangradas a los desti­na­ta­rios. […] Dado que esto es así, en la actualidad lo realmente vanguardista debe ocultarse en el len­guaje cotidiano menos aparente. “De las viejas an­tenas”, dice Brecht, “llegaban las viejas tonterías. La sabiduría iba de boca en boca”. Pero incluso las nuevas sabidurías pueden conver­tirse en viejas tonterías al ser emitidas por las nuevas antenas como viejas tonterías.

   O en términos sociológicos: todo puede convertirse en producto de masas, incluso lo vanguardista, incluso lo esotérico […y “rom­pe­dor”]. “Why don’t you join our intimate candlelight chamber music club? Millions joined it!” –se oía en la radio estadounidense en el año 1947-. La diferencia entre exo­térico y esotérico se ha incluido en lo exotérico mismo. O en tér­mi­nos eco­nó­micos: los interesados de la pro­ducción de los medios de con­sumo han logrado absorber la dife­ren­cia anti­con­su­mista entre no-consumo y consumo, es decir, han lo­­gra­do “consu­mir­la”. Hemos lle­ga­do tan lejos que los medios de con­sumo que per­siguen la venta son elo­giados como medios de no-consumo [por ejemplo, esas camisetas con eslóganes como “yo no consumo”]. (Günther Anders, Obsolescencia de la realidad, 1960).

 

Ahora lee el texto de Lolo Rico sobre la TV como fábrica de mentiras (el enlace, a tu derecha)

Documental

 

El arte crea el mundo

 

El rincón de la cita

Acción testimonial

La comunicación ha alcanzado tal volumen y tanta prepotencia que la noticia pesa muchísimo más que lo notificado. Las noticias son más hechos, hacen u ocurren enormemente más que los hechos mismos de los que dan cuenta. Por eso, a espaldas de la noticia que hace, se ha desarrollado, como por contrapunto, la acción que dice. La acción que sólo dice, o sólo quiere decir, la que se llama "acción testimonial", no pocas veces cruenta,es el reverso monstruoso de la no menos monstruosa prepotencia de la noticia que hace. (Rafael Sánchez-Ferlosio)

De la ciudad festivizada

(Philippe Muray)

TV:

fábrica de mentiras

(Lolo Rico)

 

El poder inteligente

(Byung-Chul Han)

Hacia la conciencia pueril

Del homo sapiens al homo videns

(Giovanni Sartori)

Unos adultos muy pequeñitos

(Pascal Bruckner)

El pudor y la realidad personal (Marguerite Léna)

LTI - La lengua del Tercer Reich

Victor Klemperer

La conciencia fanatizada (Gabriel Marcel)

Pantalla, necesidad de reconocimiento y exigencia de autonomía (Alain Ehrenberg)