El medio vital o mundo circundante de cada animal.
La teoría de J. von Uexküll
Jakob von Uexküll (1864-1944)
La idea central del pensamiento de Von Uexküll es que a cada animal, o mejor a cada especie animal, corresponde un espacio biológico propio, también llamado mundo circundante (Umwelt) o medio vital, constituido por la misma organización biológica del animal, que, de entre todas las propiedades y características de las cosas y animales existentes a su alrededor, selecciona solamente aquéllas de interés para su vida. El espacio biológico o mundo circundante no es la suma de cosas que circundan físicamente al organismo, sino el conjunto de aquellas características ambientales que desempeñan una función biológica o que tienen una significación vital para el animal. Las restantes propiedades ambientales forman un conjunto inobservado de información que el animal ignora, ya que no pasan a través del filtro de la percepción sensorial y tampoco causan reacciones en el animal que se encuentra frente a ellas. Únicamente por su inserción en el mundo circundante las cosas adquieren una significación (Bedeutung) para el animal, aunque de naturaleza exclusivamente biológica. Todo lo que de facto excede los confines de este campo biológico, aunque esté físicamente presente, no existe para el animal. En cambio, en el interior de este campo biológico, que es el llamado mundo circundante, las casas y los animales se hacen portadores de un tono (Tön) significativo que les permite entrar en relación con las disposiciones biológicas del animal, el cual a su vez se encuentra fisiológica y funcionalmente predispuesto a reconocer tal significación y a obrar conforme a ella.
Frente a las ideas del mecanicismo, Von Uexküll insiste en que el animal posee un mundo interior (Innenwelt), es decir, un centro íntimo de naturaleza psíquica en el que se recoge y unifica la información significativa presente en el mundo exterior. Desde este mundo interior, producido por la recogida de información de los órganos sensoriales, el animal dirige todo el repertorio de sus posibles acciones sobre el mundo exterior. Sólo en virtud de las posibilidades cognoscitivas y operativas procedentes del mundo interior del animal, el mundo (Welt) en cuanto tal, o simplemente la realidad física circundante, se convierte para el animal en mundo circundante. Así se comprende qué significa el extraño participio ‘constituido’ que emplea Von Uexküll para referirse al mundo circundante. Según Von Uexküll, a diferencia del mundo físico, el mundo circundante no preexiste al animal, sino que es la proyección fuera de sí de sus congénitas posibilidades cognoscitivas y operativas. […]
De ahí que el mundo del animal no sea el mundo simpliciter [sin más], sino el ‘mundo propio’ (Einzelwelt) que el animal construye. De lo que se sigue que no hay propiamente un mundo, sino mundos; o más propiamente, mundos-entornos o mundos circundantes, tantos cuantas especies animales hay.En el tercer capítulo de Biología teórica, titulado Cualidades del contenido (Inhaltsqualitäten), comienza nuestro autor polemizando contra la imagen mecanicista del mundo introducida por la física clásica, una imagen muy diferente de la que proporciona la biología. Dice Von Uexküll en este sentido que ‘el mundo que el físico proporciona al biólogo no es más que un mundo pensado, al que no corresponde ninguna realidad, y cuyo valor se limita al de ser un instrumento valioso de cálculo’. En consecuencia, el mundo real no es el pensado por el físico; aunque siempre presuponga la actividad constituyente de un sujeto dotado de capacidades cognoscitivas y operativas, es enormemente más rico y variado de lo que supone el físico. La biología, según Von Uexküll, proporciona un ilimitado enriquecimiento de la realidad, a diferencia de la característica depauperación (o idealización) que sobre ella realiza el físico. […]
En la introducción a la Teoría de la significación comienza Von Uexküll con una defensa de sus propios puntos de vista, recientemente criticados por Max Hartmann (1), renombrado pensador materialista del momento. Von Uexküll comienza con un sencillo recurso, como es la narración de una anécdota, y luego procede a sacar algunas conclusiones en contra de los planteamientos materialistas. Durante unos días de vacaciones transcurridos en la isla de Ischia, situada en el Mediterráneo, junto al golfo de Nápoles, un conocido suyo le preguntó cuál era el camino que debía tomar para llegar a cierto lugar, a lo que amablemente respondió con las indicaciones oportunas, mostrándole, como señal fundamental, que por el camino que acababa de mostrarle encontraría un hermoso arbusto de rosal en flor. Habiéndose encontrado poco después ambos amigos, precisamente junto al rosal en cuestión, Von Uexhüll fue reconvenido por el amigo de su defectuosa información, pues en aquel rosal no había flores. Resultaba que era daltónico, y no podía en absoluto reconocer la diferencia entre las hermosas rosas rojas que florecían sobre el verde intenso de las hojas, destacándose en su magnífico contraste de colores.
La anécdota permitía a Von Uexküll hacer una comparación entre el daltonismo y la incapacidad para percibir ciertos aspectos de la realidad. La cuestión era sencilla: así como se puede ser ciego para los colores, se puede ser igualmente ciego para la significación de las cosas. Y a Hartmann -decía Von Uexküll- le aqueja esta segunda dolencia. En definitiva, es posible aferrarse a un juicio sobre la realidad desde una perspectiva, verdadera, sí, pero parcial, y, en consecuencia, incapaz de dar razón de ciertos fenómenos igualmente reales, o más si cabe, que los meramente materiales. Es posible, como lo confirma la tradición materialista dedicada al estudio de la biología, adoptar frente a la naturaleza el punto de vista de un químico que se empeñara en dictaminar, únicamente como químico, por ejemplo, sobre la Madonna sixtina de Rafael. Ahora bien, tal juicio estaría afectado ab initio de un defecto fundamental: juzgar el todo por la parte, vicio que puede recibir también el nombre de reduccionismo. Al químico, en cuanto tal, le ocurre que ve sólo colores, o más exactamente pigmentos químicamente analizables, pero no figuras; y mucho menos el cuadro completo en su dimensión y significación artísticas, puesto que éstas escapan a los parámetros del objeto y del método de una ciencia experimental como es la química. […] Así las cosas, el químico podría realizar un análisis de precisión y detalle científicos sobre la composición de los materiales de que se valió Rafael para pintar el cuadro, pero resultaría completamente incapaz de afrontar con éxito el estudio del cuadro mismo. Otro tanto ocurriría al físico, al que le fuera encomendado el juicio sobre las condiciones acústicas de una sinfonía o al físico-mecánico, al que se le pidiera analizar las acciones de un animal a la luz de la ley de la conservación de la energía. Todos ellos vendrían a ser, a fin de cuentas, reduccionismos, o, como Von Uexküll prefiere decir, una suerte de ceguera para la significación. Este vicio, ampliamente difundido a comienzos del siglo XX entre naturalistas y biólogos, no es en el fondo distinto del que cometería un hombre que ante un libro se detuviera en la forma y calidad de la impresión de las letras, descuidando el estudio de su significado.
Pues bien, algo parecido es lo que Von Uexküll reprocha a Hartmann. Éste es un histólogo y un químico de fama notoria. Pero carece de las nociones decisivas para afrontar el estudio de la biología en su especificidad: la finalidad, o más exactamente la conformidad a un plan y la significación. Desde el punto de vista de la biología, como sugiere Von Uexküll, las acciones animales no se reducen a simples movimientos o tropismos, sino que consisten en percepciones y operaciones que no se ajustan al análisis de causas mecánicas, sino significativas. En realidad, si la biología no hace uso de estas nociones, las únicas que le pueden proporcionar una comprensión profunda de los seres vivos, se convierte en una serie de experimentos sofisticados, pero lejan os de toda comprensión. En definitiva, tal biología (Von Uexküll piensa sobre todo en el behaviorismo y en la psicología de los reflejos condicionados) es un ‘experimentar complicado’, pero que, a falta de un criterio y de un hilo conductor, ha llegado a convertirse en ‘un pensamiento cada vez más elemental y barato’. Porque en el mundo de la biología nos vemos sorprendidos a cada paso por la perfección con que cada organismo, aun en el caso del más rudimentario y elemental de los animales, es gobernado por un plan perfectamente delineado; es decir, por una idea. ‘Cada animal se inserta con la mayor perfección en un escenario vital, que está poblado por algunas cosas y otros actores [es decir, otros animales], que contienen una significación para su vida. Las características del animal y las de las cosas y los demás animales de su mundo [circundante] se armonizan con certeza asombrosa como puntos y contrapuntos de un coro formado por muchas voces’. (Leopoldo Prieto López, El hombre y el animal, 2008).
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