La pregunta por el sentido de la vida

Viktor Frankl  (1905-1997)

 

    Lo que de verdad necesitamos es un cambio radical en nuestra actitud hacia la vida. Tenemos que aprender por nosotros mismos y, después, enseñar a los des­es­­pe­rados que en realidad no importa que no espe­remos nada de la vida, sino si la vida espera algo de noso­tros. Tenemos que dejar de hacernos pre­guntas sobre el significado de la vida y, en vez de ello, pensar en nosotros como en seres a quienes la vida les inquiriera continua e incesantemente. Nues­tra con­tes­tación tiene que estar hecha no de palabras ni tam­po­co de medi­ta­ción, sino de una conducta y una actua­ción rectas. En última ins­tan­cia, vivir significa asumir la responsabilidad de encontrar la respuesta cor­rec­ta a los problemas que ello plantea y cumplir las tareas que la vida asig­na con­ti­nua­mente a cada individuo.

    Dichas tareas y, consecuentemente, el significado de la vida, difieren de un hombre a otro, de un momento a otro, de modo que resulta comple­ta­mente imposible definir el significado de la vida en términos generales. Nunca se podrá dar respuesta a las preguntas relativas al sentido de la vida con argu­men­­tos especiosos. "Vida" no significa algo vago, sino algo muy real y con­cre­to, que configura el destino de cada hombre, distinto y único en cada caso. Nin­gún hombre ni ningún destino pueden compararse a otro hombre o a otro destino. Ninguna situación se repite y cada una exige una respuesta dis­tin­ta; unas veces la situación en que un hombre se encuentra puede exigirle que emprenda algún tipo de acción; otras, puede resultar más ventajoso apro­ve­charla para meditar y sacar las consecuencias pertinentes. Y, a veces, lo que se exige al hombre puede ser simplemente aceptar su destino y cargar con su cruz. Cada situación se diferencia por su unicidad y en todo momento no hay más que una única respuesta correcta al problema que la situación plantea.

    Cuando un hombre descubre que su destino es sufrir, ha de aceptar dicho sufrimiento, pues ésa es su sola y única tarea. Ha de reconocer el hecho de que, incluso sufriendo, él es único y está solo en el universo. Nadie puede redi­mirle de su sufrimiento ni sufrir en su lugar.  Su única oportunidad reside en la actitud que adopte al soportar su carga. En cuanto a nosotros, como pri­sio­ neros, tales pensamientos no eran especulaciones muy alejadas de la rea­lidad, eran los únicos pensamientos capaces de ayudarnos, de liberarnos de la des­es­pe­ración, aun cuando no se vislumbrara ninguna oportunidad de salir con vida. Ya hacía tiempo que habíamos pasado por la etapa de pedir a la vida un sentido, tal como el de al­canzar alguna meta mediante la creación activa de algo valioso. Para nosotros el significado de la vida abar­caba círculos más am­plios, como son los de la vida y la muerte y por este sentido es por el que luchá­­ba­mos.

 

Sufrimiento como prestación

    Una vez que nos fue revelado el significado del sufri­miento, nos negamos a minimizar o aliviar las torturas del campo a base de ignorarlas o de abrigar falsas ilusiones o de alimentar un optimismo artificial. El sufrimiento se había convertido en una tarea que había que realizar y no queríamos volverle la espalda. Habíamos aprehendido las opor­tu­nidades de logro que se ocultaban en él, oportu­ni­dades que habían llevado al poeta Rilke a decir: "Wie viel ist aufzuleiden" "¡Por cuánto sufrimiento hay que pasar!" Rilke habló de "conseguir mediante el sufrimiento" donde otros hablan de "conseguir por medio del trabajo". Ante nosotros teníamos una buena cantidad de sufrimiento que debía­mos soportar, así que era preciso hacerle frente procu­ran­do que los momentos de debilidad y de lágrimas se redu­je­ran al mínimo. Pero no había ninguna necesidad de aver­gonzarse de las lágrimas, pues ellas testificaban que el hombre era verdaderamente valiente; que tenía el va­­lor de sufrir. No obstante, muy pocos lo entendían así. Algu­nas veces, alguien confesaba avergonzado haber llorado, como aquel compañero que respondió a mi pre­gun­ta sobre cómo había vencido el edema, confesando: "Lo he expulsado de mi cuerpo a base de lágrimas."

 

Algo nos espera

    Siempre que era posible, en el campo se aplicaba algo que podría definirse como los fundamentos de la psicoterapia o de la psico-higiene, tanto individual como colectivamente. Los esbozos de psicoterapia individual solían ser del tipo del "procedimiento para salvar la vida". Dichas acciones se emprendían por regla general con vistas a evitar los suicidios. Una regla del campo muy estricta prohibía que se tomara ninguna iniciativa tendente a salvar a un hombre que tratara de suicidarse. Por ejemplo, se prohibía cortar la soga del hombre que intentaba ahorcarse, por consiguiente, era de suma importancia impedir que se llegara a tales extremos.

Recuerdo dos casos de suicidio frustrado que guardan entre sí mucha similitud. Ambos prisioneros habían comen­tado sus intenciones de suicidarse basando su decisión en el argu­mento típico de que ya no esperaban nada de la vida. En ambos casos se trataba por lo tanto de hacerles comprender que la vida todavía esperaba algo de ellos. A uno le quedaba un hijo al que él adoraba y que estaba esperándole en el extranjero. En el otro caso no era una persona la que le esperaba, sino una cosa, ¡su obra! Era un científico que había iniciado la publicación de una colec­ción de libros que debía concluir. Nadie más que él podía realizar su trabajo, lo mismo que nadie más podría nunca reemplazar al padre en el afecto del hijo. La unicidad y la resolución que diferencian a cada individuo y confieren un significado a su existencia tienen su incidencia en la actividad creativa, al igual que la tienen en el amor. Cuando se acepta la imposibilidad de reemplazar a una persona, se da paso para que se manifieste en toda su magnitud la responsabilidad que el hombre asume ante su existencia. El hombre que se hace consciente de su responsabilidad ante el ser humano que le espera con todo su afecto o ante una obra inconclusa no podrá nunca tirar su vida por la borda. Conoce el "porqué" de su existencia y podrá soportar casi cualquier  “cómo". (Viktor E. Frankl, El hombre en busca de sentido [1946], pp. 78-81).

 

    Aquí puedes leer una entrevista con V. Frankl en la que expone sucinta y apasionadamente su idea.

El rincón de la cita

Se puede pedir en nombre de la justicia. Pero quien de verdad da algo no lo hace en nombre de ella. Quien da y quien da más de lo que se le pide, y casi tanto como se espera, lo hace porque le viene su don de más allá de la justicia; de más allá de lo que remunera a cada uno con lo que le pertenece. Porque este don de la poesía no es de nadie y es de todos. Nadie lo ha merecido y todos, alguna vez, lo encuentran. (María Zambrano)