MATAR NIÑOS

Un relato verídico

 

[Se plantea un problema]

 

Martes, 19 de agosto [de 1941], a media tarde

A unos soldados alemanes acuartelados en el centro de la ciudad [Bielaia-Tserkov, al sur de Kiev (Ucrania), germanizado como Bielacerkiev] les llaman la atención llantos y gritos de niños que vienen de una casa vecina. Al atardecer, llegan tres camiones, unos SS los cargan de niños y los camiones se vuelven a ir repletos. Los soldados tienen plena libertad para asistir a la escena. Algunos conversan con el conductor de uno de los ca­miones quien les informa de que se trata de los hijos de los ju­díos fusilados y que ellos van a ser fusilados a su vez.

Sin embargo, los camiones no han podido llevarse a to­dos los niños antes del final de la jornada de trabajo de los SS. Durante toda la noche, los gritos inin­terrumpidos de los niños que quedan no dejan dormir a los soldados.

 

Miércoles 20 de agosto, por la mañana.

Muchos hombres están afectados por esto. Su primera reacción es la de hablar con las personas que les inspiran más confianza, los capellanes, cató­lico y pro­tes­tante, del hos­pital militar, a 500 metros de la casa de los niños, los solda­dos Emst Tewes y Gerhard Wilczeck.

 

20 de agosto, al terminar la mañana

Tras el relato de estos hombres, Tewes y Wilczeck deciden ir a ver ellos mismos lo que pasa. Los soldados les señalan una pequeña casa de un piso, precedida por un patio, a 50 metros de la orilla de la calle, al lado de las casas requisadas que ellos ocupan. Al aproximarse, los capellanes escuchan efectivamente los gemidos y los gritos de los niños. Consta­tan que varios soldados van, vienen y visitan la casa libre­mente. Solamente un centinela ucraniano está ahí para vigi­lar a los niños. Los capellanes entran en la casa, suben al piso por una pequeña escalera. Al llegar a un corredor, abren una de las puertas y ven decenas de niños amontonados en dos habitaciones. Cons­tatan que algunos están agotados o ina­nes, en particular los bebés. Al salir de la casa los capellanes encuentran de nuevo a los soldados que expresan su indigna­ción. Para Tewes y Wilczeck, semejante salvajismo no puede ser obra sino de salvajes, es decir, de los ucranianos. Ven en ello un grave perjuicio para la reputación del ejército alemán que se lo permite. Entonces van a la Kommandantur —el puesto de mando local del ejército—, pero no logran ver a ningún oficial competente disponible. Ante la urgencia de la situación, deciden refe­rirlo a sus superiores directos, los ca­pellanes de la 295ª división, los oficiales Joseph Maria Reuss, sacerdote católico, y Kornrnann, pastor protestante.

 

20 de agosto, 14:30 h

Ante el relato de sus colegas, los capellanes de división deciden ir también a conocer la suerte reservada a los niños. Los primeros capellanes los acom­pañan, de forma que ahora son cuatro directores espirituales cristianos de la Wehrmacht los que se ocupan del destino de los hijos de los judíos.

El informe del capellán católico Reuss es el más preciso.

 

No hay todavía ninguna presencia de la autoridad alema­na delante de la casa. El centinela de la milicia ucraniana no tiene el poder de prohibir el acceso a los soldados alemanes que entran ahí como en un molino. Varios hombres están en el patio, así como chiquillas ucranianas. Se oyen todavía los llan­tos de los niños, que no han cesado desde hace unas veinte horas. Un suboficial enfer­mero confirma el estado dra­mático de los niños, corno es de temer: no han recibido nin­gún alimento ni sobre todo bebida desde al menos la víspera y el calor es tórrido. Un gendarme alemán aparece al fin, pero sólo está ahí para arreglar un caso de robo cometido por el centinela ucraniano. Los capellanes penetran en la casa. Reuss cuenta 90 niños de edades que van desde algunas semanas hasta seis años. Están sentados o acostados en el polvo y la suciedad; algunos están desnudos, cubiertos de moscas. Los mayores —dos, tres, cuatro años— rascan el revestimiento de los muros y se lo comen. Los niños no dejan de llorar y de gemir. El aire apesta “espantosamente”. Dos hombres «que parecen judíos» tratan de limpiar el lugar. En una tercera habi­ta­ción, se ve a través de una puerta-ventana a algunas mu­jeres y a más niños “apa­ren­temente judíos”. Un adolescente ucraniano armado con un bastón se pasea entre las personas encerradas.

 

Al salir, los capellanes se enteran de que el gendarme ha resuelto su pro­blema. Está desarmando al centinela ucrania­no sospechoso de pillaje y de des­truc­ción de documentos de identidad establecidos por las autoridades alemanas, docu­mentos cuyos pedazos se ven esparcidos por el suelo. Luego el gendarme hace que se lleven al ucraniano y se va él mismo, una vez cumplido su deber.

En cuanto los soldados ven a los capellanes, se precipitan. Cada vez son más numerosos y hay varios grupos ya que inter­pelan a los sacerdotes y a los pastores gritando indignados. Reuss observa que los más vehementes son los hombres casa­dos y entre ellos todavía más los que tienen hijos. Un médico militar de la Wehrmacht anuncia doctamente que es urgente arreglar el problema en razón del riesgo de epidemia.

 

Reuss decide pedir a los soldados alemanes que prohíban la entrada en la casa, al menos a los civiles ucranianos. Como ahora ya no hay centinela ucra­niano, y todavía no hay vigi­lancia alemana, los soldados pueden visitar el lugar en todo momento, criticar, indignarse. Reuss decide dirigirse urgen­temente al oficial de Estado mayor de mayor rango de la 295ª división en Bielacerkiev, el Gene­ral­leutnant Helmut Groscurth. Su informe está junto al de su colega protestante que termina con estas palabras: “como encuentro absolutamente inadmi­sible que semejantes cosas se desarrollen ante los ojos del pú­blico, me permito informarle de este asunto”.

 

20 de agosto, 16:30 h

Después de haber recibido la información de los capella­nes, Groscurth con­tacta con el comandante de la plaza, quien responde que no tiene la intención de intervenir. Entonces Groscurth decide a su vez ir a ver a los niños.

Va acompañado de su ordenanza, el teniente Spoerphase, de su intérprete y del doctor Reuss, el capellán católico. Si bien los niños carecen de todo lo que es necesario para unos niños, no carecen de visitas.

Groscurth también escucha sus gritos, constata que la casa todavía no está vigilada. Una veintena de oficiales y de hom­bres de la tropa están en el patio, desde donde se ve a los niños apoyados contra las ventanas. Sube al primer piso, un ucraniano le abre la puerta de las habitaciones que encierran a los niños. Puede hacer las mismas constataciones que los capellanes. Una mujer se precipita hacia él, afirmando en ale­mán que ella es inocente, que nunca ha hecho política y que no es judía.

 

Al salir, Groscurth encuentra al fin a un oficial alemán res­ponsable, el SS Ober­shar­führer Karl Jáger del servicio de in­formación de la SS (SD) y suboficial de una sección de Waffen SS. Jäger anuncia que las familias de los niños han sido fusila­das y afirma que también ellos deben ser eliminados.

Groscurth no hace comentarios. Se dirige de inmediato y de nuevo a la Kom­man­dantur local (Ortkommandant) para pedir explicaciones más rigurosas. El comandante de la pla­za se declara incompetente. No tiene ningún poder en lo que se refiere a las medidas tomadas por el SD y la SS.

 

20 de agosto, 17:30 h

Groscurth va entonces a ver al comandante en. jefe (Feld­kommandant), el Oberleutenant Riedl, en compañía del comandante de la plaza y de su oficial de ordenanza. El te­niente coronel Riedl anuncia que ha recibido informaciones sobre la misión que tienen los SS de matar a los judíos, hom­bres, mujeres y niños. Con los Waffen SS, un subcomando del Einsatzkommando 4° coman­dado por el SS Obersturm­führer August Háfner está encargado de luchar contra los espías, los francotiradores y en particular contra los judíos. Riedl no tiene ninguna influencia sobre ellos. Groscurth insiste en saber de dónde viene la orden de matar también a los niños. Riedl responde que esta orden precisa y necesaria vie­ne de muy arriba.

Groscurth decide entonces prohibir merodear por los alre­dedores de la casa y exige la mayor discreción para el traslado de los niños hacia el lugar de su ejecución. Pero constata que se enfrenta a reacciones cada vez más críticas en el seno de la tropa y que la indignación se extiende entre los soldados.

 

Sobre todo, Groscurth no está convencido de la necesidad de matar a los niños. Decide plantear la pregunta más arriba en la cadena del poder de la Wehrmacht, al comandante su­premo del VI ejército, al Feldmarschall Walter von Reichenau. Está dividido. Tiene escrúpulos por interrumpir las operacio­nes en curso del Einsatzkommando y de la Waffen SS. Entien­de que hay ahí un “problema político” que puede provocar “complicaciones”. Pero tiene otro problema, en este caso moral, con su conciencia. Y así, cuando se acercan las 18 horas, la hora de las matanzas en Bielacerkiev, y cuando Riedl le informa que el traslado de los niños es inminente, Groscurth envía a August Háfner la orden de aplazar la ejecución de los niños, a la espe­ra de la respuesta del comando supremo del VI ejército.

 

20 de agosto, 18:30 h

Häfner, furioso, se presenta en la oficina de Groscurth para exigir una confirmación escrita de la orden de diferir las ejecuciones. Groscurth rehúsa hacerlo y el tono sube entre el general del ejército y el teniente de la SS. Háfner responde de manera “poco militar” que tiene órdenes precisas. Groscurth le advierte que puede obligarlo a obedecer, que conoce muy bien las instrucciones dadas por las autoridades políticas pero que él, Groscurth, debía velar ante todo por la disciplina en el seno de la tropa. Está claro que Groscurth ha encontrado un pretexto para esconder su indecisión moral: la ejecución de los niños alteraría profundamente el ánimo de los soldados, puesto que nada del caso se les ha ocultado.

 

20 de agosto, 19:30 h

Riedl aprueba las decisiones de Groscurth. Pero Háfner, seguro de sí mismo y de sus órdenes venidas de muy arriba, decide desobedecer a Groscurth y envía un camión en el que los SS comienzan a cargar a los niños.

 

20 de agosto, 20 h

La decisión del mariscal von Reichenau, el jefe supremo del VI ejército, por fin llega. En tales condiciones, es preciso diferir la continuación de las operaciones. Por escaso mar­gen, Groscurth obliga a Háfner a soltar a sus presas. Riedl acepta incluso una acción humanitaria: los niños reciben al fin agua y pan, a la caída de la noche.

 

Jueves 21 de agosto, 11 h

Para encontrar una solución al problema de los niños, los responsables alemanes se reúnen el día siguiente al final de la mañana con Riedl. Además del comandante en jefe, están ahí Groscurth y Háfner. Llegan nuevos perso­na­jes: el capitán Luley, un oficial del Abwehr (servicio de informa­ción del ejército —los judíos son considerados como espías) y el jefe del Einsatz­kommando 4.° enviado por el propio von Reichenau, el SS Standartenführer Paul Blobel, de quien depende Háfner.

 

Groscurth es el primero que habla e insiste en el hecho de que no ha intervenido sino debido a los métodos emplea­dos y al estado emocional de la tropa. Háfner y Blobel con­vienen en que ha habido “lagunas desde un punto de vista técnico”. Riedl recuerda que los capellanes fueron los prime­ros en intervenir. Luley expone la idea de que, si bien él mis­mo es un buen cristiano protestante, piensa que los pastores harían mejor en ocuparse del alma de los soldados alema­nes, más bien que de la suerte de los niños judíos. Riedl y Luley acusan a los capellanes de haber exagerado y de “hus­mear para encontrar lo que sea”.

 

Groscurth, hijo de pastor, protesta que ha visto los hechos con sus propios ojos. Riedl le reprocha directamente, en nom­bre de la necesidad ideológica de exter­minar a las mujeres y a los niños, el haber retrasado inútilmente las operaciones. Blobel propone a guisa de castigo que se haga matar a los niños “a los hombres de tropa que husmeaban por doquier”, comandados por oficiales “que hacen retrasar el cumplimien­to de las órdenes”. Groscurth se siente aludido y rechaza esta propo­sición. Blobel interviene de nuevo, recuerda lo conve­nido por todas las auto­ri­dades, incluido von Reichenau, con respecto a la exterminación de los judíos, entre ellos los ni­ños. No se puede dar marcha atrás con respecto a esa deci­sión. Toma la decisión con los hombres presentes que discre­tamente se matará a los niños al día siguiente, 22 de agosto, por la tarde a más tardar. Groscurth, en minoría, no partici­pa en la discusión para arreglar los detalles prácticos, pero obtiene que la tropa sea cuidadosamente mantenida al margen.

 

21 de agosto, por la tarde

Groscurth redacta su informe de los acontecimientos, para el mariscal von Reichenau. Es evidente que está todavía lejos de haber superado sus problemas de conciencia y se enreda en sus contradicciones. Escribe: «los oficiales forman a la tro­pa en la rectitud y en la conciencia de ser soldados, les enseñan a evitar toda violencia y toda grosería para con las poblaciones sin defensa». «Matar mujeres y niños», dice todavía, «son me­didas que en nada se distinguen de las atrocidades cometidas por el adversario». Luego se defiende. Se ha visto obligado a actuar a favor de los niños para controlar a sus hombres, sobre todo a los soldados más maduros, y casados. Se trata­ba únicamente de mantener la disciplina. Los incidentes de Bielacerkiev tienen como causa el error del comando del ejér­cito que no mantuvo al margen a la tropa. Había que matar a los niños con los padres “para no prolongar el suplicio de los soldados alemanes”.

 

Viernes 22 de agosto, por la mañana

Durante la reunión del 21 de agosto, se olvidó un detalle: ¿quién procederá a la ejecución de los niños? La discusión entre Blobel y Háfner es tensa. Blobel quiere que sean los Waffen SS, es decir el ejército, Háfner que sean los SS. El debate dura diez minutos. Se dan cuenta de que, en julio, ya se entrenaron matando a los hombres. Sin duda fue un poco más difícil en el plano moral el resolver la cuestión de las mujeres, a principios de agosto. En lo que respecta a los ni­ños, los escrú­pulos de Groscurth causan vacilaciones todavía en el ánimo de los jefes de los asesinos. Temen que al pensar en sus hijos se perturbe a los hombres, por ahora debutantes, se trate de los Waffen SS o de los propios SS. Para paliar ese riesgo, Háfner tiene por fin una idea. Basta con confiar el trabajo a la milicia ucraniana de Riedl para resolver el pro­blema de los alemanes.

 

22 de agosto, 16 h

Soldados de la Wehrmacht cuidadosamente escogidos han sido requeridos para cavar una fosa en un pequeño bosque, lejos de las miradas demasiado sensibles. Se reúne a los ucra­nianos. Háfner observa que cuando éstos com­prenden que tendrán que matar a niños tan pequeños, se quedan petrifi­cados alrededor de los SS, y luego se ponen a temblar.

Una última prueba esperaba al SS Obersturmführer Au­gust Háfner. Cuando escoltaba a las víctimas, en la ruta de los camiones a la fosa, una chiquilla rubia se apartó del gru­po de niños, caminó hacia él y, antes que pudiera reaccionar, lo tomó de la mano.

Hay una zona gris, de contornos mal definidos, la que separa y une a la vez los dos campos de los señores y de los esclavos. Ésta posee una estructura interna increíblemente complicada, y alberga en sí lo que basta para confundir nuestra necesidad de juzgar. (Primo Levi).

 

Durante el verano de 1941 el VI ejército está todavía en la zona gris. Algunos de sus oficiales como Groscurth, y mu­chos de sus soldados, dudan en pasar al campo de los SS y ayudar en las masacres. Es útil mostrar cómo, por su deter­minación y sin correr más riesgo que el de una amonesta­ción, el general Groscurth pudo bloquear durante algunas horas la máquina del exterminio. En una época en la que los judíos morían ya por decenas de miles en Polonia, en los países bálticos, en los Balcanes, Groscurth logró hacer lle­gar el problema de la vida de 90 pequeños ucranianos ju­díos hasta la cumbre del III Reich, pero sin saber que se aproximaba, de hecho, a quienes querían la muerte de los niños. Por encima del mariscal von Reichenau, no hay más que von Rundstedt, el jefe del grupo de los ejércitos del sur, Keitel y Hitler. Por encima de Blobel, no hay más que Otto Rasch, jefe del Einzatgruppe C, y sobre todo Heydrich y Himmler, probablemente responsables de las órdenes “ve­nidas de muy arriba”, que habían sido dadas verbalmente desde el mes de julio de 1941.

 

Sin embargo, el propio Himmler estuvo a punto de des­mayarse al asistir a un fusilamiento el 15 de agosto de 1941 en Minsk. En octubre de 1942, trató de conservar una refe­rencia moral distinguiendo las muertes autorizadas por mo­tivos políticos (como el asesinato de los niños de Bielacer­kiev) de los crímenes prohibidos por motivos personales (vio­lación, sadismo...) o por conllevar una barbarie excesiva. Así, en mayo de 1943, el SS Untersturmführer Max Taüber fue condenado por un tribunal SS a una pena de prisión por ha­ber dejado a sus hombres que mataran a los niños sujetándo­los por los cabellos por encima de las fosas, en Ucrania, en 1941. Pero en el caos del III Reich, muchos otros crímenes más atroces todavía fueron en ese mismo tiempo, de hecho, incitados, con el riesgo de producir “neuróticos y brutos”, según las palabras de Erich von Dem Bach-Zelewski, jefe su­premo de los SS en Rusia central, dirigidas a Himmler, en el otoño de 1941. La invención de las cámaras de gas secretas fue hecha precisamente para resolver ese tipo de problema y permitió a Hitler, en su testamento político, pretender haber matado a los judíos de manera “humana”.

 

El decreto de Hitler de 1 de septiembre de 1939 sobre el asesinato de los enfer­mos mentales y de los inválidos físicos se da a sí mismo también una apariencia de compasión al conce­der una «muerte misericordiosa» a aquellos de quienes se decía que la vida no valía la pena de ser vivida y matar a más de 70.000 personas, particularmente en las cámaras de gas expe­rimentadas en esa ocasión, hasta las protestas de la opinión y de las autoridades religiosas que conducen a Hitler a suspen­der la operación hasta la victoria. Pero cuando el personal y los métodos de esta operación T4 fueron utilizados contra los ju­díos y los gitanos, no hubo protestas que hicieran dudar a Hit­ler. Las masacres de los Einsatz­gruppen se prolongan sin pro­blemas morales en los camiones de gas de Chelmno y las cáma­ras de gas de Treblinka, Belzec, Sobibor, Majdanek, Auschwitz.

Los esfuerzos aislados de Helmuth Groscurth estaban efec­tivamente conde­nados al fracaso.

 

Al día siguiente de la muerte de los niños de Bielacerkiev, el VI ejército recibe por fin la orden de atravesar el Dniéper. Después participó en las grandes batallas de Ucrania, bajo las lluvias torrenciales de septiembre de 1941. Las vacilacio­nes del comienzo del verano van a ser olvidadas rápidamen­te" y, sobre todo tras la toma de Kiev el 19 de septiembre, el VI ejército, como los otros ejércitos de la Wehrrnacht en la Unión Soviética, va a jalonar su ruta con una multitud de masacres de gente indefensa. Se pueden constatar las etapas de la destrucción de la conciencia moral de los asesinos: en julio, las víctimas son con mayor frecuencia hombres, de pie, vestidos, ante un pelotón de ejecución que dispara con fusil después de la lectura de una sentencia y la orden de fuego dada por un oficial. Al final de septiembre, bajo la autoridad de Blobel y de von Reichenau, los hombres del Einsatzgrup­pe C y de las Waffen SS, ebrios con frecuencia, masacran en dos días (29 y 30 de septiembre), utilizando armas automáti­cas, a 33.771 personas, hombres, mujeres, niños, juntos y desnudos, en las hondonadas de Babi Yar, al sudoeste de Kiev.

Dieciséis meses después, el VI ejército, sus oficiales, sus sol­dados y sus capellanes ardían en el infierno de Stalingrado.

 

Von Reichenau murió de una crisis cardíaca en 1942. En­tre los supervivientes de los combates, Groscurth, oficial de carrera, fue hecho prisionero por los soviéticos y murió en cautiverio. Blobel, antiguo arquitecto, primer jefe del Einsatz­kommando 4-A del Einsatzgruppe C, responsable de la masacre de Kiev, respon­sable del Kommando 1005 encargado de abrir las fosas y de hacer desaparecer los cuerpos de las víctimas, condenado a muerte en Nuremberg, fue colgado en Landsberg en 1951. Háfner, SS desde 1933, fue condenado a ocho años de prisión por el tribunal de Darmstadt en 1973. Jáger, arrestado en 1959, se suicidó en la cárcel. Tewes se convirtió en obispo de Munich en 1968 y Reuss, director del seminario y luego obispo de Maguncia en 1954. Wilczek fue pastor en una parroquia en 1945.

 

[Hay que seguir alerta]

 

Quizás, en sus inicios, los asesinos serbios y hutus tuvie­ron los mismos problemas de moral que sus antecesores. Sin duda también ellos encontraron justos en su camino. Se dice que el general Ratko Mladic, responsable de ejecuciones ma­sivas, de torturas, de violaciones y de pillajes, proporcionó a su hija Ana, dulce y sonriente estudiante de medicina, tan grandes desgarros de conciencia que se suicidó, a los 24 años de edad, la primavera de 1994."

 

En abril de 1999, en el hospital Connaught de Freetown, en Sierra Leona, unos niños de los que nadie se ocupaba su­frían atrozmente ante los ojos de sus padres impotentes, las manos cortadas con machete por los rebeldes del «Frente Revolucionario Unido». El periódico Le Monde de 1 de di­ciembre de 1999 publicó una foto patética de una pequeña niña mutilada cuyo rostro, icono inolvidable del siglo xx, ex­presaba el dolor extremo.

 

El 30 de julio del 2003, Foday Sankoh, el canceroso y loco jefe de los criminales del «Frente de Liberación Unido», mu­rió impune en un hospital de Freetown.

Algunos días después, Charles Taylor, quien fue su aliado, sangriento verdugo de Liberia, abandonó la capital, Monrovia, bajo presión de las Naciones Unidas, por un exilio dorado en Nigeria.

 

En 2003, Jean Hatzfeld recoge las palabras de los asesi­nos de Rwanda: “En el fondo un hombre es como un animal, le cortas la cabeza o el cuello, y se derrumba. En los primeros días, aquel que había matado pollos y sobre todo cabras tenía ventaja. Eso se entiende. Después, todo el mundo se acostum­bró a esta nueva actividad y se recuperó de su retraso”. (Tomado de: Jean-François Forges, Educar contra Auschwitz. Historia y memoria).

Sello septiembre

Al 2º mini-Congreso sobre la Shoá: canción e historia

Conversación en los montes Adirondack

Elie Wiesel

(adaptacion)

Heinrich Himmler

Discurso en Poznan el 6 de octubre de 1943