¿Por qué hay que estudiar el Holocausto?

 

Zygmunt Bauman (1925)

 

Existen dos razones por las cuales el Holocausto, a diferencia de muchos otros temas de investigación académica, no se puede considerar como de interés exclusivamente académico, dos razones por las cuales el problema del Holocausto no se puede reducir a un tema de investigación histórica ni de contemplación filosófica.

    La primera de ellas es que el Holocausto, aunque sea plausible que “como acontecimiento histórico fundamental –como la Revolución francesa, el descubrimiento de América o de la rueda- haya cambiado el curso de la historia posterior” (1), ha cambiado muy poco, suponiendo que haya cambiado algo, el curso de la historia posterior de nuestra conciencia colectiva y del entendimiento de nosotros mismos. Tuvo un impacto visible muy pequeño en la imagen que tenemos del significado y de la tendencia histórica de la civilización moderna. Dejó a las ciencias sociales en general y a la sociología en particular prácticamente iguales, intactas, si descontamos las regiones todavía marginales de la investigación especializada y algunas advertencias oscuras y ominosas sobre las mórbidas inclinaciones de la modernidad. Estas dos excepciones son mantenidas persistentemente a distancia del canon de la sociología. Por estas razones, nuestra comprensión de los factores y mecanismos que una vez hicieron posible el Holocausto no ha avanzado de forma significativa. Y, por lo tanto, podemos encontrarnos de nuevo desprevenidos para reconocer y descodificar las señales de aviso –en el supuesto de que, como entonces, nos estén rodeando-.

    La segunda razón es que, fuere lo que fuere lo que le sucediera al “curso de la historia”, lo cierto es que a los productos de la historia que contenían la posibilidad del Holocausto no les ocurrió casi nada o, al menos, no podemos tener la certeza de que así fuera. Por lo que sabemos o, mejor dicho, por lo que no sabemos, pueden seguir entre nosotros, esperando su oportunidad.

    Sólo podemos suponer que las condiciones que una vez dieron origen al Holocausto no se han transformado radicalmente. Si había algo en nuestro orden social que hizo posible que tuviera lugar el Holocausto en 1941, no podemos tener la certeza de que haya desaparecido desde entonces. Un número cada vez mayor de eruditos respetados y famosos nos advierten de que es mejor que no estemos tan satisfechos de nosotros mismos.

 

 

    La ideología y el sistema que dieron origen a Auschwitz permanecen intactos. Esto significa que el propio Estado-nación está fuera de control y es capaz de desencadenar actos de canibalismo social a una escala inimaginable. Si no se refrena, puede hacer que toda una civilización se consuma en las llamas. No puede llevar a cabo una labor humanitaria, no se pueden impedir sus pecados por medio de códigos morales ni legales, no tiene conciencia (Henry L. Feingold) (2).

    Muchas características de la sociedad contemporánea “civilizada” hacen que se recurra a los holocaustos genocidas. (…)

    El Estado territorial soberano reclama, como parte integrante de su soberanía, el derecho a cometer genocidios o a participar en matanzas genocidas contra personas que estén bajo su dominio… y las Naciones Unidas, en la práctica, defienden este derecho (Leo Kuper) (3).

    Dentro de ciertos límites, establecidos en función de consideraciones de poder tanto político como militar, el Estado moderno puede hacer lo que le plazca a todos los que están bajo su control. No existe ningún límite ético ni moral que el Estado no pueda trascender si desea hacerlo, porque no hay ningún poder ni ético ni moral más elevado que el del Estado. En asuntos de ética y moralidad, la situación del individuo en el Estado moderno es, en principio, equivalente a la del prisionero de Auschwitz: o bien actúa de acuerdo con las normas de conducta vigentes y aplicadas por los que poseen la autoridad o se arriesga a sufrir las consecuencias. (…)

    La existencia en la actualidad se puede identificar cada vez más con los principios que regían la vida y la muerte en Auschwitz (George M. Kren y Leon Rappoport) (4).

 

Algunos de los autores citados tienen tendencia a exagerar embargados por las emociones que despierta la lectura de los informes sobre el Holocausto. Ciertas afirmaciones suyas parecen increíbles y, desde luego, excesivamente alarmistas. Incluso pueden ser contraproducentes: si todo lo que conocemos es parecido a Auschwitz, entonces podemos convivir con Auschwitz y, en muchos casos, razonablemente bien. Si los principios que regían la vida y la muerte de los presos de Auschwitz eran como los que rigen las nuestras, entonces ¿a qué vienen todas estas protestas y lamentaciones? Sinceramente, debería evitarse la tentación de utilizar la imaginería inhumana del Holocausto al servicio de causas partidistas referidas a asuntos conflictivos, más o menos graves, pero en definitiva habituales y cotidianos. La destrucción en masa fue una forma extrema de antagonismo y opresión, y no todos los casos de opresión, odio comunal e injusticia son “parecidos” al Holocausto. La semejanza formal, y por tanto superficial, es una mala guía para el análisis causal. Al contrario de lo que indican Kren y Rappoport, el tener que elegir entre la conformidad o cargar con las consecuencias de la desobediencia no implica necesariamente vivir en Auschwitz, y los principios que predican y practican la mayor parte de los Estados contemporáneos no bastan para convertir a sus ciudadanos en víctimas de un Holocausto.

 

    La causa real de preocupación, la que no se puede desechar con facilidad ni pasar por alto como si se tratara de un resultado natural, aunque engañoso, del trauma que siguió al Holocausto, está en otro sitio. Está en dos hechos relacionados entre sí:

    En primer lugar, los procesos de ideación que por su propia lógica interna pueden conducir a proyectos de genocidio, y los recursos técnicos que permiten que se pongan en práctica estos proyectos, han demostrado no sólo que son compatibles con la civilización moderna, sino que es esta sociedad la que los ha posibilitado, creado y proporcionado. El Holocausto no sólo evitó, de forma misteriosa, el enfrentamiento con las normas e instituciones sociales de la modernidad. Es que fueron esas normas e instituciones las que lo hicieron viable. Sin la civilización moderna y sus logros esenciales y fundamentales, no habría habido Holocausto.

    En segundo lugar, todas las intrincadas redes que ha creado el proceso civilizador de frenos y equilibrios, de barreras y obstáculos que esperamos que nos defiendan de la violencia y mantengan alejados todos los poderes de la ambición y de la falta de escrúpulos, han demostrado que no servían para nada. Cuando se produjo el asesinato en masa, las víctimas se encontraron solas. Y no sólo las habían engañado con una sociedad aparentemente pacífica, humana, legalista y ordenada, sino que su sensación de seguridad se convirtió en uno de los factores más importantes de su caída.

 

    Para decirlo de forma terminante, existen razones para tener miedo porque ahora sabemos que vivimos en una sociedad que hizo que el Holocausto fuera posible y que no había nada en ella que lo pudiera detener. Sólo por estas razones es necesario estudiar las lecciones del Holocausto. En este estudio hay mucho más que el homenaje a los millones de asesinados, que el ajuste de cuentas con los asesinos o la curación de las heridas morales todavía ulceradas de los testigos pasivos y silenciosos.

 

    Evidentemente, ni este estudio ni otro todavía más profundo suponen ninguna garantía contra el retorno de los asesinos de masas ni de los espectadores pasivos. Sin embargo, sin un estudio así, no sabríamos lo probable o improbable que sería ese retorno. (Zygmunt Bauman, Modernidad  y Holocausto, ed. Sequitur, 1998, págs. 111-115).

 


(1) Feingold, “How unique is the Holocaust?”, in Genocide: Critical Issues of the Holocaust, ed. Alex Grobman & David Landes. Simon Wisenthal Centre: Los Angeles, 1983, pág. 397.

(2) Feingold, “How unique is the Holocaust?”, pág. 401.

(3) Leo Kuper, Genocide: Its Political Use in the Twentieth Century. Yale University Press: New Haven, 1981, págs. 137, 161. Los presagios de Kuper encuentran una confirmación realmente siniestra en las palabras del embajador iraquí en Londres. Entrevistado por la  Cadena 4 el 2 de septiembre de 1988 sobre el continuo genocidio de los kurdos iraquíes, el embajador contestó indignado a las acusaciones que tanto los kurdos como su bienestar y su destino eran un asunto interno de Iraq y que nadie tenía derecho a interferir en las actuaciones de un Estado soberano dentro de sus fronteras.

(4) George A. Kren y Leon Rappoport, The Holocaust and the Crisis of the Human Behaviour, Holmes & Meier: New York, 1980, págs. 130, 143.

 

Zygmunt Bauman

Modernidad y Holocausto

Sequitur, 1998.

Rincón de la cita

Algún día habrá nuevos museos martiriales que cuenten la trágica historia de los genocidios africanos del siglo XXI, de esos niños asesinados a machetazos ante los ojos de los reporteros de televisión. Y los jóvenes visitantes de esos memoriales atravesarán sus salas pensativos, desorientados,  conmocionados y deprimidos. Serán incapaces de comprender qué fue lo que entonces hicimos nosotros: ¿Cómo fue posible que nadie hiciera nada? Al fin y al cabo, bien que podrían haberlo hecho. La mayor culpa recaerá ese día sobre los maestros de hoy. (Piotr M. A. Cywiñski, Director del Museo estatal de Auschwitz-Birkenau, en: The Holocaust. Voices of Scholars, Centre for Holocaust Studies – Jagiellonian University – Auschwitz-Birkenau State Museum – Cracow 2009).

Sello septiembre

Al 2º mini-Congreso sobre la Shoá: canción e historia

Conversación en los montes Adirondack

Elie Wiesel

(adaptacion)

Matar niños.

Un relato verídico

(Jean-François Forges)

Enzo Traverso

La historia desgarrada. Ensayo sobre Auschwitz y los intelectuales.

Herder, 2000

La imagen del infierno (Hannah Arendt)

LTI - La lengua del Tercer Reich (Victor Klemperer)

Películas

Ian Kershaw (ed.)

El nazismo. Preguntas clave.

Ed. Biblioteca Nueva, 2012

Emmanuel Levinas

Escritos inéditos I (Cuadernos del cautiverio, Escritos sobre el cautiverio, Notas filosóficas diversas),

Trotta editorial, 2013

 

Entrevista radiofónica a Miguel García-Baró (editor de la obra)

sobre esta edición

6 preguntas

6 respuestas

(Mémorial de la Shoah de Paris)

Preguntas frecuentes sobre la Shoá

(Holocaust Museum Houston)