La infancia:

consideraciones filosóficas - 4

 

La vergüenza prometeica.

El deseo de ser cosa

Günther Anders (1902-1992)

 

[Seguro que, a propósito de alguien muy hábil para marcar goles o hacer pasteles, has oído decir eso de que "es una máquina metiendo goles" o que "es una máquina haciendo pasteles". El autor ahonda en el sentimiento que, a su entender, constituye la raíz de dicha comparación. Aunque no hace referencia a la infancia, sí que ofrece algunas consideraciones sugerentes sobre el nacimiento humano. De lo que sí habla es del maquillaje. Seguro que te resulta, por lo menos, provocador de nuevas reflexiones por tu parte. Ánimo con su lectura.]

 

1) La vergüenza prometeica

 

    Esta mañana creo haber descubierto el rastro de una nueva parte púdica, de un nuevo motivo de vergüenza desconocido en el pasado. Por el momento lo llamo “vergüenza prometeica”, y entiendo por ello “la vergüenza por la humillante calidad de las cosas hechas por el ser humano”… [Visitando una exposición técnica, de aparatos muy complejos, me ha llamado la atención el comportamiento de T.]. Tan pronto como una de las complejísimas máquinas de la exposición se ponía a funcionar, bajaba los ojos y callaba. Aún más sorprendente era que escondía las manos tras la espalda, como si tuviera vergüenza de haber introducido sus propios instrumentos, simples, groseros, obsoletos, en una alta sociedad compuesta de aparatos que funcionan con gran precisión y refinamiento.

 

Pero este ‘como si tuviera vergüenza’ es demasiado cauto. El cuadro de comportamiento no presentaba ninguna ambigüedad. Las cosas que reconocía como ejemplares, como superiores a él y como representantes de una clase de ser más elevada, para él representaban realmente el mismo papel que para sus ancestros habían representado las personas que encarnaban la autoridad o los medios considerados más elevados. En su simpleza física, en su imprecisión de criatura, tener que permanecer de pie bajo la mirada de esos aparatos perfectos le era realmente insoportable; sentía verdadera vergüenza.

    Si trato de profundizar en esta “vergüenza prometeica”, me parece que su objeto fundamental, la “mancha fundamental” del que se avergüenza de sí mismo, es su origen. T. se avergüenza de haber llegado a ser en vez de haber sido fabricado, es decir, del hecho de que, a diferencia de los productos impecables y calculados hasta el último detalle, debe su existencia al proceso ciego, no calculado y ancestral de la procreación y el nacimiento. Su deshonra consiste en su “natum esse”, en su bajo nacimiento, que él considera “bajo” (…) por la sola razón de que es nacimiento. Pero si se avergüenza de su anticuado origen, lógicamente también se avergüenza del resultado imperfecto e inevitable de este origen, es decir, de él mismo. […]”

 

2) La obstinación prometeica

 

    “La obstinación prometeica consiste en negarse a deber nada, ni siquiera uno mismo, a otros; el orgullo prometeico, en deberle todo, incluido uno mismo, exclusivamente a uno mismo. (…) De alguna manera, Prometeo venció de forma demasiado triunfal; tan triunfal que ahora, confrontado con sus propias obras, comienza a enterrar este orgullo que le era aún tan natural en el siglo XIX, para reemplazarlo por el sentimiento de su propia inferioridad e infamia. ‘¿Quién soy yo ya?’, se pregunta el Prometeo de hoy, bufón de su propio parque de máquinas: ‘¿Quién soy yo ya?’.

   

Es pues en relación con este nuevo modelo como hay que considerar el deseo que alimenta al hombre de hoy de convertirse en un self-made man, un producto: si quiere hacerse a sí mismo, no es porque no soporte nada que no haya hecho él mismo, sino porque no quiere ser algo que no haya sido hecho; no es que se indigne por haber sido hecho por otros (Dios, divinidades, naturaleza), sino porque no está hecho en absoluto y, al no estarlo, es inferior a todos sus productos fabricados”. […]

 

3) El hombre se desprecia a sí mismo por no ser una cosa

 

    “[Objeción: Quizá esta “vergüenza prometeica” no sea un fenómeno nuevo, sino manifestación de uno conocido hace ya tiempo: quizá sea síntoma de la “cosificación del hombre”] Respuesta: No. Es el signo de algo más, porque lo que T. considera una deshonra no es precisamente que él esté cosificado, sino todo lo contrario: que no lo está. (…) Con esta actitud, a saber, la vergüenza de no ser una cosa, el ser humano alcanza una nueva etapa, un segundo nivel en la historia de la reificación… Esto es sin duda algo nuevo: intimidado por la superioridad y la potencia de los productos, T. ha desertado de su bando y se ha pasado al de ellos. No solamente ha adoptado sus puntos de vista; no sólo ha ajustado sus propios criterios a los de los productos; sino también sus sentimientos: se desprecia a sí mismo como los despreciarían las cosas si pudieran hacerlo. Desde el final de la idolatría nunca se había visto al ser humano humillarse de tal modo ante sus propias producciones”.

 

3.1) Ejemplo de la afirmación de la cosificación: el make-up [maquillaje] como autocosificación

 

    Si no están maquilladas, las girls no se plantean dejarse ver por otra gente. Esto no significa simplemente que tengan vergüenza, como sus madres y sus abuelas, de mostrarse descuidadas y sin adornos: lo decisivo es cuándo, es decir, en qué estado se sienten arregladas, cuándo se las considera ‘cuidadas’, y cuándo ellas creen que ya no tienen que sentir vergüenza. Respuesta: cuando se han transformado (en la medida en que la materia prima de sus miembros y sus rostros lo permite) en cosas, en objetos de arte industrial, en productos acabados.

Es imposible aparecer en público con las ‘uñas desnudas’ [sin pintar]: sus uñas son dignas de presentarse en sociedad, en la oficina, incluso en la cocina sólo cuando son elevadas al ‘mismo rango’ que los aparatos que sus dedos deben manipular; cuando muestran el mismo acabado muerto y pulido de cosa y pueden disimular su anterior vida orgánica; es decir, cuando dan la impresión de que también ellas han sido fabricadas. La misma regla es aplicable también al cabello, a las piernas, a la expresión del rostro; de hecho, al cuerpo entero (sólo que la naturaleza es un poco díscola): porque hoy un cuerpo desnudo no es cuerpo desvestido, sino un cuerpo no arreglado, el que no contiene elementos cosificadores ni referencias a la cosificación.

Y uno se avergüenza más del cuerpo ‘desnudo’ en este nuevo sentido, incluso cuando está cubierto, que del cuerpo desnudo en el sentido tradicional, siempre y cuando esté cosificado de manera satisfactoria. Todas las playas lo prueban, no sólo las que están de moda. Parafraseando una célebre fórmula de Nietzsche, el cuerpo es algo que ‘debe ser superado’; mejor dicho, ya está ‘superado’. (Günther Anders, La obsolescencia del hombre, vol I: Sobre el alma en la época de la segunda revolución industrial. Recogido también en la siguiente antología a cargo de César de Vicente Hernández: Günther Anders, Filosofía de la situación. Antología. Nuestro fragmento se nutre de ambas traducciones [JMAD]).

Günther Anders

  

Filosofía de la situación. Antología 

Edición de César de Vicente Hernando      

Los libros de la catarata, Madrid,

2007

 

La obsolescencia del hombre (Vol. I)

Sobre el alma en la época de la segunda revolución industrial

Pre-Textos, Valencia,

2011

Rincón de la cita

Un anciano rabino preguntó un día a sus discípulos:

- ¿Cómo se determina la hora en la que la noche acaba y comienza el día?

- ¿Será cuando se puede distinguir desde lejos a un perro de una oveja? –preguntó uno de sus discípulos-.

-No –dijo el rabino-.

- ¿Será cuando se puede distinguir des­de lejos a una palmera datilera de una higuera –pre­­gun­tó otro discípulo-.

-No –dijo el rabino-. Ello su­cede cuando puedes mirar al rostro de cual­quier hom­bre y ver en él a tu hermano o a tu hermana. Hasta ese momento permanecerá la noche junto a nosotros. (Leyenda judía citada por Ernst Tugendhat).

Educar: ¿permitir o transmitir?

Reivindicación filosófica de la infancia (M. García-Baró)

La vita activa y la condición humana (Hannah Arendt)

Los otros son el hogar originario (Jan Patocka)