La Shoá
Georges Bensoussan (1952)
El exterminio nazi de los judíos
Judíos húngaros caminando hacia las cámaras de gas.
(Auschwitz-Birkenau, mayo 1944)
Hitos de la exclusión de los judíos de Europa.
Hasta finales del s. XIX
La historia del genocidio judío es inseparable de la evolución del antijudaísmo. El cristianismo triunfante ha dado al rechazo de los judíos el aspecto de un enfrentamiento casi identitario. Hasta el siglo XI, la situación de los judíos en la Europa cristiana queda marcada por una coexistencia todavía posible. Las primeras violencias graves estallan con la predicación y la marcha de la primera cruzada en 1095-1096, y es en el siglo XII cuando el discurso antijudío, que ya no ve en el judaísmo a esa religión simplemente anacrónica y ridícula, degenera en la acusación diabólica. La era de la tolerancia relativa ha terminado. La acusación de profanación de hostias conduce en Alemania a las masacres de 1298 (100.000 víctimas). El pueblo judío, cuya sola existencia es un desafío a la «verdadera fe», es a partir de entonces colectivamente culpable. Su rechazo canaliza la angustia religiosa de la cristiandad como, en tiempos más contemporáneos, canalizará las angustias nacidas de la modernidad.
La exclusión teológica, luego práctica, tiene lugar en el contexto de las Cruzadas. El IV Concilio de Letrán, en 1215, impone el signo distintivo a los judíos (la rueda, pieza de tejido amarillo). Numerosas profesiones les son progresivamente prohibidas, y entre 1350 (después de la Peste Negra) y 1500 su suerte se agrava: perseguidos y confinados (creación de los primeros guetos en 1266 en Breslau y en 1279 en Buda [1]), despojados, humillados, sujetos a acusaciones recurrentes (asesinato ritual, profanación de hostias, envenenamiento de pozos, etc.), y a mil violencias repetidas, muchos dejan la Europa occidental por la del Este (Polonia, Lituania) a partir del siglo XIII.
EI cristianismo del segundo milenio ha proporcionado un modelo de rechazo a la época moderna. La industrialización y la modernización rápida de la Europa occidental en el siglo XIX desestructuran las sociedades tradicionales. En ese contexto, en Alemania o en Francia, el nacionalismo cerrado del fin de siglo ve en «el judío» a un desarraigado sepulturero de toda estabilidad social. El antisemitismo laico conjuga por todas parte la condena del liberalismo, del capitalismo y del socialismo.
La leyenda dice: Detrás de las potencias extranjeras: el judío
EI sentimiento de decadencia, la creencia en el complot, la llamada al salvador y a la raza que regenerarán a la nación dan cuenta del enorme éxito de La France juive de Drumont en 1886 como de la audiencia encontrada por el alemán Treitschke en 1879, cuya lapidaria fórmula será retomada por los nazis: «¡Los judíos son nuestra desgracia!». En este final del siglo XIX, la impregnación racista es una forma de la crisis europea de la modernidad. El judaísmo europeo está atrapado entonces en una contradicción esencial de la que no tiene conciencia. La emancipación lo integra a la cultura nacional mientras que la nación que se busca, se forja tanto mejor cuanto más excluye. El antisemitismo deviene un cemento nacional en el momento preciso en el que los judíos rompen los muros intelectuales del gueto.
Alrededor del 1900, toda una corriente de pensamiento occidental recusa la herencia de las Luces. La naturaleza, inigualitaria y violenta, no conoce más que relaciones de fuerza. Justicia y «derechos humanos» son «ilusiones humanitarias»; en este sentido escribe G. Vacher de Lapouge en 1890: «No hay pues derechos del hombre, no más que derechos del armadillo de tres bandas o del gibón sindactilo, del caballo que se engancha o del buey que se come. […] La idea misma de derechos es una ficción. No hay más que fuerzas». Racismo y darwinismo social fustigan a la democracia, ese «régimen de los débiles» de los que el judío, esa antítesis del instinto y de la fuerza, es el heraldo. Este antisemitismo laico se superpone al viejo antijudaísmo cristiano. Esas dos formas del rechazo coexisten en una Europa occidental en la que progresan la secularización y la laicización. Pero mientras que el rechazo religioso vigilaba, proscribía y buscaba convertir a los judíos, el rechazo «científico», por su parte, los excluye radicalmente.
Auschwitz-Birkenau
Esta «ideología» de fin de siglo se inspira en los trabajos de Charles Darwin al aplicar la noción de organismo vivo a las ciencias humanas. Para ese darwinismo racial, la supervivencia del más apto implica la apología de la violencia. La selección natural se vuelve un artículo de dogma legitimado por la «ciencia»: ésta cauciona el capitalismo salvaje, el colonialismo y el imperialismo de la época. Paralelamente, ese discurso enseña que sólo la tradición y la raza hacen una nación. EI judío está excluido de esta última porque es el símbolo mismo de la razón y del errante. Para esta visión biológica del mundo, la selección es el concepto clave de la historia; la raza y la sangre son las únicas verdades de este mundo; la igualdad de los hombres es una quimera. El judío no tiene su lugar en ese neopaganismo, y nada, ni conversión ni «mezcla», podría reducir la oposición fundamental de las dos «razas», semítica y aria. La obcecación de la degeneración, la obsesión milenarista del fin de los tiempos, hacen de este antisemitismo pagano la base del discurso racista.
Esta cultura, lejos de encerrarse en el solo horizonte germánico, abarca la Europa occidental, se extiende por la Europa escandinava, llega hasta América del Norte. La lógica eugenista es una de sus formas: los crímenes de los médicos nazis han hecho perder de vista la fuerte pregnancia de la ideología eugenista, iniciada por Galton, Pearson y otros a finales del siglo XIX. La distinción entre eugenismo positivo (mejorar la especie humana) y eugenismo negativo (restringir el derecho a la procreación y a la vida a una parte de ésta) no es satisfactoria sino en apariencia. En realidad, una misma lógica de selección guía esas dos tendencias y llega en el siglo XX a cuestionar, para una parte de la humanidad, el estatuto mismo de ser humano.
Así, en ese fin del siglo XIX, en los dos extremos de Europa, y bajo formas diferentes, el rechazo a los judíos fuera de las naciones establecidas se exacerba al mismo tiempo que se perfila un brote de irracionalismo que socava los fundamentos mismos del siglo de las Luces. Es simbólico a este respecto el que coincidan en tiempo y en lugar la violencia del Affaire Dreyfus que marca el semifracaso de la asimilación de los judíos de Francia, y la redacción en París, por parte de agentes de la policía zarista, de la falsificación política más célebre del antisemitismo, Los protocolos de los sabios de Sion.
NOTAS
[1] Ghetto: el término es posterior a su realidad: Venecia, 1516
(G. Bensoussan, Historia de la Shoah, editorial Anthropos, Barcelona, 2005).