Sociedades religiosas:

arcaicas (o primitivas) y jerárquicas (o aristocráticas)

Marcel Gauchet

 

En todas partes, en las lati­tudes más diversas y sin una sola excepción, es en los ves­tigios de las sociedades ante­riores al Estado en donde podemos observar la misma doble afirmación: una despo­sesión radical de los hombres respecto a lo que determina su existencia y una permanencia intocable del orden que los une: nosotros no tenemos nada que ver en lo que existe; nuestra manera de vivir, nuestras reglas, nuestros hábitos, lo que sabemos, todo ello se lo debemos a otros, a unos seres de naturaleza diferente a la nuestra --Ancestros, Héroes, Dioses--, que las establecieron o instauraron. Nosotros nos limi­tamos a seguirlos, a imitarlos o a repetir lo que nos enseñaron. Dicho con otros términos, en esencia todo lo que regula los trabajos y los días es recibido; grandes obligaciones y gestos nimios, toda la armadura por la que discurre la práctica de los presentes-vivos procede de un pasado fundador que el rito viene a reactivar perma­nen­te­mente como inagotable hon­tanar y a reafirmar en su alte­ridad sagrada. […]

    Lo que en todos los casos se hace es neutralizar una relación estruc­tu­ralmente definida en términos de oposición. Así, la disposición temporal que coloca lo actual en una total dependencia de lo originario es inseparable de una disposición ‘espacial’ que inscribe el mundo de los vivos en el seno del orden natural, sin solución de continuidad. En su forma radical, la desposesión religiosa equivale a la inclusión cosmobiológica […] Hay algo en su organización –algo inherente a la herramienta, inherente al lenguaje— que desgaja al hombre de la naturaleza. La religión, en su estado primero y puro, elige fundirse con ella […] Quien dice religión dice en último extremo un tipo bien determinado de sociedad, a base de anterioridad y supe­rioridad del principio de orden colectivo sobre la voluntad de los individuos a los que reúne.

    El nacimiento del Estado es el acontecimiento que corta la historia en dos y hace entrar a las sociedades humanas en una época enteramente nueva: las hace entrar precisamente en la historia […] El advenimiento de la dominación política instala obje­ti­vamente en el seno del pro­ceso colectivo la confrontación sobre el sentido y la legitimidad del conjunto […] En efecto, con la aparición del Estado, el Otro religioso entra en la esfera humana. Aun conservando natu­ralmente su exterioridad respecto a ella, penetra en ella y se materializa en ella. El corte religioso antes pasaba entre los hombres y sus orígenes, de manera que previniera que se produjera una división entre ellos. Al surgir un aparato de dominación, dicho corte va a pasar entre los propios hom­bres, en medio de ellos, sepa­rán­dolos a unos de otros: Dominadores y dominados, los que están del lado de los dioses y los que no lo están […] Lo esencial es que en adelante habrá, en el seno de lo visible y accesible, un garante del otro lado instituyente y unos hom­bres absolutamente dife­rentes de sus semejantes en la medida en que participan directa o indirectamente del invisible foco sagrado del que se nutre la existencia colectiva.

    En el seno de la organización primitiva se equilibran exacta­mente una radical disyunción con el tiempo fundador y una conjunción plena y entera con la herencia de los orígenes. Estar separados rigurosamente del principio instituyente es lo que garantiza la igual conformidad de la existencia colectiva con sus razones primordiales. Imbricación completa del pre­sente con el pasado, recon­ducción circular de lo visible a lo invisible, de lo presente a lo ausente, de lo absolutamente familiar a lo absolutamente sus­traído: el acoplamiento o ajus­tamiento de los dos órdenes de realidad es hasta ese punto íntimo e incuestionable que carece de sentido distinguir ambos órdenes, como si estuvieran provistos cada uno de ellos de una consistencia autónoma […] En cambio, desde que [en la organización jerár­quica] se cruzan lo visible y lo invisible, desde que se hace presente lo invisible divino en el seno de lo visible, surge y se abre un problema en lo sucesivo imposible de cancelar y que es el problema relativo a la articulación de esa presencia sagrada y la ausencia de la que emana. O, dicho con más exactitud, en función del hiato que se ha hecho patente e irrecusable por la encarnación del más allá en el aquí, la relación entre visible e invisible adopta forma de problema –y problema que se hace sentir en el dispositivo jerárquico entero-. (Marcel Gauchet, Le désenchantement du monde).

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