Jean Paul Sartre (1905-1980)

Jean-Paul Sartre (1905-1980)

 

 

1. Contexto histórico-filosófico del siglo XX

 

    1.1 El periodo de entre-guerras. La visión del existencialismo.

 

    El Existencialismo es una corriente filosófica que abarca desde el final del XIX hasta después de la Segunda Guerra Mundial. Esta época de crisis ya había sido anunciada por Nietzsche: la muerte de dios y el nihilismo asociado a ella.

    El nazismo, fascismo, las dos guerras mundiales y la posterior consolidación de los bloques capitalista y comunista durante la Guerra Fría concluyeron en un proceso de despersonalización según el cual el individuo pierde su identidad diluido en una masa social fácilmente manipulable:

    1. En las democracias capitalistas se deshumaniza el trabajo y se transforma al ciudadano en consumidor.

    2. En el totalitarismo comunista soviético se ahoga la individualidad del hombre sin alcanzarse nunca la soñada sociedad sin clases.

 

    1.2 El proceso de descolonización.

 

    Durante la segunda mitad del XX se inicia la descolonización. El desgaste de las potencias europeas junto con la conciencia nacionalista hicieron estallar las guerras anticoloniales de los pueblos asiáticos y africanos.

    El existencialismo francés representado por Sartre, no quiere quedarse al margen de todos estos acontecimientos que están convulsionando el siglo y defiende la figura del intelectual comprometido políticamente. El escritor es la conciencia de la sociedad, le presenta a esta su propia imagen y le insta a cambiar.

    Sartre y su pareja, Simone de Beauvoir, autora de El segundo sexo, libro que influyó mucho en el movimiento feminista de los años 60, fundaron en 1945 la revista Les temps modernes. Su lema era “Denunciar para cambiar”. La oposición de Sartre a la Guerra de Argelia le supondrá un enorme desgaste político que incluirá un atentado en su apartamento y la petición de su fusilamiento por parte de la ultraderecha.

 

    1.3 Existencialismo y mayo del 68.

 

    Participó en el Tribunal Russell que investigó los crímenes de la guerra de Vietnam.

    Rechazó el Premio Nobel en 1964 por entender que Academia sueca era antisoviética y para mantenerse al margen del sistema.

    Su apoyo a la revuelta de Mayo del 68, una larguísima huelga general en la que participaron diez millones de trabajadores franceses y miles de estudiantes, representa el comienzo de una nueva etapa libertaria de corte maoísta.

    Aceptó el fracaso de mayo del 68 justificándolo por la ausencia de un partido político que hubiera sustentado la protesta de un modo firme. A partir de este momento y hasta su muerte, Sartre abrazó el maoísmo y su más que cuestionable “revolución cultural”.

 

    1.4 Existencialismo y post-modernidad.

    El compromiso del existencialismo de Sartre con el humanismo y el marxismo son cuestionados radicalmente por la posmodernidad, la corriente filosófica dominante durante los años noventa.

Michel Foucault (1926-1984)

 

Foucault, uno de los padres de la posmodernidad, dinamita cualquier tipo de humanismo, incluido el de Sartre. Para Foucault el hombre es un invento reciente, es el producto de las ciencias y la filosofía del s. XVIII. No existe una naturaleza humana que descubrir. Según él, la fenomenología de Sartre, la antropología marxista o el humanismo católico investigan en el vacío. Además, son saberes que carecen de criterios duraderos de verdad y validez. Foucault renuncia a cualquier tipo de teoría utópica fundada en una supuesta naturaleza humana y propone investigar las estrategias que utiliza el poder para controlar a los individuos: la tríada cárcel-manicomio-escuela. A este saber lo denominó biopolítica.

Jean-François Lyotard (1924-1998)

 

Lyotard, por su parte, cree que la modernidad ha pretendido dar una respuesta filosófica y política al sentido de la historia humana. Ha intentado producir el “gran relato”, ya sea el de la emancipación y el progreso de la humanidad a partir de la Revolución Francesa tal y como aparece en Kant, o el discurso de la economía política del capitalismo que garantiza que la libertad de mercado traerá inevitablemente enriquecimiento y democracia para todos, o también la crítica y la utopía marxista con las que se comprometió Sartre. La posmodernidad, dice Lyotard, es un estado de ánimo en el que estos “grandes metarrelatos” ya no son creíbles para nadie, ya no se confía en ellos. La historia reciente nos ha vuelto escépticos. Estamos de vuelta de todo. Eso es ser posmodernos.

 

2. Vida y obras

 

Jean Paul Sartre nació en París en 1905.

Estudió en Alemania entre 1933 y 1935 (Hitler estaba en el poder), donde se familiariza con la Fenomenología y asiste a las clases de Heidegger.

Ocupada Francia por los nazis colabora con la resistencia.

A partir de los años cincuenta es atraído por el marxismo e intenta una aproximación entre existencialismo y marxismo.

En 1964 le fue concedido el Nobel de literatura al que rehusó por motivos políticos.

Murió en París en 1980.

Martin Heidegger (1889-1976)

 

Desarrolló su obra en los más variados géneros literarios: novela (La náusea, La edad de la razón, La muerte en el alma), teatro (Las moscas, La puta respetuosa, Las manos sucias, El diablo y el buen Dios), el discurso político (El antisemitismo, Los comunistas y la paz).

Fue el fundador de la revista Les temps modernes, que tuvo una enorme influencia en el mundo cultural francés y aún europeo.

Sus obras filosóficas más importantes son: La trascendencia del ego (1936), La imaginación (1936), Ensayo de una teoría de las emociones (1939), El ser y la nada (1943), EL existencialismo es un humanismo (1946) y Crítica de la razón dialéctica (1960).

 

3. La intencionalidad de la conciencia.

 

    La obra de mayor alcance de Sartre, junto con El existencialismo es un humanismo, es El ser y la nada (1943) con la que el autor pretendió elaborar una ontología, es decir, una teoría del ser y de la realidad. Se trata de una obra en la que Sartre deja claros sus débitos respecto a la Fenomenología de Husserl, de ahí que el punto de partida de su reflexión sea la conciencia, lo que hace que estemos ante un ejemplo de ontología fenomenológica, tal y como reza el subtítulo de la obra.

Edmund Husserl (1859-1938)

 

Siguiendo las enseñanzas fenomenológicas de Husserl, el autor francés reconoce como característica fundamental de la conciencia la intencionalidad, es decir, la capacidad que tiene la conciencia para referirse significativamente a algo que no es ella, el objeto intencional. Toda conciencia es conciencia-de, es decir, pura extroversión a un mundo que sin ella no tiene sentido, pero que, no obstante, tiene consistencia más allá de ella. En consecuencia, Sartre, en clara oposición a lo que él mismo tildó de filosofía digestiva propia del psicologismo, reconoce que la conciencia en sí misma carece de contenido y de realidad, es decir, que la conciencia es nada, ausencia de ser, vacío, hueco, frente a la totalidad de la realidad que no es ella y que existe más allá de ella. Ahora bien, esta nada que es la conciencia tiene el poder de dar sentido y significado a la realidad: al mundo y a las cosas que existen más allá de la conciencia. Así, por ejemplo, imaginemos el caso que relata la película titulada Los dioses deben estar locos, en la que Xi, el protagonista perteneciente a una comunidad de aborígenes del desierto del Kalahari, se encuentra con una botella de Coca-cola que ha sido arrojada desde una avioneta. Para él y los suyos, la botella es algo desconocido que no pertenece a su mundo y, por lo tanto, no tiene sentido. ¿Qué puede ser, al aparecer caída del cielo, sino un regalo de los dioses? Tal es el sentido que tiene para él esa cosa extraña que se encuentra en su caminar. En cambio, para el occidental que arrojó la botella desde la avioneta es algo claro y diáfano: una botella de un refresco. El objeto es lo mismo, pero la interpretación y, por tanto, su sentido, depende de la conciencia del sujeto que lo percibe. Así, podemos concluir que la conciencia dona sentido a las cosas del mundo exterior, las cuales se encuentran por definición carentes de él.

 

 

4. El en-sí y el para-sí.

 

    Con lo dicho anteriormente queda ya introducida la distinción entre lo en-sí y lo para-sí. Si abstraemos todo lo que introduce la conciencia en el mundo real nos encontramos con el mundo en-sí, que es un mundo opaco, macizo, indiferenciado e impenetrable, es decir, algo sin razón ni sentido. Un mundo que existe en sí mismo y que, así cerrado en sí mismo, no mantiene relación con nada diferente. Frente a este en-sí, sinónimo de realidad y de ser, se erige el para-sí de la conciencia, que no es cosa, que no es real, es decir, que no es nada, y que introduce la negación en la realidad. Esta conciencia es el hombre, que es el ser por el que la nada viene al mundo. La nada no se entiende, en el pensamiento de Sartre, desde la oposición dialéctica al ser, sino desde la conciencia: ella, la conciencia o nada, que “anula”, que no sólo pone lo ausente, sino que en medio del ser tiene la virtualidad de decir “A es …” o “A no es …” Es como una fisura o grieta que, mediante la imaginación creadora, se produce en el ser; una brecha en la masa compacta de la presencia del mundo y que está condenada al fracaso puesto que, por mucho que aspire a unirse con el ser, sólo puede existir separada y distante de éste: el ser en-sí.

 

Es por ello por lo que la conciencia, es decir, el hombre no tiene esencia, que, como sabes, sólo pertenece a lo que tiene ser o a lo que es. El hombre carece de naturaleza y de esencia puesto que no tiene ser. Y puesto que es nada, es libre. El tener una esencia, según Sartre, es sinónimo de determinación y de necesidad. Por eso, que el hombre sea nada equivale a que el hombre sea libre. Sartre identifica la nada con la libertad. El hombre es libre porque no ha sido creado para ningún fin por Dios ni por la evolución. Simplemente nos encontramos existiendo, y desde esta situación fundamental tenemos que decir qué hacer con nuestra vida, es decir, estamos obligados a ser libres: a elegir. Por esto, cada hombre tendrá que construir su vida, buscarse su propio fin, es decir, elaborar su propio proyecto de vida. No hay valores preestablecidos y universalmente válidos, sino que cada valor es valioso en la medida en que es adoptado y asumido libremente por alguien. Así, la justificación última de un valor no es universal ni trascendente, sino meramente subjetiva: basta con que yo libremente elija algo para que este “algo” sea valioso por el mero hecho de haber sido elegido por mí.

 

 

5. La libertad.

 

    Sartre afirma con total rotundidad que el hombre es total y absolutamente libre, es decir, que estamos condenados a ser libres. Tal defensa de una ilimitada libertad no supone la ignorancia de posibles condicionamientos, sino que los acepta desde la explicación que ve en tales condicionamientos y obstáculos meras consecuencias de decisiones libres. El hombre, debido a esta radical libertad suya, puede realizar actos y decisiones que le acarreen complicaciones y obstáculos en futuras decisiones y proyectos.

 

    En esta libertad absoluta el hombre se encuentra instalado, de ahí que dicha libertad sea una libertad para decidir la manera de ser, pero no una libertad para decidir ser. Nadie solicita su existencia, sino que nos encontramos existiendo, pero con una existencia que tenemos que determinar y definir en base a nuestra decisiones y actos. Esto es lo que se conoce como proyecto. Son los actos libres los que determinan nuestra vida, actos por los que vamos realizándola, y por los que vamos adquiriendo una determinada esencia a lo largo de nuestra existencia. Somos escultores de nuestro propio ser, autocreadores. Primero la existencia y después la esencia. Una esencia que se va construyendo (proyecto) a través de los actos libres a lo largo de la existencia. Es por ello por lo que esta radical concepción de la libertad sartreana nos lleva a pensar que no hay temperamentos ni formas de ser innatas, sino que todas son producto de la elección humana. Esto tiene una serie de implicaciones que conviene aclarar.

 

    1) En primero lugar, dicho planteamiento nos lleva a tratar el tema de la responsabilidad. Si no hay determinaciones posibles y todo nuestro comportamiento está basado en la libertad absoluta, esto hace que el hombre se sienta, porque lo es, plenamente responsable del modo de ser que irá adquiriendo a lo largo de su vida, lo cual introduce en el ser humano un toque de incómoda inquietud. La libertad es difícil de asumir, y en muchas ocasiones resulta muy incómoda, ya que hay circunstancias en que desearíamos no ser libres y que los problemas se solucionaran solos. O que otros los solucionaran. A esta actitud de autoengaño consistente en buscarse excusas para no cargar con nuestra libertad y, así, no aceptar nuestra propia responsabilidad, Sartre la denomina mala fe.

 

    2) Además, la libertad genera angustia. Según la concepción moral tradicional, el hombre se siente seguro al amparo de una serie de normas morales universales y objetivas que él no ha creado, sino que existen desde siempre, y a las cuales él se agarra para garantizar que sus actos sean buenos. Si se escoge lo que dice la norma, entonces el acto será bueno, y si no, entonces será malo. En cambio, para el existencialismo sartreano no existen normas objetivas válidas para todos, sino que es el propio ser humano el que las crea desde su propia libertad y responsabilidad. Así, las normas creadas por el hombre no garantizan éxito en el comportamiento, ya que no podemos tener seguridad de que el seguimiento de unas normas morales creadas por el propio hombre garanticen que los actos morales sean bondadosos. Esta situación genera angustia. Nada ni nadie puede decidir por mí. Soy yo mismo quien tiene que tomar la decisión de hacer algo determinado, y no hay garantías de que este algo sea bueno, lo cual convierte mi decisión en un riesgo constante. Esta angustia aumenta si tenemos en cuenta que nosotros no decidimos sólo para nosotros mismos, sino que al mismo tiempo lo hacemos para los demás. Cuando tomamos una decisión no sólo nos comprometemos nosotros, sino a todos los hombres, lo cual genera una gran responsabilidad y angustia.

 

    3) Ante esta situación, el miedo a la angustia y el vértigo ante la responsabilidad de ser libres, puede ocurrir que alguien trate de engañarse a sí mismo adoptando alguna forma de determinismo al cargar la responsabilidad –que en el fondo siempre es mía-- sobre algo o alguien ajeno a mí mismo, ya sea Dios, la genética, el ambiente o las circunstancias. Esto es mentirse a uno mismo; autoengañarme. Este autoengaño es lo que denomina Sartre mala fe.

    Veamos un ejemplo del propio Sartre. Imaginemos a una muchacha que está sentada con un hombre del que ella sabe que pretende seducirla, pero por el que ella no siente ningún interés. Cuando el hombre le coge la mano, ella evita la incómoda situación de tomar la decisión de tener que rechazarlo o aceptarlo pretendiendo no darse cuenta y dejando su mano en la de él con el pretexto de no darse cuenta de la situación. De este modo pretende ser un objeto pasivo, una cosa, y no lo que realmente es, es decir, un ser consciente que es libre. Este rechazo de la libertad es lo que se conoce como “mala fe”. Frente a esta evasión de la realidad propia del hombre que es la libertad en que consiste la mala fe, Sartre propone una recuperación y potenciación de la autenticidad del ser humano como guía de conducta. Se trataría de aceptar el hecho de la libertad absoluta con la consiguiente angustia y responsabilidad que comporta, sabiendo plenamente que nuestras acciones no dependen de nada exterior, sino de nosotros mismos.

 

 

 

6. El absurdo.

 

Siguiendo todo lo dicho, concluye Sartre en la realidad absurda del hombre. El hombre es un ser absurdo puesto que, siendo un ser-para-sí, aspira a convertirse en un ser-en-sí, pero conservando su ser-para-sí, lo cual es imposible por contradictorio. He ahí lo absurdo de la existencia humana, es decir, aspira a un ideal que, dicho con la terminología clásica de la filosofía, consistiría en convertirse en Dios. El hombre, dice Sartre, «es fundamentalmente deseo de convertirse en Dios». Pero, desgraciadamente, la idea de Dios es contradictoria, ya que la conciencia es negación de ser y si la conciencia llegara a ser, dejaría de ser conciencia. Por ello el hombre es una pasión inútil; un absurdo que se hace sentir en la náusea. La náusea es el sentimiento que el hombre experimenta hacia lo real cuando adquiere plena conciencia de que está desprovisto de razón de ser, es decir, de que es absurdo e injustificado. Como dice el personaje de la novela que lleva por título La náusea, «porque todo es gratuito, se tiene la impresión de que todo es superfluo».

 

 

7. La segunda fase del pensamiento sartreano: el giro hacia el marxismo.

Sartre y Simone de Beauvoir se entrevistaron con el Che Guevara en Cuba (1960)

 

A partir de 1949, aunque hay indicios en años anteriores, como El existencialismo es un humanismo (1946) Sartre gira en su reflexión adoptando posturas marxistas, posturas que se sintetizarán en su obra, publicada en 1960, Crítica de la razón dialéctica. En esta obra intenta Sartre una revisión del pensamiento marxista acercándolo a posturas existencialistas. Según él, su existencialismo, aunque desarrollado al margen del marxismo, nunca estuvo contra las posiciones básicas de esta corriente del siglo XIX. Lo que pasa es que el marxismo del siglo XX se ha esclerotizado y deshumanizado al convertir al hombre en un mero producto que se explica desde el exterior, desde el en-sí, por medio de leyes abstractas y objetivas. Por ello, el planteamiento de Sartre será el de recuperar la vitalidad de un marxismo ya envejecido desde los fundamentos antropológicos que le podía prestar el existencialismo. (José Joaquín Villalón)

 

Cine, teatro, pensamiento

Como el agua que fluye

Manuel R. Avis