El judío triunfador y odiado

(Emancipación y promoción social de los judíos)

 

Enrique Moradiellos (1961)

 

Resulta incontestable que la emancipa­ción de la judería europea a lo largo del siglo XIX fue paralela a un proceso de concentración de sus efectivos en las ciuda­des, lo que los hizo más visibles y palpables a ojos de sus con­vecinos de otra fe y confesión. Y ese mismo proceso fue com­pletado y profundizado con una evidente concentración de los judíos en ciertas ocupaciones y profesiones cuyas puertas les habían quedado abiertas a raíz de la propia emancipación y de la eliminación de los guetos y las trabas tradicionales. Desde luego, además de seguir practicando con renovado éxito las funciones comerciales, financieras y artesanales tradicionales, los judíos emancipados comenzaron a ejercer las nuevas oportunidades abiertas en el campo de la actividad económica, de las profesiones liberales, del periodismo, de las artes e incluso de la política. El afán por aprovechar las nue­vas posibilidades y el característico tesón cultivado por una antigua minoría marginada y ascética, les deparó grandes triunfos en esos nuevos campos y les integró resueltamente en las nuevas capas burguesas generadas por el desarrollo ca­pitalista.

 

Judíos estudiando el Talmud

 

El consecuente ascenso social de los judíos se tornó. así en un fenómeno perceptible ligado a la modernización económica y socio-política impulsada par las revoluciones li­berales. No todos los judíos europeos participaron igualmen­te de ese proceso, evidentemente: el ascenso fue menor al este que al oeste y en particular en el seno de las comunidades de la Europa oriental, donde seguía siendo importante la dedica­ción campesina y agraria (una actividad ausente entre los judíos en Europa occidental pero que todavía ocupaba al 27 por ciento de los judíos ucranianos en 1921). Sin embargo, en general, la participación de la judería en el proceso de mo­dernización capitalista continental y los beneficios consegui­dos resultaron clamorosos para la imagen popular y colectiva de unos parias marginados devenidos ahora en ciudadanos burgueses activos y emprendedores. Como ha señalado al respecto Albert S. Lindemann:

 

El bienestar material y el éxito social de los judíos, la emergencia de una numerosa burguesía judía en la Europa occidental y en Estados Unidos a finales del siglo XIX, fueron parte de una notable ascensión de la judería a partir de los últimos decenios del siglo XVIII, cuando empezaron a obtener la igualdad civil. ( ... ) La extraordinaria energía emanada del pueblo judío en su conjunto y, más palpablemente, de innumerables individuos prominentes de ascendencia judía, es uno de los más importantes y a veces olvidados fenómenos de los tiem­pos contemporáneos. (Albert S. Lindemann, The Jew Accused. Three Anti-Semitic Affairs, p. 10).

 

Cartel de la película El judío eterno, promovida por el ministerio nazi de Propaganda (Alemania, 1940)

 

En efecto, un mero repaso a algunas magnitudes bastará para demostrar el perfil y entidad de ese éxito social y profesional de los judíos emancipados, que llevó aparejada una sobrerre­presentación judía en ciertas ocupaciones y oficios ligados a la modernidad decimonónica. De hecho, como no han dejado de subrayar distintos autores y analistas, los judíos «desempeña­ron un papel considerable en el impulso industrial» y destaca­ron en los negocios, las finanzas y las actividades profesionales urbanas. Así, par ejemplo, en Alemania, durante la segunda mitad del siglo XIX, los banqueros judíos proporcionaron en algunos momentos hasta dos tercios de los puestos en el con­sejo de administración del Banco Central de Alemania. La fama y fortuna de los Rothschild era así sólo la punta del ice­berg de un fenómeno asombroso aunque explicable. Más aún: hacia 1880 más de la mitad de los diarios berlineses eran pro­piedad de empresarios judíos; en 1907 el 8 por ciento de los periodistas alemanes tenían origen judío. Y apenas terminada la primera década del siglo XX, los disciplinados jóvenes judíos proporcionaban nada menos que el 6% del alumnado de la en­señanza superior, a pesar de que sólo constituían el 1 % de la población alemana. El reverso de esos éxitos de los hijos y nie­tos de los emancipados, siempre basados en la voluntad de promoción social a través del esfuerzo personal, puede verse en la situación de los judíos en el Ejército alemán y en la ad­ministración civil del Estado. Aunque servirán como reclutas y soldados, los judíos nunca conseguirán llegar a la cima de la jerarquía y ninguno de ellos logrará siquiera entrar en su Es­tado Mayor. De hecho, en 1907, sólo se contarán 16 judíos en un cuerpo de oficiales de 33.000 hombres. Por lo que respec­ta a la burocracia imperial, en ese mismo año de 1907, del to­tal de 12.600 personas que componen sus efectivos, sólo 244 serán de origen judío.

 

El judío errante, símbolo del desarraigo perpetuo.

 

    En el caso del Imperio austro-húngaro, las cifras que denotan la vinculación entre presencia judía, desarrollo económico y reforzamiento burgués, son todavía más reveladoras. En 1881, en Viena los judíos representaban el 61 por ciento de los médicos practicantes, constituían el 58 por ciento de los abogados en ejercicio y proporcionaban casi un 80 por ciento de los empresarios banqueros. Diez años después, el 33,6 por ciento de los estudiantes de la Universidad de Viena eran judíos. Por lo que respecta a Hungría, las cifras son igualmente, abrumadoras: en 1920 los judíos proporcionaban el 51 por ciento de los abogados, el 60 por ciento de los médicos practi­cantes, el 39 por ciento de los ingenieros y químicos, el 34 por ciento de los periodistas, el 23 por ciento de los actores y músicos y una gran mayoría de los hombres de negocios del co­mercio y las finanzas. Además, representaban «más de la mi­tad» de los directores y propietarios de fabricas.

    En definitiva, tras la emancipación los judíos se habían convertido en promotores y practicantes visibles (también en competidores temibles) de ocupaciones y profesiones asocia­das al proceso de modernización económica y socio-política que tuvo lugar en toda Europa durante el siglo XIX. Y en esa asociación y éxito profesional radicó, paradójicamente, su vul­nerabilidad como grupo y su renovada exposición al prejuicio y la denuncia. No en vano, en calidad de minoría recién eman­cipada con el liberalismo y muy activa en las actividades capi­talistas urbanas, los judíos cosecharon el odio y el resenti­miento de aquellos grupos urbanos y rurales que percibían con desconfianza y angustia el nuevo curso de los aconteci­mientos o se habían visto perjudicados por el rápido ritmo del cambio histórico. Para todos ellos, el judío se convirtió en el símbolo del liberalismo, del capitalismo y, en suma, de la Mo­dernidad: los agentes y beneficiarios de unas transformaciones y de un nuevo sistema que tanto les hacía padecer y sufrir. In­cluso en el emblema de algo más denigrante y aborrecible: «el símbolo del capitalismo apátrida y egoísta»; «los portadores de la subversión social y cultural y cerebros grises de las revo­luciones políticas»; «el enemigo interno».

Viñeta del periódico nazi Der Stürmer, de julio de 1936. Su título: "El judío decente". Muestra a un judío que con cortesía pide permiso para sentarse en el banco, para después echar al anterior ocupante. La coplilla señala que el judío se comporta siempre de esa manera.

 

    Por mera sobrerrepresentación numérica, en la Europa central y oriental esa conexión entre judíos y Modernidad fue mucho más evidente y, en consecuencia, el resentimiento ha­cia ambos fue tanto mayor y progresivamente más colérico. En esencia, el judío emancipado se fue convirtiendo en obje­to de crítica y denuncia por parte de muchos sectores sociales y políticos muy heterogéneos y diversos: las clases nobles y te­rratenientes parcialmente desplazadas del poder político por el nuevo régimen del liberalismo; los pequeños y medianos campesinos amenazados par la dinámica del mercado agrario capitalista; los pequeños y medios artesanos cuyos oficios pe­ligraban por el avance del maquinismo industrializador; las pequeñas burguesías comerciales y profesionales de las ciu­dades que debían competir con un recién llegado activo y voluntarioso; los clérigos y fieles de religiones antes hegemó­nicas y ahora socavadas por los procesos de secularización ra­cionalista; etc.

 

Título: "Dinero demoniaco": un monstruo judío, con la Estrella de David gravada en el pecho y los símbolos del dólar americano y la libra esterlina clava sus garras en el planeta con intenciones aviesas.

 

De sus filas y sobre sus prejuicios surgiría la base social latente e interesada del nuevo antisemitismo racial moderno. Y sobre sus temores y odios fue reactualizándose la imagen del judío que ya no era el villano tradicional del dra­ma de la pasión cristiana, sino el símbolo de todo lo negativo de la modernidad, del capitalismo, del liberalismo, de la ciu­dad, del ateísmo secularizador, de la incertidumbre de los nuevos tiempos: el judío siempre errante y por siempre desarraigado, de nariz ganchuda, mentón prominente, mirada fur­tiva, orejas puntiagudas, cuerpo alargado, pies planos, manos húmedas y olor desagradable. El judío imaginado pero tallado sobre la pobreza y miseria del Ostjuden o sobre la fortuna y ri­queza de los Rothschild, según conviniera al prejuicio y al estereotipo. (Enrique Moradiellos, La semilla de la barbarie. Antisemitismo y Holocausto, eds. Península, Barcelona, 2009, pp. 189-193).

El rincón de la cita

Son frecuentes los curiosos textos talmúdicos que intentan presentar la naturaleza de la espiritualidad de Israel como residiendo en su excelencia intelectual. No por orgullo luciferino de la razón, sino porque la excelencia intelectual es interior y los "milagros" que ella hace posibles no hieren en absoluto la dignidad del ser responsable, como sí lo hace la taumaturgia; pero sobre todo porque no echan a perder las condiciones de la acción y del esfuerzo. De ahí que en toda la vida religiosa judía se le dé tanta importancia al ejercicio de la inteligencia, aplicada en primer lugar al contenido de la revelación, a la Torá. Mas la noción de revelación se ampliará rápidamente y comprenderá todo saber esencial. (Emmanuel Levinas)

Conversación en los montes Adirondack

Elie Wiesel

(adaptacion)

Matar niños.

Un relato verídico

(Jean-François Forges)

Sello septiembre

Al 2º mini-Congreso sobre la Shoá: canción e historia

Enrique Moradiellos

La semilla de la barbarie.

Antisemitismo y Holocausto

Editorial Península,

Barcelona, 2009.

Hitos de la exclusión de los judíos de Europa hasta el siglo XIX (Georges Bensoussan)

Heinrich Himmler

Discurso en Poznan el 6 de octubre de 1943

Antisemitismo, darwinismo socio-racial y eugenesia

(Cronología comentada entre 1900 y 1933)

Jan T. Gross

Vecinos. El exterminio de la comunidad judía de Jedwabne

ed. Crítica, Barcelona, 2002

Enlaces de interés sobre la Shoá

La visión del Judaísmo (Baruj Garzón)

Balance de la Shoá

6 preguntas

6 respuestas

(Mémorial de la Shoah de Paris)

Preguntas frecuentes sobre la Shoá

(Holocaust Museum Houston)

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