La imagen del Infierno
Hannah Arendt (1906-1975)
Los hechos son: seis millones de judíos, seis millones de seres humanos, indefensos y en la mayoría de los casos ignorantes de su suerte, fueron arrastrados a la muerte. El método empleado fue la acumulación de terror. Vimo primero el abandono calculado, las privaciones y la vergüenza, y los débiles de cuerpo murieron a la vez que los que fueron suficientemente fuertes y desafiantes como para quitarse sus vidas.
Niños tras las alambradas, en 1942, Auschwitz-Birkenau.
Vino en segundo lugar la pura inanición, combinada con los trabajos forzados, y las gentes morían por miles, pero en diferentes intervalos de tiempo, según su constitución. Vinieron finalmente las fábricas de la muerte --y morían todos juntos, jóvenes y viejos, débiles y fuertes, enfermos y sanos; morían no como personas, no como hombres y mujeres, niños y adultos, chicos y chicas, no como buenos y malos, guapos y feos, sino rebajados a su mínimo común denominador de la propia vida orgánica, sumidos en el más oscuro y hondo abismo de la igualdad primaria, como ganado, como materia, como cosas que no tuvieran cuerpo ni alma, siquiera una fisonomía en que la muerte pudiera estampar su sello.
En esa monstruosa igualdad sin fraternidad ni humanidad –igualdad que perros o gatos podrían haber compartido-- es donde vemos, como a través de un espejo, la imagen del Infierno.
Esta anciana fue dirigida directamente a la cámara de gas (Foto de la SS, 1944, en: Auschwitz, residencia de la muerte, Museo estatal Auschwitz-Birkenau, Cracovia, 2007, p. 115)
Más allá de las capacidades de comprensión humana está la perversidad deforme de quienes establecieron semejante igualdad. Pero igualmente deformada y allende el alcance de la justicia humana está la inocencia de quienes murieron en esa igualdad. La cámara de gas era màs de lo que nadie hubiera posido merecer nunca, y frente a ella el peor criminal era tan inocente como un recién nacido. Tampoco la monstruosidad de esta inocencia se hace más fácil de soportar con adagios del tipo "es mejor sufrir el mal que causarlo". Lo que importaba no era tanto que aquéllos a quienes un accidente de nacimiento condenaba a muerte obedeciesen y actuasen hasta el último momento tan sin fricciones como aquéllos a quienes un accidente de nacimiento condenaba a estar vivos (esto es tan sabido que no tiene sentido ocultarlo).
Anciana con sus tres nietos, que van a la cámara de gas (mayo 1944). Eran de los primeros de los 400.000 judíos húngaros que perecieron en Auschwitz.
Más allá, estaba incluso el hecho de que inocencia y culpa no eran ya resultado del comportamiento humano; el hecho de que a ningún crimen humano podría haber correspondido este castigo, y a ningún pecado imaginable este infierno en que el santo y el pecador eran degradados por igual al estatuto de posibles cadáveres. Una vez dentro de las fábricas de la muerte, todo se volvía un accidente completamente fuera del control de quienes lo sufrían y quienes lo infligían. Y en más de una ocasión, quienes un día infligían el sufrimiento eran al día siguiente quienes lo sufrían.
Sopa (Halina Olomucka, 1963 / Museo estatal de Auschwitz-Birkenau)
No hay en la Historia humana historia más difícil de contar que ésta.
(Hannah Arendt, “La imagen del Infierno” (septiembre de 1946), Ensayos de comprensión (1930-1954)).