LTI
La lengua del Tercer Reich
Víctor Klemperer (1881-1960)
[La invasión de la conciencia por el lenguaje totalitario]
Mucho se habla hoy en día de la necesidad de extirpar la ideología del fascismo y mucho se hace también en ese sentido. Los criminales de guerra son juzgados, los “pequeños Pgs” [abreviación de Parteigenossen, “camaradas del Partido”] (¡lenguaje del Cuarto Reich!) son apartados de sus cargos, los libros nacionalsocialistas son retirados de la circulación, las plazas Hitler y las calles Göring reciben otros nombres y los robles Hitler son talados. Sin embargo, el lenguaje del Tercer Reich parece tener que sobrevivir en algunas expresiones características; éstas se han introducido hasta tal punto que parecen haberse convertido en propiedad permanente de la lengua alemana. ¡Cuántas veces, por ejemplo, he oído hablar, desde mayo de 1945, en discursos radiofónicos, en apasionadas manifestaciones antifascistas, de las cualidades de “carácter” o de la esencia “combativa” de la democracia! Son expresiones propias del núcleo --el Tercer Reich diría: del “centro esencial”-- de la LTI [Lingua Tertii Imperii]. ¿Es una pedantería escandalizarse por ella, se manifiesta aquí el maestro de escuela que se oculta, según dicen, en todo filólogo?
Me gustaría aclarar la pregunta mediante una segunda pregunta.
¿Cuál era el medio de propaganda más potente del hitlerismo? ¿Eran los discursos individuales de Hitler y de Goebbels, sus declaraciones sobre este o aquel tema, su agitación contra el judaísmo, contra el bolchevismo?
Por supuesto que no, pues muchas cosas no resultaban inteligibles para las masas o las aburrían por su eterna repetición. Cuántas veces en las fondas, cuando aún podía franquear su umbral sin la estrella, cuántas veces durante las alarmas aéreas en la fábrica, donde los arios disponían de un cuarto y los judíos de otro, y la radio se encontraba en el cuarto de los arios (como la comida y la calefacción)…, cuántas veces oí allí los naipes golpear las mesas y las conversaciones en voz alta sobre las raciones de carne y de tabaco y sobre el cine proseguir mientras el Führer o uno de sus paladines pronunciaban sus monótonos discursos, y eso que los diarios decían al día siguiente que todo el pueblo los escuchaba.
No, el efecto más potente no lo conseguían ni los discursos, ni los artículos, ni las octavillas, ni los carteles, ni las banderas; no lo conseguía nada que se captase mediante el pensamiento o el sentimiento conscientes.
El nazismo se introducía más bien en la carne y en la sangre de las masas a través de palabras aisladas, de expresiones, de formas sintácticas que imponía repitiéndolas millones de veces y que eran adoptadas de forma mecánica e inconsciente. El dístico de Schiller sobre la “lengua culta que crea y piensa por ti” se suele interpretar de manera puramente estética y, por así decirlo, inofensiva […].
Pero el lenguaje no sólo crea y piensa por mí, sino que guía a la vez mis emociones, dirige mi personalidad psíquica, tanto más cuanto mayores son la naturalidad y la inconsciencia con que me entrego a él. ¿Y si la lengua culta se ha formado a partir de elementos tóxicos o se ha convertido en portadora de sustancias tóxicas? Las palabras pueden actuar como dosis ínfimas de arsénico: uno las traga sin darse cuenta, parecen no surtir efecto alguno, y al cabo de un tiempo se produce el efecto tóxico. Si alguien dice una y otra vez “fanático” en vez de “heroico” y “virtuoso”, creerá finalmente que, en efecto, un fanático es un héroe virtuoso y que sin fanatismo no se puede ser héroe. Las palabras “fanático” y “fanatismo” no fueron inventadas por el Tercer Reich; éste sólo modificó su valor y las utilizaba más en un solo día que otras épocas en varios años. Son escasísimas las palabras acuñadas por el Tercer Reich que fueron creadas por él; quizá, incluso probablemente, ninguna. En muchos aspectos, el lenguaje nazi remite al extranjero, pero gran parte del resto proviene del alemán prehitleriano. No obstante, altera el valor y la frecuencia de las palabras, convierte en bien general lo que antes pertenecía a algún individuo o a un grupo minúsculo, y a todo esto impregna palabras, grupos de palabras y formas sintácticas con su veneno, pone el lenguaje al servicio de su terrorífico sistema y hace del lenguaje su medio de propaganda más potente, más público y secreto a la vez. […]
[Característica básica de la LTI:
su pobreza]
La LTI es pobre de solemnidad. Su pobreza es fundamental; es como si hubiese hecho voto de pobreza.
Mi lucha, la biblia del nacionalsocialismo, se publicó por vez primera en 1925, y desde entonces su lenguaje quedó básicamente fijado, en el sentido literal de la palabra. Mediante la “toma del poder” por el Partido en 1933, pasó de lenguaje de grupo a lenguaje del pueblo, es decir, se apoderó de todos los ámbitos públicos y privados: de la política, de la jurisprudencia, de la economía, del arte, de la ciencia, de la escuela, del deporte, de la familia, de los jardines de infancia y de las habitaciones de los niños. (Un lenguaje de grupo siempre abarcará sólo los ámbitos a los que se refiere su cohesión, no la vida entera.) Por supuesto, la LTI se apoderó también, y con particular ahínco, del ejército; de hecho, existe cierta reciprocidad entre el lenguaje militar y la LTI, o, para ser más preciso, el lenguaje militar influyó primero en la LTI y luego ésta corrompió el lenguaje del ejército. Por eso hago particular hincapié en esta irradiación. Hasta el año 1945, casi hasta el último día, se siguieron imprimiendo cantidades ingentes de literatura de todo tipo -el Reich [semanario nazi fundado en 1940 por Goebbels] se seguía publicando cuando Alemania estaba ya en ruinas y Berlín, cercada-. Octavillas, diarios, revistas, libros de texto, obras científicas y literarias.
A pesar de toda su duración y extension, la LTI siguió siendo pobre y monótona, y uso la palabra “monótona” con la misma literalidad que antes el verbo “fijar”. Cuando se me brindaba la oportunidad de leer -a menudo he comparado mis lecturas con un viaje en globo, que debe confiar en el viento y prescindir de una verdadera dirección-, estudiaba ora el Mito del siglo xx, ora un Anuario de bolsillo para el comerciante al por menor, hojeaba ora una revista jurídica, ora una farmacéutica, leía novelas y poemas que podían publicarse en aquellos años y oía hablar mientras barría la calle o a los obreros en la sala de máquinas: impresos o hablados, eran siempre los mismos tópicos, el mismo tono de voz, con independencia del nivel cultural de quienes los utilizaban. Y la LTI, tan todopoderosa como pobre, y todopoderosa precisamente por su pobreza, reinaba incluso entre las víctimas más perseguidas y por tanto, necesariamente, entre los enemigos mortales del nacionalsocialismo, incluso entre los judíos, en sus cartas y conversaciones y hasta en sus libros, mientras aún pudieron publicarlos. […] La causa de esta pobreza parece evidente. Una tiranía organizada hasta el último detalle controla que la doctrina del nacionalsocialismo se mantenga intacta en todos sus aspectos, incluido el lingüístico. Siguiendo el ejemplo de la censura papal, en las portadas de los libros referidos al Partido puede leers lo siguiente: “El NSDAP no tiene objeciones contra la publicación de esta obra. El Presidente de la Comisión Examinadora Oficial del Partido para la Defensa del Nacionalsocialismo”. Sólo puede tomar la palabra quien pertenece a la Reichsschrifttumskammer [Cámara de publicaciones del Reich] [1], y la prensa sólo puede publicar lo que le impone una oficina central, variando a lo sumo mínimamente el texto obligatorio para todos: pero esta variación se limita a revestir los tópicos fijados para todo el mundo. En los últimos años del Tercer Reich se desarrolló la costumbre de leer el viernes por la noche en la radio berlinesa el artículo de Goebbels que se publicaba el sábado en el Reich, y de ese modo se fijaba en las mentes lo que hasta la semana siguiente debían transmitir todos los periódicos que se hallaban dentro del territorio sometido al poder nazi. Así pues, unos cuantos individuos proporcionaban a la colectividad el modelo lingüístico válido para todos Sí, en última instancia quizá fuera sólo Goebbels quien determinaba el lenguaje permitido, pues no sólo aventajaba a Hitler en claridad, sino también en lo regular de sus manifestaciones, sobre todo porque el Führer se sumía cada vez más en el silencio, en parte para callar como una divinidad muda, en parte porque ya no tenía nada importante que decir; y los pocos matices que aún encontraban un Göring o un Rosenberg, por ejemplo, eran insertados por el ministro de Propaganda en su tejido lingüístico.
El poder absoluto que ejercía la ley lingüística de un diminuto grupo e incluso de un solo hombre se extendía por todo el ámbito de habla alemana, con una eficacia tanto mayor cuanto que la LTI no distinguía entre lenguaje hablado y escrito. Antes bien, todo en ella era discurso, todo en ella debía ser apelación, arenga, incitación. No existía ninguna diferencia de estilo entre los discursos y los artículos del ministro de Propaganda, por lo que sus artículos podían ser declamados con suma comodidad. “Declamar” [deklamieren] significa literalmente: hablar con voz sonora, a voz en cuello o, para ser aún más literal, a voz en grito. El estilo válido para todo el mundo era, pues, el del agitador que grita como un charlatán.
Y en este punto se descubre otra causa más profunda bajo el motivo evidente de la pobreza de la LTI. La LTI no era pobre sólo porque todos se veían forzados a adaptarse al mismo modelo, sino en particular porque, optando por una autolimitación, siempre expresaba sólo un aspecto de la esencia humana.
Cualquier lenguaje que puede actuar libremente sirve a todas las necesidades humanas, sirve a la razón y al sentimiento, es comunicación y diálogo, monólogo y oración, petición, orden e invocación. La LTI sirve únicamente a la invocación. Con independencia del ámbito privado o público al que pertenezca un tema -no, esto es falso, pues la LTI no conoce un ámbito privado que se diferencie del público, como tampoco distingue entre lenguaje escrito y hablado-, todo es discurso, todo es público. “Tú no eres nada, tu pueblo lo es todo”, reza una de sus consignas. Esto significa: tú nunca estarás contigo mismo, nunca sólo con los tuyos, estarás siempre ante tu pueblo.
Sería por tanto erróneo decir que la LTI apela en todos los ámbitos exclusivamente a la voluntad. Pues quien apela a la voluntad invoca al individuo, aunque se dirija a la colectividad compuesta por seres individuales. La LTI se centra por completo en despojar al individuo de su esencia individual, en narcotizar su personalidad, en convertirlo en pieza sin ideas ni voluntad de una manada dirigida y azuzada en una dirección determinada, en mero átomo de un bloque de piedra en movimiento. La LTI es el lenguaje del fanatismo de masas. Cuando se dirige al individuo, y no sólo a su voluntad, sino también a su pensamiento, cuando es doctrina, enseña los medios necesarios para fanatizar y sugestionar a las masas.
La Ilustración francesa del siglo XVIII tiene dos expresiones, temas o cabezas de turco favoritos: el embuste de los curas y el fanatismo. No sólo no cree en la verdad de las convicciones clericales, sino que ve en cualquier culto una estafa ideada para fanatizar a una comunidad y explotar a los fanatizados.
Nunca se escribió un manual más descarado del embuste clerical que Mi lucha de Hitler (eso sí, la LTI no habla de embuste de los curas, sino de propaganda). El mayor enigma del Tercer Reich seguirá siendo el hecho de que este libro pudiera y hasta debiera ser difundido entre la opinión pública y que aún así Hitler accediera al poder y lo retuviera durante doce años, a pesar de que la biblia del nacionalsocialismo llevaba años circulando antes de la toma del poder. Y nunca, nunca en todo el siglo XVIII francés, la palabra fanatismo (con el correspondiente adjetivo) ocupó una posición tan central y se utilizó con tanta frecuencia (invirtiéndose totalmente su valor) como en los doce años del Tercer Reich. (Victor Klemperer, LTI. La lengua del Tercer Reich).