CONVERSACIÓN EN LOS MONTES ADIRONDACK
(Adaptación de un extracto de la novela La cas Sonderberg,
de Elie Wiesel)
NARRADORA- Los dos hombres se dieron cita allí no para tomar unas vacaciones, sino para hablarse a corazón abierto. Del pasado. De las “cosas” de antes. De los protagonistas de una historia que, hasta el fin de los tiempos, avergonzará a la humanidad. En su enfrentamiento hubo algo de irreal, de intemporal. Cara a cara, ambos representaban dos rostros de la peor de las especies, la que llamamos humana.
Sí, Hans había pertenecido al partido nazi. Peor: había sido oficial en las SS. Peor aún: había formado parte de los Einsatzgruppen, esos comandos especiales encargados de aniquilar hasta el último judío de la Europa ocupada. Si se cambió el nombre, fue porque figuraba en la lista de individuos buscados por crímenes contra la humanidad. Y Werner quería saber. Sus indagaciones periodísticas le habían conducido hasta su abuelo. Quería oírlo todo de sus labios, pero el temor a enfrentarse con una parte de sí mismo le aterrorizaba. Yo le animé para citarse con él. Por fin se encontraron en los montes Adirondack.
HANS (con seguridad casi insultante)- No me preguntes cómo sucedió ni por qué. Yo lo sé, y tú no lo sabrás nunca; jamás podrás entender nada. Alemania derrotada, de rodillas, miserable. Y yo también. Joven pero marchito, humillado, pobre y hambriento. Un desgraciado.
NARRADORA- Con desagrado, Hans evoca la Primera Guerra mundial “perdida –según él-- por culpa de los judíos y sus aliados comunistas”: el enemigo interior, la famosa puñalada por la espalda. El desastroso tratado de Versalles. La República de Weimar, el más minúsculo de los nuevos Estados, se volvía más rico y más respetado que Alemania. Hans la llamó el hazmerreír de las naciones, cobarde y perniciosa, abierta a todas las perversiones y a todas las concesiones, corriendo desbocada a la quiebra. Para comprar un par de zapatos o un simple pedazo de pan había que llenar de billetes toda una maleta. Se vendían los inmuebles enteros a extranjeros para poder vivir al día. En las familias respetables, el padre rehuía la mirada de sus hijos. Todos sentían cómo su país se había convertido en la hez del mundo civilizado.
Entonces Hitler entró en escena. Solo él supo pronunciar las palabras que el pueblo quería oír.
HANS (encendiéndose a medida que habla)- Al señalar a los culpables –-los judíos, los comunistas, los demócratas, los franc-masones, es decir: los otros--, nos liberaba de nuestra culpa, de nuestra debilidad, de nuestra derrota y de nuestra vergüenza.
NARRADORA- ¿Eslóganes pomposos? Sin ninguna duda. ¿Gritos histéricos? Sí, totalmente. ¿Amenazas? Por supuesto. ¿Frases patéticas, grandilocuentes llamamientos al honor nacional, al patriotismo inquebrantable? Sí, mil veces sí. ¿Su consigna? “¡Hacer temblar antes que temblar!”. Y el joven pobre que Hans era tenía la necesidad de creer en esta consigna para creer en el futuro. De ese modo el Tercer Reich se convirtió en una religión, y Adolf Hitler en su profeta, si acaso no en su dios.
HANS- ¿Acaso puedes imaginarte tú en mi lugar en aquellos tiempos? Para nosotros (orgulloso) se trataba de aprender de nuevo a andar erguidos, con la cabeza bien alta, (subrayando cada palabra) cantando la gloria de la muerte cuyos aliados éramos nosotros, orgullosos y fieles aliados.
WERNER (en tono algo burlón)- ¿Cómo quieres que te responda? Cuando estudiaba aprendí que siempre debía preguntar “¿Por qué?”. Si yo hubiera estado en tu lugar, pienso..., espero que, en cada etapa, habría preguntado..., me habría preguntado “¿por qué?”. ¿Por qué las amenazas? ¿Por qué la represión? ¿Por qué las cárceles? ¿Por qué los campos? ¿Por qué las masacres? (con un deje de desprecio, apenas apreciable) Pero yo no estaba en tu lugar.
HANS (rotundo y despectivo)- No, tú no estabas en mi lugar.
NARRADORA- En la montaña, entre los árboles, hacía bueno. Una brisa suave y ligera les acariciaba. Un sol dorado jugaba con la tierra dócil. A lo lejos, en el valle, se adivinaban las casas de una pequeña ciudad con sus tejas grises o rojas. Ambiente campestre demasiado apacible y benéfico para los golpes y las heridas que ambos hombres se infligían.
WERNER (con cierto sarcasmo)- Me imagino que no has hecho más que empezar. ¿Quieres seguir?
HANS (orgulloso)- El orgullo de enfundarse por primera vez el uniforme negro de Heinrich Himmler. De ser aceptado y temido. De cumplir misiones especiales para el Führer tan admirado y tan amado: engranaje o escalafón, las órdenes y las acciones progresaban en audacia, brutalidad y crueldad. La Noche de los cuchillos largos. Los libros arrojados a las llamas. La Noche de los cristales rotos: ¡ah, los almacenes judíos saqueados, las sinagogas incendiadas, los viejos y respetables vieneses obligados a lavar la acera con cepillos de dientes, mientras los demás huían como bestias asustadas! La belleza de esos espectáculos henchía los pechos jóvenes de los fieles.
WERNER- ¿Y la idea de que vuestras víctimas no hubieran hecho daño a nadie, que fueran inocentes, no te perturbaba?
HANS (con seguridad, como diciendo algo obvio)- Eran judíos; por tanto, culpables.
WERNER (con enojo)- ¿Culpables de qué?
HANS (rotundo)- De haber nacido judíos.
WERNER (retándolo)- ¿Y por tanto?
HANS (subrayando cada palabra para acentuar su propia seguridad)- Por tanto había que castigarlos, eliminarlos, (pausa breve) sin piedad ninguna.
WERNER (retándolo sarcástico)- Y no te pasó por la cabeza la idea de que eran seres humanos, como tú, como yo.
HANS (ofendido)- No como tú y yo. Eran judíos, no humanos. Por otro lado, (regodeándose burlonamente en lo que cuenta) había que verlos, aterrorizados y cobardes, cuando se les echaba de sus casas, o en los campos, en Dachau y más tarde en Auschwitz, vacíos de vida, demacrados, cadáveres andantes. No sólo los judíos, también sus cómplices, sus aliados políticos, sus socios en negocios o sus cómplices en Dios, sus simpatizantes, los pobres humanistas esos de toda laya. (Pausa) Hasta entonces poseían fortunas, posiciones envidiables, (con engolamiento burlón) títulos, puestos importantes: y nosotros nos quitábamos el sombrero, casi nos arrodillábamos para saludarles. (Serio y despectivo) Entre nuestras manos, empezaron a arrastrarse por el suelo como animales para recoger un pedazo de pan mohoso o una colilla. Ya no les quedaba ni la menor huella de dignidad o de orgullo, ni tan siquiera de cólera. (Pausa) No pertenecían a la misma especie que yo.
WERNER- ¿Y si yo te dijera que incluso entonces, incluso así postrados, esos que abatiste, aquéllas que humillaste, seguían siendo más humanos que tú? Lastimosos, esos hombres y esas mujeres habían salvaguardado su humanidad llorando, mientras que tú habías perdido hasta el menor rastro de la tuya? (Rotundo y enfadado) ¿Puedes entender esto?
HANS (contundente y sarcástico)- Tú eres el que no entiende. (Serio y rotundo) Tú no estabas en mi lugar.
WERNER (serio y rotundo)- Nunca habría aceptado estar en él.
HANS (con un punto de sarcasmo)- ¿Tan seguro estás?
NARRADORA- Hans dibujó una especie de risa breve en la que Werner adivinó cierta amargura. Después el anciano preguntó:
HANS (condescendiendo a dar una lección sobre algo obvio)- Entre poseer el látigo y padecer sus golpes, ¿tú habrías escogido los golpes?
WERNER (retador)- Espero que sí.
HANS (con cierto desprecio)- En ese caso, esta conversación me parece inútil. Nunca llegarás a entender.
WERNER (devolviendo el desprecio)- Entender implica estar en un mismo plano. Y yo no he caído tan bajo como tú.
NARRADORA- Se miraron con dureza. ¿Con la misma violencia? ¿Era una el reflejo exacto de la otra? ¿Cómo medir el alcance de las miradas?
WERNER (intentando reanudar la conversación)- Ve hasta el final de lo que querías decirme y acaba de una vez.
HANS- ¿Qué más quieres saber?
WERNER- Has hablado de Dachau. Y de Auschwitz.
HANS- Allí estaba yo. Primero Dachau. Comparado con lo que vino después, no demasiado terrible. Yo obedecía las órdenes. Humillar a los detenidos. Reducir su resistencia, arrancarles todo tipo de voluntad. (Pausa) Matar su esperanza: ése era el objetivo principal. Los habíamos llevado allí para fortalecer y glorificar el ideal nazi. Respetando la Ley alemana y a los que la administraban. Los prisioneros debían entender esa verdad intangible y esa realidad inmutable: (como quien dice algo obvio) eran unas herramientas en nuestras manos; (con indiferencia, casi frialdad) una vez inutilizadas, las tirábamos.
WERNER (Irritado)- Pero tú, tú también has sido una herramienta; una herramienta maleable entre las manos de tus superiores. Sus excesos, su gusto por la sangre, su ceguera embrutecedora, ¿no te molestaban?
HANS- No es lo mismo.
WERNER- ¿En qué no es lo mismo?
HANS (sosegado, con calma)- No sé. Admitamos que en esa época yo no pensaba en ello. De hecho, no pensaba en nada. Mis jefes pensaban por mí. (Más encendido) Mi deber era obedecer, servir a una causa que sabía sagrada y eterna. Era ella la que justificaba todas nuestras empresas, también ésas que tú llamas nuestros crímenes monstruosos.
WERNER (sin inmutarse, con firmeza)- Sí, así es como los llamo.
HANS (retándolo)- ¿Piensas que yo, tu abuelo, era y sigo siendo un monstruo?
WERNER (aceptando el reto, con firmeza)- Un monstruo humano, o inhumano, qué más da. (Subrayando las palabras) Y que yo sea tu nieto me saca de quicio y me indigna. No sé: hay algo en mí que se niega a admitirlo.
HANS (con expresión fría, glacial)- Así que se trata de eso: me repudias. (Con un deje de desprecio) Aun así, no has entendido nada.
WERNER (Con una pizca de sarcasmo)- Estoy preparado. Ilústrame.
HANS (Algo enfadado, como el maestro que empieza a perder la paciencia)- Entonces, escucha bien: Kamenetz-Podolsk y los judíos húngaros. Kiev y los judíos ucranianos. Vilna y los judíos lituanos. Las alambradas hasta perderlas de vista. Las inmensas fosas comunes. Todo eso lo he visto yo. Cabezas hechas pedazos. Bebés abatidos, pisoteados, pateados, utilizados como blancos de tiro. El estupor de las mujeres empujadas a las cámaras de gas. Viejos mudos con cara de piedra rota. Todo eso lo he visto yo con mis propios ojos. (Pausa breve. Con indiferencia) ¿Qué sentía yo? Nada. No sentía nada. El fusil que sostenía: eso era yo, el fusil. (Sarcástico, cruel) Tú, mi querido nieto, te habrías vuelto loco. ¿De rabia? (Despectivo) De dolor, sin duda. (Arrogante) Yo no sentía nada. Yo era la Muerte. Y tú, tú eres el nieto de la Muerte. (Pausa. Después habla con frialdad intentando hacer daño a su nieto) Lo que acabas de oír es sólo el comienzo. (Sarcástico) ¿No tienes nada que decirle sobre ello a tu abuelo?
WERNER (Seguro)- Sólo una pregunta más: ¿nunca sentiste remordimientos?
HANS- (Desafiante)- Nunca.
WERNER- ¿Ni nunca lamentaste?
HANS- Sí, eso sí. (Con un punto de cinismo) Todavía hoy lamento haber perdido la guerra. Habríamos podido, habríamos debido ganarla. (Pausa. En tono relajado, como constatando algo seguro) Pero la Historia jamás se detiene. (Rotundo y evocador) La victoria final será nuestra.
WERNER (Indignado)- Has matado. Has asesinado. Has masacrado. Y tu única esperanza es que un día ese horror pueda renovarse. Y yo, yo soy tu nieto. Has transformado el mundo en un gigantesco espectáculo de fealdad y de tristeza, de desolación y de ceniza, y ahora vas y me dices que eso no te ha enseñado nada. Que el futuro se parecerá al pasado. (Breve pausa) (Rotundo, enfadado) Y yo sigo siendo tu nieto.
HANS- ¿Quieres que me calle?
WERNER- No. Continúa.
HANS (Desafiante)- Di: “Continúa, abuelo.”
WERNER (Muy firme)- No.
HANS (Entre molesto y desconcertado)- ¿Cómo que no?
WERNER- Ya es hora de que alguien tenga el valor de llevarte la contraria.
HANS- No eres tú el primero. Tu padre me la llevó poco antes de morir.
WERNER- Estoy orgulloso de ser su hijo.
HANS (Interrogativo)- A pesar de lo que te he contado, ¿no me reconoces ninguna circunstancia atenuante?
WERNER (Cada vez más indignado y desafiante)- Ninguna. Incluso aunque sintieras remordimientos, estaría contra ti.
HANS (Desafiante)- En ese caso, tú lo habrás querido. (Con un punto de sarcasmo) ¿Continúo?
WERNER (Indiferente)- Continúa.
HANS (Regodeándose en lo que cuenta para zaherir a su nieto)- Treblinka y sus columnas de humo. Birkenau y sus hornos. Las cámaras de gas. El silbido de los trenes nocturnos llegando directamente hasta la “rampa de los judíos”. (Enfatizando) En cuanto fui promovido a oficial, vigilaba las selecciones, el gaseamiento, la eliminación por el fuego. Día tras día, noche tras noche, hora tras hora, insensible a las lágrimas, a los lamentos, a la desesperación de las víctimas, la Muerte hacía estragos con eficacia, talento y empeño. (Suave, constatando algo obvio) Era algo sencillo e implacable: a ese lugar maldito, los condenados habían venido para morir (pausa breve) y yo para matar. (Orgulloso) Nunca me atrapó el remordimiento ni la piedad. (Tranquilo, seguro de que lo que afirma es una obviedad) Lo he visto todo y todo lo he retenido. Pensaba que todo eso era necesario. Que era justo.
WERNER (Horrorizado, le grita colérico)- ¿Y pretendes que me sienta orgulloso de estar unido a ti?
HANS (Gritando también)- ¡Lo quieras o no, lo estás! (Breve pausa. Sigue gritando. Con rabia) ¡Por la sangre!
WERNER(Rotundo y gritando, pero más calmado que antes)- Pues la sangre puede mentir. En nuestro caso, miente. (Mostrando desprecio) Tú y yo no pertenecemos a la misma familia humana.
HANS (Con sarcasmo, desafiante)- También en eso, lo quieras o no, estamos unidos; somos parientes.
WERNER (Con rabia)- Pues entonces llevaré este parentesco como una carga. (Pausa breve) No, peor: (pausa breve; con asco) como una maldición.
HANS (Riendo con sarcasmo)- ¡Cómo te pareces a tu padre!
WERNER (Enfadado)- ¿Qué pinta ahora él aquí mi padre?
HANS (Entre indiferente y sarcástico)- ¿Acaso no es él el lazo entre nosotros?
WERNER- De él estoy orgulloso. Tú me asqueas. (Pausa) (Dejándose arrastrar por el odio y sin apartar la mirada de su abuelo)- ¿Es que nunca llegarás a entender lo que nos has hecho a mí y a mi generación? Hitler y tú no dejasteis de proclamar que luchabais contra el resto del mundo por el porvenir de los niños alemanes; que era por nosotros por quienes arrasabais ciudades enteras; que por nosotros habéis aniquilado por siglos y siglos nuestro derecho al orgullo, al honor y a la esperanza. (Pausa) Antes de suicidarse, en su testamento, Hitler expresó el anhelo de castigar al pueblo alemán transformando Alemania en una montaña de escombros. Pero vosotros habéis hecho algo mucho peor: (subrayando cada palabra) os habéis vengado sobre nosotros, vuestros descendientes. (Casi gritando, conteniendo el grito) Por tu causa, por vuestra causa, nosotros, que hemos nacido mucho tiempo después de vuestras atrocidades, nos sentimos culpables de ellas. (Más calmado, pero remarcando más cada palabra) Por tu causa, mi alegría nunca podrá ser plena. Por tu causa, el niño que veo en los brazos de su madre me hace pensar en los niños que enviaste a la muerte. Por tu causa, tengo prohibido el paso a la felicidad pura y poderosa a la que todos los hombres deberían tener acceso. (Pausa. Calmado y seguro) Una palabra judía dice que la vida es una rueda que no deja de girar. Mira pues la tuya: lo que les hiciste a los judíos, lo vives tú ahora. Quisiste aislarlos, (pausa breve) tú lo estás; los hostigaste, (pausa breve) ahora te toca a ti; no les concediste ninguna oportunidad de vivir sin angustia, (pausa breve) y la angustia ya no te abandonará… Y conocerás el destino de tu Amo, tu admirado Hitler. Para los judíos de la Europa ocupada este continente se redujo al espacio de un país, ese país se convirtió en una ciudad, esa ciudad en una calle, esa calle en una casa, esa casa en una habitación, esa habitación en un sótano, ese sótano en un vagón, ese vagón en una ratonera de hormigón bien cerrada para asegurar la eficacia del gas. Y su vida se acabó en las llamas. (Muy sarcástico) ¿No es eso lo que también le sucedió a tu Führer? Su gigantesco imperio nazi empezó a encogerse: el continente se redujo a un país, el país a una ciudad, la ciudad a una calle, la calle a un búnker, y también a él, al Führer, lo consumieron las llamas. (Pausa)
(Desafiante) ¿Quieres que te diga otra cosa? Mi padre murió de un cáncer, pero fuiste tú quien lo mató. (Indignado) No pudo soportar tu odio a todo lo noble del mundo. (Algo triste) Es evidente que lo sabía todo de ti. Sabía que eras un fugitivo. Que merecías el desprecio de la sociedad, la cárcel, si no peor. (Como si le revelara a su abuelo algo que éste rehuyera) Tu hijo lamentaba haber nacido, ser el fruto de tu semilla. El cáncer que lo minaba era lo que había de ti en él, tu recuerdo, tu sangre como pasado tuyo. (Despectivo) ¿Y ahora te atreves a imaginar que yo te concederé mi perdón? Entonces es que estás completamente loco.
NARRADORA- También paralizado, Hans parecía súbitamente espantado, y Werner se preguntó por quién o por qué: ¿temería la verdad o sencillamente el verse acosado y solo en un mundo, en una humanidad que lo repudiaba?
HANS (Carraspeando)- Sin embargo, a tu padre lo amé. Tenía otros hijos, pero él era mi preferido. Mi elegido para sucederme. Lo representaba todo para mí. Si tomé el camino que tú aborreces fue pensando en su carrera, en su poder futuro, en su destino de conquistador. Si llevé el uniforme negro fue para iluminar esa nueva era con un orgullo sin precedente en la historia de la raza humana. Sí, fue por él por lo que me empeñé en seguir a Adolf Hitler; en apoyar sus proyectos de conquista y de gloria extraordinarias. Quería que vuestra existencia fuera pura y fuerte como un diamante negro. Tu padre no quiso creerme y ahora tú, a tu vez, te niegas a entender… (pausa; algo abatido) igual que él.
WERNER (Muy indignado)- ¡Así que es por mí y por mi padre por lo que masacraste a niños judíos con sus padres en Ucrania y en Polonia! ¡Por nosotros torturaste y atormentaste a miles y miles de mártires! ¡Me das asco! ¡Y es ese asco hacia ti el que alimentó el mal que acabó llevándose a mi padre! ¡Te hago culpable de su muerte!
NARRADORA- En ese momento, el anciano perdió toda compostura. Su cuerpo empezó a temblar, su cara palidecía, y su nieto se preguntaba si lo que le ponía así era su dignidad perdida o la rabia.
HANS (En tono de murmullo)- Tú eras mi última oportunidad, quizá mi último orgullo.
WERNER (Muy serio, sin gritar pero contundente, recalcando)- Te has equivocado. Te repudio. A mi manera, te desheredo. Te extirpo de mi vida, te borro de mi memoria.
NARRADORA- El anciano se encogió; su cara se ensombreció.
HANS (Abatido)- ¿Entonces habré luchado por nada?
WERNER- Luchaste por el odio, el mal y la muerte.
HANS (Enojado)- ¿Eso es todo lo que tienes que decirle al patriota alemán que siempre he sido y que seguiré siendo siempre?
WERNER (Muy contundente y grave)- Sí. Es todo. Ruego a Dios que te aleje de mi camino para siempre.
HANS (Farfullando)- Así que no he vivido para nadie. (Pausa) Y para nada.
NARRADORA- En el horizonte, el sol no se acostaría aún. Un viento más vigoroso sacudió los árboles. Hans se levantó y dio la espalda a su procurador y juez. Werner lo dejó caminando pesadamente sin ofrecerle siquiera una mirada de despedida.
Su muerte no fue un asesinato, sino un suicidio, me dijo Werner. La autopsia reveló que había bebido mucho. ¿Caída involuntaria? Es posible. Quizá tenga yo algo que ver en su decisión, consciente o inconsciente. Quizá no.
Entonces: ¿culpable o no culpable?
Los años pasan y dejan momentos como cicatrices. Angustia y esperanza perseveran en su incansable combate. ¿Hacer balance? Todavía no. Esto también vale para Werner. No vivimos en el pasado, sino que el pasado vive en nosotros.
Tarde o temprano, el hombre se reencuentra con quienes le han precedido. El alma tiene su propia cronología: ¿podemos escoger nuestros antepasados, nuestras raíces? El “padre” se convierte en padre, la “madre” en mamá. Solo Dios no cambia. Pero el ser humano, que vive en el tiempo, conoce sólo una vía: vivir en el presente apurando todos los recursos que encuentre en él, todos sus resortes. Hacer de cada día una fuente de gracia, de cada hora una culminación, de cada guiño una invitación a la amistad. De cada sonrisa una promesa. Mientras el telón no haya caído, todo es posible. En algún sitio en la tierra, cada cual interpreta su propio papel; y con él hace llorar o reír a carcajadas a un desconocido aquí y a otro allá. Este vínculo entre ellos es la recompensa del poeta. ¿La vida, un pasillo entre dos abismos? Un Sabio lo sugiere. Pero entonces, ¿para qué tanto empeño? De una forma o de otra, la eternidad está contenida en el instante que se desvanece.
La vida es un comienzo. Todo en la vida es recomenzar. Mientras vives eres inmortal, pues estás abierto a la vida de los vivos. Una presencia cálida, una llamada a actuar, a la esperanza, a la sonrisa incluso frente a la desgracia, una razón para creer, para creer a pesar de los fracasos y las traiciones, para creer en la humanidad del otro: esto es la amistad.
El secreto de lo que, tan pobremente, llamamos vida o destino del hombre es tan simple como difícil: sembrar de esperanza el corazón de los desesperados.
(Traducción y adaptación de Jesús Mª Ayuso Díez)
Alumnos del Instituto Francisco de Orellana de Trujillo (Cáceres - España) hicieron una lectura dramatizada del texto en el
I mini-Congreso sobre la Shoá,
el lunes 28 de enero de 2013.