¡Salvemos la Filosofía!
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A continuación puedes leer un artículo en defensa de la Filosofía en la enseñanza secundaria:
La Filosofía en España. Necrológica
(Publicado en El Mundo, 9 de octubre de 2013)
Salir de la infancia para entrar en el mundo
UNA INTERROGACIÓN ANDANTE
Dicen que eres adolescente y que, por ello, estás en crisis. Y tú estás de acuerdo en ello… pero no siempre. A veces ya eres mayor, y punto; otras, estás de lleno en la infancia. ¿Acaso no eres mayor para regresar tarde a casa por la noche y reivindicarlo en esos términos a tus padres, quienes se empeñan –‘¡qué pesados!’- en seguir viéndote menor de lo que eres? Pues a los demás, como todo el mundo sabe menos tus padres, los suyos siempre les dejan volver más tarde (¿Qué adolescente no ha dicho esto alguna vez?). Pero si se trata de ir a la tienda a hacer la compra de la semana, ¡vaya!, eso no sabes hacerlo.
Sí es cierto que muchas veces te sientes en tierra de nadie, ni con los niños -demasiado pequeños ya para ti- ni entre los adultos –demasiado viejos y, por supuesto, incapaces de entenderte-. Va a resultar que eso de la crisis puede tener algo de verdad: “El adolescente –escribe el psicólogo Daniel Sibony- es casi el símbolo del entre-dos, pero sin estar en condiciones de pensarlo. A menudo es más no-lugar que entre-dos, una especie de estado naciente que hay que volver a atravesar, que hay que renovar: una figura muy cercana al origen”. En otras palabras, que, como adolescente, estás de camino, habiendo dejado atrás casi por completo la infancia, pero sin haber hallado acomodo entre los "mayores". Tu estado es, en realidad, un no-estado, un no-estar ni aquí ni allá, sino el deambular buscándote, como decía -seguro que lo recuerdas- María Zambrano: el adolescente es una incógnita que se busca.
En realidad, ese no saber dónde ponerse; ese no ser ni de aquí ni de allá; esa sensación, a veces aguda, de desterrado, incluso de sí mismo (sin gustarse del todo o en absoluto), esta condición de exiliado, de ser una pregunta andante, es peculiar del ser humano. Puede que esto te cueste creerlo, y más en una época como la nuestra con tanta fiebre autoafirmativa, pero si lo piensas detenidamente quizá concluyas que esta fiebre es precisamente una reacción a un sentimiento agudo de desarraigo y desorientación.
El hombre ni es sólo naturaleza, como otros animales, ni es sólo cultura sin atisbo de animalidad. Si se proyecta en el futuro, siempre lo hace desde un pasado; si aspira a hacerse a sí mismo con total libertad, no puede ignorar las limitaciones de su condición y del mundo en el que vive, y si, para crearse absolutamente de la nada, ignora esos condicionantes, entonces, preso del delirio, se extravía. Es como si fuese un rompecabezas cuyas piezas nunca llegan a encajar perfectamente y él no pudiera dejar de aspirar a una plenitud que, a lo sumo, sólo vislumbra. Dondequiera que esté, lleva consigo este desajuste en forma de pregunta, admiración, desazón, dolor, congoja y deseo. Viviendo pues escindido, parece condenado a hacer la bestia cuando quiere hacer sólo el ángel, como magníficamente expresaba Pascal lo que corrientemente expresamos diciendo que ‘el infierno está empedrado de buenas intenciones’.
Pues bien, dos de los momentos en que ese desajuste o dislocamiento se manifiesta con mayor rotundidad son el de nacer y el de abandonar la infancia. El recién nacido no sólo pasa del aislamiento uterino al mundo compartido, sino que ingresa en otro modo de existencia, en el cual el anhelo de independencia y las separaciones, las rupturas, los quebrantos y las decepciones serán algo habitual. Y de la infancia nos expulsa el sentimiento agudo que súbitamente un día nos atenaza de que tenemos que morir. A partir de ese momento, el adolescente va necesitando “un mínimo de movimiento para conocer en qué sitio estaba ya, para desvelarlo y conquistar la fuerza de abandonarlo y hacerse mar adentro” (Sibony).
De ello vamos a hablar a continuación: del nacer, de la niñez, del lenguaje que nos hace humanos, del papel humanizador de la educación (lee atentamente la historia de Hurbinek y Henek), de las relaciones con los demás que van tejiendo nuestra personalidad, del dolor por la pérdida (de un ser querido o de un sueño), de la superación de un mazazo en la vida, de la salida de la infancia. …Y de cómo con todo ello vamos aprendiendo a vivir componiendo, a trancas y barrancas muchas veces, una sinfonía que sea nuestra, tenga sentido y sea buena.
Para ello nos serviremos de dos tipos de textos: los de la psicoanalista Françoise Dolto nos permitirán adentrarnos en la infancia y, además, conocer una de las concepciones psicológicas que más influencia han alcanzado en las últimas décadas; de paso, esto nos permitirá realizar algunas observaciones críticas sobre aspectos suyos que pueden estar en el origen de ciertas suposiciones por las que andamos descarriados hoy cuando de niños se trata. Pero la infancia puede dar lugar a reflexiones filosóficas que detectan en ella la presencia de experiencias fundamentales, cuya huella permanecerá durante toda la vida, si bien hay que saber cómo habérselas con ellas, como muestra el texto de Miguel García-Baró. Por otra parte, la pensadora Hannah Arendt nos permitirá pararnos a pensar qué sentido introduce en el mundo el nacer humano; Jan Patocka nos hará entender hasta qué punto es verdad que los otros constituyen nuestro hogar originario, y con Günther Anders podremos tomar conciencia del sutil peligro de cosificación que corremos, tan suave que no sólo no nos disgusta, sino que nos agrada. El reto está en que encuentres el hilo que los cose entre sí.
Empezaremos con una historia escalofriante, la de Hurbinek, y un debate a propósito de ella.
Espero que aprendas mucho con todos ellos. (JMAD).