Las implicaciones de la acción

Maurice Blondel (1861-1949)

 

¿Tiene o no la vida humana un sentido y el hombre, un destino? Actúo, pero sin saber lo que sea la acción, sin haber anhelado vivir, sin conocer con exactitud ni quién soy ni siquiera si soy. Esta apariencia de ser que se agita en mí, estas acciones ligeras y fugitivas de una sombra, oigo decir que cargan sobre ellas una responsabilidad eternamente pesada y que no puedo comprar la nada, aunque la pagase con mi sangre,  porque para mí ella ya dejó de ser: ¡será que estoy condenado a vivir, condenado a morir, condenado a la eternidad! ¿Cómo, con qué derecho, si no lo supe ni lo quise?

    Sabré a qué atenerme. Si hay algo que ver, necesito verlo. Quizás así aprenda si, sí o no, ese fantasma que soy para mí mismo, con este universo que transporto en mi mirada, con la ciencia y su magia, con el extraño sueño de la conciencia, tiene alguna solidez. Sin duda descubriré lo que se esconde en mis actos, en ese último fondo en el que, sin mí y a pesar de mí, soporto el ser y a él me adhiero. Sabré si del presente y del porvenir tengo conocimiento y voluntad suficientes para no sentir nunca tiranía en ellos, como quiera que sean.

    El problema es inevitable; el hombre lo resuelve inevitablemente; y esa solución, justa o falsa, pero voluntaria al mismo tiempo que necesaria, la lleva cada cual en sus acciones. Por esto hay que estudiar la acción […] Es bueno proponerle al hombre todas las exigencias de la vida, toda la plenitud escondida de sus obras, para reafirmar en él, con la fuerza de afirmar y de creer, el coraje de actuar.

    Si consulto la evidencia inmediata, entonces la acción, en mi vida, es un hecho, el más general y el más constante de todos, la expresión en mí del determinismo universal; incluso se produce sin mí. Más que un hecho, es una necesidad que ninguna doctrina niega puesto que negarla exigiría un supremo esfuerzo, que ningún hombre evita puesto que el suicidio sigue siendo un acto; incluso se produce a pesar mío. Más que una necesidad, a menudo la acción me resulta ser una obligación; es preciso que se produzca por mí, aun cuando exija de mí una elección dolorosa, un sacrificio, una muerte: no sólo desgasto en ella mi vida corporal, sino que siempre lastimo sentimientos y deseos cada uno de los cuales reclama todo para sí. No andamos, no aprendemos, no nos enriquecemos más que cerrando todos los caminos salvo uno, empobreciéndonos de todo lo que habríamos podido saber y ganar si hubiésemos actuado de otro modo: ¿existe pena más sutil que la del adolescente que, para entrar en la vida, se ve obligado a limitar su curiosidad como con orejeras? Cada decisión o determinación suprime una infinidad de actos posibles. Nadie escapa de esta mortificación natural.

    ¿Contaré, al menos, con el recurso de pararme? No: hay que caminar. ¿Y detener mi decisión para no renunciar a nada? No: hay que implicarse, so pena de perderlo todo; hay que aceptar compromisos. No tengo el derecho de aguardar o no tengo ya el poder de elegir. Si no actúo movido por mí mismo, hay algo en mí o fuera de mí que actúa sin mí; y esto que actúa sin mí actúa generalmente contra mí […]

    ¿Me quedará la esperanza de conducirme, si así lo quiero, teniéndolo todo bien claro y gobernarme por mis ideas solamente? No. La práctica, que no consiente ningún retraso, nunca comporta una claridad completa; analizarla completamente no le es posible a un pensamiento finito. Cualquier regla de vida que estuviese fundada únicamente en una teoría filosófica y en unos principios abstractos sería temeraria: no puedo diferir mi acción hasta que la evidencia haya aparecido, y toda evidencia que le resulte brillante a la mente es parcial. El mero conocimiento nunca basta para movernos, ya que no nos coge por entero: en todo acto hay un acto de fe.

    ¿Podré al menos  culminar lo que he decidido, sea lo que sea, tal como lo decidí? No: siempre existe entre lo que sé, lo que quiero y lo que hago una desproporción inexplicable y desconcertante. Mis decisiones van más allá de mis pensamientos, y mis actos, más allá de mis intenciones. O bien no hago todo lo que quiero; o bien hago, casi sin percatarme, lo que no quiero. Y estas acciones que no he previsto por completo, que no ordenado enteramente, a partir del momento que son realizadas, pesan sobre toda mi vida y, al parecer, actúan sobre mí más de lo que yo actúo sobre ellas. Me encuentro como su prisionero; a veces, se revuelven contra mí, igual que un hijo rebelde frente a su padre. Han fijado el pasado e inician el porvenir.

    Lo que una primera mirada sobre mi condición me revela es la imposibilidad de abstenerme y de retenerme, la incapacidad de satisfacerme, de bastarme y de librarme. Que en mi vida haya coerción y, por así decirlo, opresión no es una quimera o un juego dialéctico, sino la brutalidad de la experiencia cotidiana. En el principio de mis actos, en el empleo y tras el ejercicio de lo que llamo mi libertad, me parece sentir todo el peso de la necesidad. Nada en mí escapa de todo ello: si pretendo evitar adoptar decisiones claves, me encuentro sojuzgado por no haber actuado; si tomo la delantera, me encuentro sujeto a lo que he hecho. En la práctica nadie esquiva el problema de la práctica; y no es sólo que cada cual lo plantee, sino que cada cual, a su manera, lo zanja inevitablemente. (Maurice Blondel, L’action, Introduction).

Rincón de la cita

Siempre hay que actuar como si el destino de la humanidad dependiera de ello.

(Franz Rosenzweig)

Nada es regalo (Wislawa Szymborska)

¿Cuánto mide la existencia? (Roger-Pol Droit)

Examinar la propia vida(Sócrates / Platón)

Filosofía y búsqueda

(García-Baró y Merleau-Ponty)

Vivir expuesto.

Sócrates visto por Jan Patocka

El filósofo en la ciudad.

Sócrates visto pòr Hannah Arendt

Las preguntas filosóficas de los niños (Karl Jaspers)

Crecer de golpe  (Susana Tamaro)

La filosofía como actitud existencial (M. García-Baró)