Discurso de Himmler en Poznan el 6 de octubre de 1943
Hay un principio que debe constituir una regla absoluta para los SS: debemos ser honrados, correctos, leales y buenos camaradas ante las gentes de nuestra misma sangre, pero con nadie más. Qué pasa con los rusos, con los checos, me es completamente indiferente. La sangre de buena calidad, de la misma naturaleza que la nuestra, que los demás pueblos puedan ofrecernos la tomaremos y, si es necesario, cogeremos sus hijos y los educaremos entre nosotros.
Si las otras razas viven confortablemente o se mueren de hambre sólo me interesa en la medida en que podemos necesitarlos como esclavos de nuestra cultura; aparte de eso, me son indiferentes. Que 10.000 mujeres rusas mueran de agotamiento cavando una fosa antitanque sólo me interesa siempre y cuando la fosa sea terminada para Alemania.
No debemos ser duros y despiadados si no es necesario, está claro. Nosotros los alemanes, que somos los únicos en el mundo que tenemos una actitud decente con los animales, debemos también adoptar una actitud decente con estos animales humanos, pero sería un crimen contra nuestra sangre preocuparse por ellos o darles un ideal.
En este terreno, y en este círculo extremadamente reducido, me permitiré abordar una cuestión que quizá os parezca obvia, camaradas, pero que ha sido la más difícil de resolver de mi vida: la cuestión judía. Que no haya más judíos en vuestra provincia es para vosotros algo satisfactorio y evidente. Todos los alemanes -con raras excepciones- han comprendido bien que no habríamos soportado y no soportaríamos los bombardeos ni las dificultades de cuatro, quizá cinco o seis años de guerra, si esta peste que todo lo pudre NO estuviera aun en el cuerpo de nuestro pueblo. La mayoría de vosotros sabéis lo que significa cuando hay tendidos 100 cadáveres, o 500, o 1.000. Haber pasado por eso y –salvo las excepciones producidas por la debilidad humana- haber seguido siendo decentes, es lo que nos ha endurecido. Ésa es una página de gloria en nuestra historia que nunca se ha escrito y que nunca se escribirá…
Deseo mencionar aquí con la mayor claridad un capítulo particularmente difícil. Entre nosotros debe ser mencionado una sola vez, con mucha claridad, pero en público nunca hablaremos de ello. Me estoy refiriendo a la evacuación de los judíos, al exterminio del pueblo judío. “El pueblo judío será exterminado”, dice cada camarada del partido. “está claro, está en nuestro programa. Eliminación de los judíos, exterminio, y lo llevaremos a cabo”.
La frase "los judíos deben ser exterminados" contiene pocas palabras, se dice pronto, señores. Pero lo que exige de quien la pone en práctica es lo más duro y difícil que hay en el mundo. Naturalmente son judíos, no son más que judíos, es evidente. Y luego vienen 80 millones de buenos alemanes y cada uno de ellos tiene un “judío decente”. Por supuesto, los demás son unos puercos, salvo tal y cual que son judíos decentes a quienes no se debe hacer nada. Me atrevo a afirmar que, a juzgar por el número de esas peticiones y el número de esas opiniones en Alemania, ha habido más judíos decentes de los que existían nominalmente. Tenemos en Alemania tantos millones de individuos que tienen su famoso judío decente, que ese número es más importante que el total de judíos. Menciono esto simplemente porque habéis podido advertir en vuestras provincias que muchos nacional-socialistas respetables y decentes conocen a un judío que también es decente.
Os pido con insistencia que escuchéis simplemente lo que digo aquí en la intimidad, y que nunca habléis de ello. Se nos planteó la cuestión siguiente: "¿Qué hacemos con las mujeres y los niños?". Me decidí y también aquí encontré una solución evidente. En efecto, no me sentía con derecho a exterminar a los hombres -decid, si queréis, matarlos o hacerlos matar- y dejar crecer a los hijos, que se vengarían en nuestros hijos y nuestros descendientes. Fue preciso tomar la grave decisión de hacer desaparecer a ese pueblo de la faz de la Tierra. Para la organización que tuvo que realizar esta tarea fue la cosa más dura que había conocido. Creo poder decir que se ha realizado sin que nuestros hombres ni nuestros oficiales hayan sufrido en su corazón o en su alma. Pero ese peligro era real. La vía situada entre las dos posibilidades -endurecerse demasiado, perder el corazón y dejar de respetar la vida humana, o flojear y perder la cabeza hasta tener crisis nerviosas-, la vía entre Caribdis y Escila es desesperadamente estrecha.
Hemos entregado todos los bienes que les hemos incautado a los judíos -se trata de sumas enormes- al Ministerio de Economía. Mi punto de vista ha sido siempre el siguiente: si queremos ganar la guerra, tenemos ante nuestro pueblo y nuestra raza, ante nuestro Führer que nos ha sido concedido al fin al cabo de dos mil años, la obligación de no ser mezquinos y de ser consecuentes. No tenemos derecho a tomar un solo pfennig de los bienes confiscados a los judíos. Desde el principio he decretado que el SS que coja aunque sólo sea un marco será condenado a muerte. Estos últimos días, puedo decirlo francamente, he firmado por esta razón una docena de sentencias de muerte. Hay que mostrarse duro para que el conjunto no sufra. Me he sentido obligado a hablaros con mucha franqueza de esta cuestión y a deciros lo que os ha pasado a vosotros, que sois los más altos dignatarios, que tomáis las decisiones al más alto nivel del Partido, de ese orden político, de ese instrumento político del Führer. La cuestión de los judíos estará solucionada de aquí a final de año en los países que hemos ocupado. Sólo quedarán los restos de población judía que hayan encontrado refugio en alguna parte. La cuestión de los judíos casados con no judíos y la de los semijudíos va a ser estudiada con razón y buen sentido: vamos a tomar una decisión y a aplicarla.
He tenido grandes dificultades con muchas instituciones económicas, podéis creerme. He limpiado grandes guetos judíos en los territorios de la retaguardia. En un gueto de Varsovia libramos combates callejeros durante un mes. ¡Un mes! Allí demolimos en torno a setecientos búnkeres. Ese gueto fabricaba abrigos de piel, ropa, etc. Antes, cuando querías entrar, te decían: "¡Alto, usted entorpece la economía de guerra! ¡Alto, fábrica de armamento!". Evidentemente, esto no tiene nada que ver con nuestro camarada del partido Speer, no se puede hacer nada. Es una parte de las supuestas fábricas de armamento que el camarada Speer y yo mismo tenemos intención de depurar en las semanas y meses que vienen. Lo haremos sin ningún sentimentalismo, porque en este quinto año de guerra todo debe realizarse sin ningún sentimentalismo, pero con un gran entusiasmo por Alemania.
He terminado con la cuestión judía. Ahora estáis al corriente, y lo mantendréis en secreto. Cuando pase mucho tiempo, podremos quizá plantearnos la cuestión de si hay que decirle más al pueblo alemán. Creo que vale más que nosotros -todos nosotros- asumamos esta carga por nuestro pueblo, que asumamos la responsabilidad (la responsabilidad de un acto y no de una idea) y que nos llevemos nuestro secreto a la tumba. (Heinrich Himmler: Discours secrets, Edición de Bradley F. Smith y Agnès F. Peterson. París, Éditions Gallimard, 1978, pp. 167-168).