Vivir expuesto

Sócrates visto por Jan Patocka

Jan Patocka (1907-1977)

 

[Las palabras de Patocka que vas a leer no son gratuitas; las avaló con su propia vida, como Sócrates en Atenas. No en vano se le conoce como el Sócrates del siglo XX debido a su compromiso con la verdad y la libertad. Murió, a los 70 años, por las secuelas del durísimo interrogatorio al que le sometió la policía política del régimen comunista checoslovaco. Antes de leerlo, escucha esta presentación, Patocka y la banda underground "The Plastic People of the Univers" (no llega a 3 minutos)]

 

Lo que hoy deseo en esta charla [es] reflexionar sobre lo que es el hombre espi­ritual y lo que es el intelectual, sobre cuál es 1a diferencia entre ambos. Se trata de una reflexión sobre lo que es la vida espiritual y lo que es la cultura, así como sobre la diferencia entre ellas. Se trata asimismo de una reflexión sobre la situación del hombre es­piritual en el mundo, también en el mundo de hoy.

Imagino que eso de “hombre espiritual” no suena muy bien en nuestros días. Sonará como a espiritismo, y este tipo de expresio­nes no son bien recibidas hoy en día. ¿Existe sin embargo alguna expresión mejor para lo que tengo en mente? Tomémosla, pues, a falta de algo mejor. Si alguien tiene alguna propuesta terminológi­ca mejor, entonces podría tener la amabilidad de presentarla.

Estimo, pues, que es muy importante que tomemos conciencia de que, bajo lo que cotidianamente se denomina hombre de inte­lecto, hombre inteligente u hombre intelectual, se esconden dos cosas totalmente distintas, las cuales no por ello dejan de estar en relación como lo están la cosa y su sombra, o como lo están (por emplear los términos de quien se esforzó por vez primera en elu­cidar esta diferencia) la realidad y su imagen distorsionada.

Así, tenemos por un lado al intelectual, al agente cultural, al trabajador y creador ocasional, como una determinada realidad social, que podemos definir y aprehender objetivamente. Desde un punto de vista sociológico, se trata del hombre con una cierta formación, ciertas habilidades y, en su caso, ciertos diplomas. En virtud de ella, desempeña una función con la que, como es com­prensible, se gana la vida. Del mismo modo que cualquier otra persona vive de otras actividades (el zapatero haciendo zapatos o el obrero yendo a la fábrica), también el escritor escribe sobre pa­pel y lo que así produce se imprime, se vende y se compra, en­trando así en el conjunto de las relaciones económicas. […]

¿Qué ocurre con el otro tipo de hombre? No se trata de algo tan fácil y evidente. No se trata de una cuestión que podamos de­finir desde fuera, mediante la constatación de que la gente hace esto o aquello. Los hombres espirituales, en buena parte, también escriben cosas en papel y también desempeñan actividades del ti­po de las de quienes viven de la cultura. Desde fuera, parecen ser exactamente lo mismo, parece que no hay diferencias entre ellos. Los hombres espirituales son escritores como lo son otros, son profesores como lo son otros, dan clases como ellos, etc. Es por esta razón por lo que digo que no notamos la diferencia entre ellos y es por esto por lo que se plantea un problema.

Sin embargo, hay una diferencia profunda entre estos dos tipos de hombre. Fue Platón el primero en advertir que hay una enorme diferencia entre un hombre como Sócrates y otro como Protágo­ras, Hipias o todos los demás virtuosos brillantes, que tanto saben y tan brillantemente sobresalen como maestros y como hombres hábiles para ganar dinero. ¿Dónde está la diferencia?  […]: ¿cómo hemos de enfocar la cuestión de qué sea un hombre espiritual? Yo, por mi parte, intentaré hacerlo partiendo de las palabras del gran filósofo moderno que se esforzó par definir un determinado tipo de vida espiritual, afirmando que la filosofía es el mundo al revés [Hegel].

  

 

¿En qué sentido es el mundo al revés? ¿En qué sentido le da la vuelta el fi1ósofo a la realidad del resto de la gente, de aquéllos que no son hombres espirituales?

El filósofo es diferente en la medida en que el mundo no es para él algo evidente. Todos nosotros vivimos en un mundo que nos es dado, que nos está abierto y que tenemos por real. Esta rea­lidad es algo que pura y simplemente esta ahí y que tomamos con una inmediata naturalidad, como un fundamento seguro sobre el que nos movemos sin dificultades. Nuestra vida en el mundo presenta también esta naturalidad. Todas nuestras reacciones las hemos aprendido, hemos aprendido a denominar todos los objetos a nuestro alrededor gracias a una lengua que nos ha venido dada, todas nuestras opiniones nos las hemos apropiado de la tra­dición y todas nuestras ideas las tenemos de la escuela. Así, po­demos decir que todo nos viene prescrito y que allí donde mani­festamos algo proveniente de nuestra propia iniciativa, también lo hacemos apoyándonos en algo que sea para nosotros claro y evi­dente. La mayor parte de las veces contamos con esto, a menos que se nos cruce alguna dificultad o inconveniencia. De este mo­do, la vida así asumida, tal y como viene dada por otros, no se en­cuentra con ningún obstáculo.

Son escasas las experiencias que nos muestran que en realidad todo este mundo evidente y aceptado como tal es un mundo que decepciona, que está expuesto a la negatividad. Son escasas, pe­ro al final todos se encuentran con ellas de un modo u otro. Ob­servamos así cómo las personas con las que vivimos, junto a las que actuamos, con las que trabajamos, pensamos y aprendemos son inconsecuentes e incoherentes, lo mismo que nosotros. Con­templamos cómo viven en medio de contradicciones. Vemos có­mo se traicionan, cómo defraudan sus proyectos de vida, cómo se apartan de aquello en lo que creían.

 

Hay experiencias, empero, aún más duras, como la del fin ines­perado de una vida o la del completo derrumbamiento de una so­ciedad. Experiencias como las que vosotros conocéis de vuestra infancia y que nosotros hemos atravesado más de una vez en la vida [1]. Todas ellas muestran súbitamente que la vida, que aparen­taba ser tan evidente, es en realidad problemática, que en ella hay algo que no encaja, que no todo está en orden. Nuestra primera postura frente a esta situación consiste en afirmar que todo está en orden y que todas las pequeñas incomodidades, disconformi­dades e incongruencias no tienen importancia, que es posible se­guir adelante a pesar de ellas. A fin de cuentas, el mundo nos es­tá diciendo algo en cada momento, nuestra acción no es otra cosa que una respuesta al hecho de que el mundo nos está diciendo algo, que las cosas tienen sentido para nosotros, que nos llaman a algo y que respondemos a ellas. Sin embargo, si de verdad, y con todas las consecuencias, le siguiéramos los pasos a lo negativo que se deja oír súbitamente, si fuéramos tras lo negativo con todas las consecuencias, entonces nos encontraríamos con que ya nada nos dice nada, ya nada nos llama a realizar algo, a reaccionar an­te algo o a llevar a cabo acción alguna, Como resultado de ello, nos quedaríamos suspendidos en el vacío, clavados en la nada, ¡Así no se puede vivir! Y sin embargo, es justo ahí donde tiene su comienzo la vida espiritual.

 

He hablado ya en otras ocasiones de Platón. Platón nos presen­ta el origen de la vida espiritual con la figura de Sócrates. La vida espiritual de Sócrates arraiga en el esfuerzo por determinar, a tra­vés del diálogo con otras personas, si tanto ellas como él mismo logran mantener la unidad consigo mismos en medio de las varia­dísimas preguntas que plantea la vida, desde las más sencillas a las más complejas. Se trata de determinar si las personas son en ver­dad consecuentes, si lo que para ellos resulta evidente es en verdad suficiente para una vida coherente consigo misma. Es cuestión de comprobar si las personas son realmente lo que suponen que son, o si ocurre que, en el simple diálogo, ese personaje aparentemen­te coherente se deshace. La experiencia de Sócrates, resultado de un método muy simple y diáfano que no evita nada, salvo quizá la no problematicidad, es la de comprobar que en ninguna parte da con nada que se pueda tomar por una posición sólida y real, que pueda ser consecuente con su identidad hasta el final. Tampoco Sócrates pretende ser alguien así, con capacidad para esta cohe­rencia y que la haya demostrado. Sólo aspira a ir tras dicha meta, a esforzarse por ella. Simplemente está en camino. Es aquí donde encuentra lo más importante: el hombre espiritual es aquél que, de la manera descrita, está en camino. Sabe de las experiencias ne­gativas, nunca las pierde de vista, a diferencia del hombre co­rriente, que busca olvidar, que busca instintivamente pasar a otra cuestión, diciéndose que esto, de algún modo, ya ha ocurrido en la vida, es algo que ya la vida ha traído consigo y que ya tiene ella remedio para estos problemas. El hombre espiritual, por el contrario, no actúa así, sino que se expone de verdad a lo negativo y su vida consiste en estar al descubierto.

 

Estar expuesto a lo negativo, elaborar un proyecto de vida a partir de ello, significa, en cierto modo, una vida completamente nueva. Mientras la vida ordinaria se apoya en las evidencias y se­guridades aparentes, orientándose hacia ellas y pasando por alto las incongruencias y negatividades, en este otro caso se vive, por el contrario, a partir de las mismas. Esto implica además que to­do se orienta según otros indicadores, que todo tiene un valor dis­tinto al que tienen en aquella otra vida sin conmociones, lineal e ingenua. […]

Así pues, algunos rasgos que he querido determinar aquí son, por ejemplo, la actitud de no pasar por alto las experiencias negativas, sino afincarse en medio de ellas, la problematización de lo cotidiano, la creación de una posibilidad vital nueva a partir de esta esfera que ha sido abierta. Se trata de vivir no sobre un terreno firme, sino en lo que se mueve, en el desarraigo. (Jan Patocka, “El hombre espiritual y el intelectual”, en Libertad y sacrificio, ed. Sígueme, Salamanca, 2007, pp. 249-255).

 

[1] Se refiere a los acontecimientos vividos en Checoslovaquia con la inva­sión nazi en 1938 y con la invasión soviética de 1968 (nota del traductor, Iván Ortega Rodríguez).
 
Tumba de Patocka en el cementerio de Brevnov
 
Sobre él, a los pocos días de su muerte, escribió otro gran pensador contemporáneo, Paul Ricoeur:
 
"Porque no tuvo miedo, Jan Patocka, el filósofo fenomenólogo,
fue acosado por la policía, sometido a extenuantes interrogatorios,
perseguido por la policía hasta su cama de hospital
y, literalmente, matado por el poder.
El encarnizamiento con que se le persiguió prueba
que, en el caso del extremo sometimiento de un pueblo,
el alegato filosófico a favor de la subjetividad se convierte
en el único recurso del ciudadano contra el tirano"
 
["C’est parce qu’il n’a pas eu peur que Jan Patocka, le philosophe phenoménologue, a été harassé par la police, soumis à des interrogatoires exténuants, poursuivi par la police jusque sur son lit d’hôpital, et littéralement mis à mort par le pouvoir. L’acharnement mis contre lui prouve que le plaidoyer philosophique pour la subjectivité devient, dans le cas de l’extrême abaissement d’un peuple, le seul recours du citoyen contre le tyran".] (Le monde, 19 mars 1977).
 
Para saber más, pincha en los enlaces que tienes arriba a la derecha.

Jan Patocka

Libertad y sacrificio.

Eds. Sígueme, Salamanca,

2007.

Rincón de la cita

Estamos perdidos cuando dejamos de buscar la orientación de la tierra firme. Pero no nos contentamos con permanecer en ella. Por eso es nuestro aletear tan inseguro y quizá tan ridículo para aquellos que están bien asentados en la tierra firme y satisfechos, y sólo somos comprensibles para aquellos de quienes se ha apoderado la inquietud. Para éstos se convierte el mundo en el punto de partida de ese vuelo del que todo depende, que cada cual tiene que iniciar por sí y osar en comunidad, y que en cuanto tal nunca puede volverse objeto de una doctrina propiamente dicha. (Karl Jaspers)

 Enlaces sobre Jan Patocka

0) Husserl y Patocka sobre la idea de Europa: primeras divergencias (A. Serrano de Haro)

1) Jan Patocka, más allá del nihilismo. (A. Bonaguro)

2) El disidente político, según J. P. (J. Lasaga)

3) Notas sobre la prehistoria de la ciencia del movimiento (E. M Wendt)

4) J.P.: un filósofo contra el totalitarismo (R. Alcoberro)

Jan Patocka

El movimiento de la existencia humana.

Eds. Encuentro,

2004

Examinar la propia vida (Sócrates / Platón)

Filosofía y búsqueda

(García-Baró y Merleau-Ponty)

Las implicaciones de la acción

(Maurice Blondel)

El filósofo en la ciudad.

Sócrates visto pòr Hannah Arendt

Crecer de golpe  (Susana Tamaro)

Tierras de penumbra (R. Attenborough)

La filosofía como actitud existencial (M. García-Baró)