La propia historia,

una urdimbre de otras historias

Françoise Dolto (1908-1988)

 

Pregunta.- Existe todo un ciclo de pruebas que hay que atravesar antes de poder de verdad expansionar, liberar lo que cada cual tiene de único, de específico, es decir, de singular en cada uno de nosotros.

 

Françoise Dolto.- Para entenderlo, hay que hacer la comparación entre alguien que ha tenido un destino continuo, educado por sus progenitores convertidos en padres tutelares, educadores, y alguien que ha sido abandonado por sus progenitores, cuyos rostro e historia nunca conocerá. Él los representa, pero nunca tuvo palabras ni presencia de gentes que le hicieran presente el vínculo que le une a sus dos líneas [paterna y materna]. Pues bien, ahí es donde uno se da cuenta de que no es como Adán, en absoluto, aun cuando no haya conocido padres. Pertenece verdaderamente a su tiempo, incluso cuando es bebé: es el resultado de una historia de sus padres, que ninguna persona puede contarle con palabras. Y eso es precisamente lo que no consigue superar. De ahí, el drama profundo de los niños abandonados, inclusive de los que han sido adoptados. Incluso si se encuentra un nombre sobre una lápida o el sitio en el que esos progenitores yacen muertos, no es posible recuperar la historia. Si vuelve a encontrar a sus progenitores tardíamente, éstos tienen una historia que es ajena a la del niño que no ha sido cómplice suyo en ella, y ellos no han sido cómplices suyos cuando él era pequeño. ¿Qué pueden decirle un padre o una madre a un hijo suyo que los encuentra cuando él o ella tiene sesenta años y él veinte o treinta: “¡Cómo te pareces a tu padre (o a tu madre)!”, o: “¿Cómo te pareces a tu madre, a tu tía, a tu abuela!”. Le hablarán de su semejanza física con gentes de su historia, pero no pueden decirle nada más. […]

    De un niño que no ha conocido a su padre o que no ha tenido a su madre, decimos que es un niño desgraciado y abocado a padecer dificultades de adaptación. Los allegados pueden hacer algo enteramente esencial con un niño del que saben que no conoce a su padre, siempre con la condición de que no le dejen que corte con sus raíces y de que le hablen como a un niño cuya vida tiene su origen en un progenitor quizá desconocido, pero válido por el único hecho de haberlo engendrado chico o chica. Nadie procede de sí mismo ni puede tomar como fuente suya sólo a su madre por ser la única a la que conoce; todo ser humano tiene su doble origen en dos linajes. Pienso que éste es el problema de los niños adoptados, así como el de los niños de nuestra sangre.

    Si, en la más temprana edad, durante el embarazo, al niño se le rechaza por haberse encarnado, y después se le avergüenza por su nacimiento, sin importar cuáles sean las razones para ello (dificultades de su alumbramiento, sexo no deseado, etc.), el niño puede conservar de todo ello –y más si no se le ha dicho con palabras- que el significado de su ser es dolor, desprecio, tristeza. […]

Pienso que un ser humano necesita ser religado a su origen encarnado, a ese momento de lo que llamamos la escena primigenia, es decir, la escena conceptiva, procreadora, y ser religado a ella mostrando la alegría de ese momento o su rehabilitación por parte de quien habla, aceptándole en su presencia actual si esa concepción resultó, para su progenitora, problemática. Ese momento en el que tres deseos coincidentes dieron origen a la auténtica vida de este ser humano vivo que hoy amamos; el amor no puede cortarle de lo que fue el inicio de su ser en el mundo, esperado ya o deshonrado con respecto a lo que ahora amamos. Pienso que esta continuidad desde el germen es la que constituye lo positivo de un ser humano. Si no son sus padres progenitores quienes le crían, sino unos allegados o adoptivos, éstos tienen que decirle: “Bendita sea tu madre y bendito tu padre, gracias a los cuales hoy tengo la dicha de amarte”, o esto otro: “¡Qué agradecido me siento hacia tu padre o tu madre!”. En esto consiste amar a un ser humano vivo, hijo o hija de hombre y de mujer que se desearon para engendrarle: “Hoy amo en ti al representante aquí y ahora de dos historias que se han cruzado, a alguien valioso, retoño de dos familias destinado a crear y puede que a prolongarlas”. Creo que éste es el significado que alcanza a tener para un niño el sentido de su vida merced a la relación de palabra con la que se estructura un narcisismo sano.

    Los Derechos Humanos expresan una regla que está completamente cortada del contexto afectivo inconsciente dinámico más allá del cuerpo material. Si decimos: “En nombre de los derechos del individuo, te respeto”, esto no quiere decir nada. No son más que palabras vacías de sentido. Ello tiene que proceder del interior, ha de venir de dentro. Tiene que ser una convicción interna del adulto que la expresa. (Françoise Dolto).

 

Si la necesitas, aquí tienes una explicación.

Otros enlaces de interés:

 

Los otros son el hogar originario (Jan Patocka)

El encuentro interpersonal (Juan Martín Velasco)

El rostro o el otro (Emmanuel Levinas)

El yo y los otros: la intersubjetividad (Gabriel Marcel)

 

Rincón de la cita

Cada uno se educa, tristemente, solo, para sí. Tristemente, porque esto significa que la labor de formación se inicia con cada niño como si el mundo no hubiera aún existido y, por lo mismo, las posibilidades de que el avance humano general hacia el bien sea efectivo quedan para cada generación pendientes del mismo hilo, no garantizadas por nada, entregadas a esta magnitud sobrecogedora que es la voluntad y la inteligencia de cada uno (su Alma, en el sentido peculiar de Sócrates. (M. García-Baró)

Educar: ¿permitir o transmitir?

Los dos nacimientos del hombre (F. Dolto)

Explicación

Desear, hablar, crecer

Explicación

Alimentar el deseo, ...pero dominarlo y pasar el relevo (F. Dolto)

Explicación

El peligro de repetir al adulto (F. Dolto)

Explicación

Reivindicación filosófica de la infancia (M. García-Baró)

La vita activa y la condición humana (Hannah Arendt)

Los otros son el hogar originario (Jan Patocka)

La vergüenza prometeica. El deseo de ser cosa (G. Anders)